En la convulsa realidad actual, el estado de cosas se inclina hacia la inestabilidad y la merma de la paz por equilibrio entre las potencias, según fue concebida en San Francisco en 1945. Las señales se contraponen; mientras que ciertas naciones apuestan por el apuntalamiento del endeble orden mundial, otras transitan por senderos inéditos, con el ánimo de ocupar vacíos de poder y afianzar su influencia en diversas áreas del globo. Así las cosas, los actores internacionales más importantes son cada vez menos empáticos con la narrativa de que el planeta es patrimonio común de la humanidad, por lo que abundan casos de abuso de recursos naturales y de divergencia política y colisión militar. En un toma y daca donde no queda claro quienes son los vencedores, el multilateralismo heredado de la segunda posguerra y el andamiaje jurídico-institucional que lo sustenta, son los grandes perdedores. En este contexto, en círculos diplomáticos y académicos hay desconcierto sobre el camino a seguir para desescalar o, mejor aún, desactivar eventos que erosionan al Derecho Internacional y los cimientos de la concordia liberal originalmente postulada por Adam Smith y Emanuel Kant.

Las relaciones entre los pueblos, de suyo conflictivas como Tucídides lo postuló tras analizar la guerra del Peloponeso en el lejano siglo quinto AC, están hoy seriamente polarizadas. En el ámbito económico, los brazos de la globalización no alcanzan a todas las naciones y, en sentido inverso a lo esperado, concentran la riqueza en unos cuantos países. En el sur global, esta realidad retrasa el desarrollo con justicia y debilita a la democracia y al Estado de Derecho. Cuando así ocurre, se deteriora el tejido social, la delincuencia organizada opera en terreno fértil y se incrementan los flujos migratorios de personas que dejan sus lugares de origen para buscar oportunidades mínimas de bienestar en otras latitudes. A esta explosiva fórmula se agregan conflictos de diversa índole, incluso xenófobos, que aspiran a un nuevo reparto del poder político. En consecuencia, se estimula la carrera armamentista y se adoptan visiones sesgadas de la paz y la seguridad, que están concebidas a partir de la exclusión y la constante preparación para la guerra. Todas estas tendencias se alejan de los propósitos y principios que establece la Carta de la ONU y abren de par en par las puertas a situaciones disruptivas, a la competencia desleal entre antiguas y nuevas potencias y a modalidades inéditas de despliegue de influencia, sustentadas en el poder castrense.

Este primer mes del año 2024 atestigua dificultades internacionales serias y de alto riesgo para todos. Porque hay mucho que perder conviene recordar a Tácito, notable historiador romano que no dudó en descalificar a quienes sostienen que la desolación es la antesala de la paz: Ubi solitudinem faciunt, pacem apellant. Invocando el testimonio trágico de guerras pasadas y presentes, es tiempo de prevenir el caos, de renovar la apuesta a favor del multilateralismo y de rehabilitar la paz por equilibrio, nunca aquella que responde a criterios hegemónicos o imperiales.

El autor es internacionalista.