Quien nació y se formó dentro de una familia artística, el realizador italiano Matteo Garrone (Roma, 1968)  tuvo primero contacto con las artes plásticas, de ahí que en su cine lo visual tenga siempre un peso específico. Premio Sacher d’Oro por su cortometraje de debut Silhouette, materia prima a su vez de uno de los tres episodios que conformarían después su primer largometraje Terra di mezzo, desde entonces le obsesiona el tema de la inmigración como signo distintivo de su obra casi siempre a medio caballo entre la ficción y el documental.

Esta recurrente preocupación de cuanto origina y propicia el exilio forzado vuelve a aparecer en su segundo largometraje Ospiti (premiado en la Mostra d’Arte Cinematográfica de Venecia), donde se hace patente además su declarada tendencia al realimo extremo, y como respiro inspirador, con no escasos guiños al realismo mágico. De vuelta al documental periodístico, su siguiente película Estate romana descubre además su pasión y un profundo conocimiento de la tradicional Commedia dell’Arte italiana como espacio de formación, si bien el reconocimiento de la crítica llegó hasta con L’imbalsamatore, premio David de Donatello al mejor guion original en 2002. Una vuelta de tuerca en su quehacer,  e inspirado otra vez en una crónica periodística, es el resultado de una interesante mezcla de elementos noir insertos entre el realismo y la pintura abstracta, las dos más visibles coordenadas sobre la cuales suele moverse la cinematografía de este muy talentoso realizador romano.

Después de su más experimental Primo amore, en 2008 llegaría la consagración definitiva con su mucho más cruda Gomorra, a partir de una crónica novelada homónima de Roberto Saviano. Grand Prix en el Festival de Cannes y Globo de Oro de la Asociación de la Prensa Extranjera en Hollywood, dentro de una veintena de premios internacionales que la situaron como una de las películas del año, el propio Saviano colaboró con Garrone en la escritura de un crudo guión colectivo en derredor de cinco historias que desde distintos ángulos abordan la problemática de la violencia ya muchas veces incontrolable sobre todo en Nápoles y en Caserta, provocada por el dominio territorial impuesto por la organización criminal conocida como La Camorra.

Luego de sus otras dos igualmente premiadas cintas Reality y Dogman, Matteo Garrone vuelve a los primeros planos internacionales con su obra maestra Yo capitán (Italia, Francia, Bélgica, 2023), donde su ya característico “realismo poético” llega a alcanzar sublimes cotas de perfección. Obra de un auténtico gran maestro en plenitud creativa, no sólo nos sobrecoge aquí el tratamiento sin eufemismos del ya antes abordado tema del exilio forzado, de la inmigración en este caso de África hacia Europa, sino además lo conseguido estéticamente en circunstancias y ambientes extremos. Yo capitán es uno de esos largometrajes que marcan precedente y abren una brecha obligada de expresión que el considerado buen cine de autor no puede evadir, como evidencia de una incuestionable realidad que debería de preocuparnos e involucrarnos a todos, porque está mucho más cerca de nosotros de lo que suponemos: la inmigración centroamericana tras el “sueño americano”, atravesando las más de las veces el purgatorio y el infierno propiciados por el hampa y autoridades corruptas, y la de mexicanos hacia Estados Unidos siendo víctimas de toda clase de vejaciones que muchas veces desemboca en trágica muerte, cuando no en frustrada y vergonzosa deportación.

Como había apenas antes insinuado en sus precedentes Terra de Mezzo y Ospiti, y con muchos más recursos y horas de vuelo, Yo capitán es ya una superproducción donde su creativo realizador echa toda la carne al asador tras la épica de un paisaje que como otro personaje más contribuye a narrar la odisea de dos jóvenes senegaleses tras la búsqueda en su caso del sueño europeo. Garrone va mucho más a fondo y plantea el adicional de que no sólo se trata de una cruda realidad con muy escasas alternativas que los escupe, sino además de un no menos irrefrenable sueño por acceder al mercado de consumo y hacerse ya sea futbolistas o youtubers exitosos del primer mundo, con todo lo que ello implica de sensación de fracaso si no se logra y de poderse convertir en carne de cañón para múltiples organizaciones delictivas.

En una odisea inimaginable por los propios Homero y Dante, los jóvenes senegaleses Seydou y Moussa se aventuran, sin clara conciencia de lo que les espera por delante, a atravesar el inhóspito Desierto del Sahara donde tantos inmigrantes se han quedado en el camino, y si bien logran atravesar ese primer círculo del horror, no se compara con cuanto les viene como víctimas de mercenarios y autoridades corruptas cuyos mayores signos distintivos serán la barbarie y el cinismo, la ambición y la impiedad. Sátrapas y usureros amorales que trafican con la dignidad y la vida ajenas (“homo hominis lupus”, dirían los clásicos), convierten el trayecto de estos jóvenes y sus demás acompañantes de viaje infernal en una experiencia terrorífica, confirmándonos una vez más, como bien escribió Alejo Carpentier, que “el reino y el infierno son de este mundo” y no del más allá. Sin embargo, en ese sinuoso y amargo itinerario aparecerá igualmente la luz de quien le da la mano y salva al imberbe Seydou, confirmándole también que en la compleja naturaleza humana igualmente pueden anidar, como decían los románticos decimonónicos, lo sublime y lo grotesco.

Víctimas primero del subdesarrollo, de la pobreza, del hambre y de la inseguridad, todos estos inmigrantes pareciera que no tienen otra alternativa más que aventurarse en el exilio con pronóstico reservado, con la muerte, la tortura y/o el escanio como realidades siempre latentes. Yo capitán termina con la incógnita de lo que vendrá por delante después de alcanzar la primera meta, y esa otra parte pareciera que ha sido ya abordada por cineastas alemanes, franceses, italianos y hasta españoles. La marginación y la xenofobia, el racismo y la exclusión, o incluso los muchos problemas internos en estos países europeos que pareciera su pasado imperialista estuviera ahora pasándoles factura histórica, han sido tema más que recurrente en muchas de estas cinematografías.

También un gran conductor de actores, pues trabaja aquí con intérpretes en su mayoría no profesionales, los dos chicos protagonistas Seydou Sarr y Moustapha Fall están extraordinarios y en casting, como todo el demás elenco.  ¿Y qué decir de otros rubros aquí destacadísimos como la fotografía de Paolo Carnera y el montaje de Marco Spoletini, cómplices perfectos para lograr cuadros de una enorme belleza? En plenitud de facultades, Yo capitan nos hace suponer que Matteo Garrone tiene todavía mucho por delante que decir.