La española Trama Editorial ha editado la biografía de la librera Sylvia Beach (Estados Unidos, 14 de marzo de 1887-París, 5 de octubre 1962), Shakespeare and company (traducción de Roser Infiesta Valls), de la que transcribo algunas líneas.

PALAIS ROYAL. Durante 1916 pasé algunos meses en España y en 1917 me fui a París, pues por algún tiempo sentí un interés especial por la literatura francesa contemporánea. Actualmente, me gustaría proseguir mis estudios en la materia.

Mi hermana Cyprian se hallaba también en Francia. Deseaba ser cantante de ópera, pero, con la guerra en continuo avance, no era el momento más propicio. En vez de esto se dedicó a las películas. Al poco de llegar yo, unimos nuestras fuerzas y nos fuimos a vivir por una temporada al Palais Royal. Cyprian tenía muchos amigos en el mundo del teatro y fue a través de ellos como descubrió este sitio tan interesante, frecuentado por actores y, no sé por qué, por españoles. Nos alojábamos en un hotel situado en el extremo del Palais Royal. Según nos dijeron fue precisamente allí donde John Howard Payne escribió su Hogar, dulce hogar. ¡Y pensar que su tierno Entre placeres y palacios fue escrito en un “palacio” tan viejo y destartalado! El edificio de al lado estaba ocupado por el Palais Royal Theatre, donde se representaban las peores obras de todo París.

A pesar de este teatro y de una o dos librerías especializadas en erotismo, el Palais Royal era entonces un lugar bastante respetable. Esto no había sido siempre así, pues, según contaba una guía que casualmente cayó en mis manos, el duque de Orleans o, mejor dicho, su hijo, el Regente, había vivido alli, organizando sus famosísimas fiestas. Mi guía también contaba que en las paredes tenía colgados cuadros de los más grandes pintores y que alojó en el palacio al zar Pedro el Grande cuando estuvo en París. La fama del Palais Royal no mejoró con el paso del tiempo. Sus galerías se vieron frecuentadas por juerguistas, y no es extraño que proliferasen “joyerías, librerías de préstamo y cortesanas que mostraban sus encantos medio desnudas”. Finalmente, el Palais Royal atrajo a tal multitud de indeseables que tuvo que ser “moralizado”, perdiendo, entonces, por supuesto, “gran parte de su interés y popularidad”. Pero a nosotras nos parecía aún interesante.

Nuestras ventanas daban a los jardines. En el centro había una fuente y más allá se erigía la estatua a Victor Hugo de Rodin. Los niños del vecindario jugaban en los paseos levantando nubes de polvo con sus palas; en los vetustos árboles resonaba el canto de los pájaros, y los gatos, verdaderos dueños del jardín, los vigilaban.

Un gran balcón circundaba todo el palacio donde daban nuestras ventanas. Si se sentía la curiosidad de ver cómo vivía el vecino, no había más que salir al balcón y caminar por él hasta llegar a su ventana, tal como nos sucedió a nosotras. Una tarde, mientras estábamos sentadas junto a la ventana, apareció en el balcón un joven de aspecto alegre que entró en la habitación tendiéndonos cordialmente la mano. Sonriendo siempre, se presentó como uno de los artistas que actuaban en el teatro contiguo. Me temo que con muy poca hospitalidad por nuestra parte, echamos al visitante y cerramos la ventana y […]

 

Novedades en la mesa

Del belga Henry Roorda, Mi suicidio o el pensamiento alegre (Trama Editorial, 2020) traducción del francés por Miguel Rubio.