A mi entrañable y admirado Fernando Vallejo

Maurizio Pollini (Milán, 1942-2024) fue quizás el primer pianista de música clásica que escuché y sus extraordinarias grabaciones contribuyeron de manera importante en mi formación musical. Todavía recuerdo, por ejemplo, cuando en los ochenta mi muy querido y admirado Fernando Vallejo me regaló su memorable grabación, ya en CD, en su sello de casa Deutsche Grammophon, de las Tres Últimas Sonatas de Schubert, las D. 958, 959 y 960, escritas durante los últimos meses de vida del compositor ya afectado por una terrible sífilis terciaria, y las Tres piezas D. 946, Drei Klavierstücke, de igual modo concebidas durante ese mismo periodo del fatídico pero de igual modo muy prolífico 1828 (editadas por Brahms hasta cuarenta años después), de las cuales la segunda, en Mi bemol mayor, es para mí una de las más hermosas páginas del gran genio vienés. De igual modo contiene el no menos famoso Allegretto  en Do menor, D. 915, que en sus manos es un prodigio.

Quien nació en un ambiente culto y entre artistas, pues su padre era el arquitecto Gino Pollini y su madre también pianista ––su primera maestra, hija a su vez del reconocido escultor Fausto Melotti––, Maurizio estudió primero con Carlo Lonati y después con Carlo Vidusso, hasta que a los dieciocho años ganó el primer premio del Concurso Chopin en Varsovia, que recibió de manos del propio Arthur Rubinstein que como presidente del jurado dijo en su mensaje: “Este muchacho toca el piano mejor que cualquiera de nosotros”. Otro muy destacado chopiniano desde entonces, él mismo hacía referencia a su estirpe, pues su maestro Carlo Vidusso había estudiado con Ernesto Drangosch, y éste con Alberto Williams, y él a su vez con Georges Mathias, este último discípulo destacado del propio compositor polaco. Poco después grabaría para EMI su Concierto No. 1 con la Orquesta Philharmonia, dirigida por Paul Kletzki, y otras presentaciones en vivo de sus Estudios.

También estudio perfeccionamiento con Arturo Benedetti Michelangeli, de quien él mismo decía que había aprendido a desarrrollar una técnica más precisa y con control emocional. Después del premio y durante buena parte de los sesenta se dedicó a pulir esta técnica, tras la búsqueda de su propio estilo, y a ampliar y a decantar su repertorio, empezando en la década posterior, después de firmar con Deutsche Grammophon, múltiples grabaciones que a la larga lo convertirían en una leyenda, entre otras obras que son piedra angular del repertorio pianístico, los Veinticuatro Estudios del mismo Frédéric Chopin. Durante esos años fue igualmente un activista político muy participativo, cuando colaboró con Luigi Nono en obras con ese sello característico de la época como Como una ola fuerza y luz, inspirada en el asesinato del líder chileno Luciano Cruz.

Colaborador asiduo con su entrañable amigo el tambien milanés célebre director de orquesta Claudio Abbado, fue él quien lo invitó a su amado Teatro de La Scala donde estuvo presente por casi medio siglo.  Con él ofreció por esos años una serie de conciertos con los que se buscaba atraer a nuevos públicos, porque la música es un vehículo expedito de sensibilización, de concientización. Un virtuoso con gran técnica y honda sensibilidad, se destacó con la obra pianística decimonónica (Beethoven, Schubert, Chopin, Schumann y Brahms), si bien también abrió su espectro al acervo pianístico del siglo pasado (Schönberg, Webern, Pierre Boulez, Luigi Nono, Karlheinz Stockhausen, Giacomo Manzoni, Salvatore Sciarrino y Bruno Maderna). Entre sus gustos cupo de igual modo la música para piano de Debussy, Stravinsky, Bartók. En 1987 interpretó todos los conciertos para piano de Beethoven en Nueva York, con la Orquesta Filarmónica de Viena y Claudio Abbado al podio, y de manos de su entrañable paisano recibió el Anillo Honorario de la orquesta. Si bien participó con los más importantes directores, serían de igual modo especialmemte memorables sus colaboraciones con Karl Böhm y Pierre Boulez.

También un destacado beethoveniano, en la primera mitad de los noventa interpretó por primera vez el ciclo completo de sus Sonatas para piano en Berlín, Munich, Nueva York, París, Londres, Viena y por supuesto Milán. En el Festival de Salzburgo, en 1995, inauguró el llamado “Progetto Pollini”, una serie de conciertos con un muy variado repertorio. Ya en el nuevo milenio haría algo similar en el Carnegie Hall, en Nueva York, con el título “Perspectives: Maurizio Pollini”, y en el Royal Festival Hall de Londres, una década después, el “Pollini Project”, una serie de cinco conciertos con programas que incluían desde obras de Bach hasta música de Karlheinz Stockhausen. De esos años es su versión ya de referencia de escenas de Petrushka, de Stravinski, adaptadas para piano, que viene con obras de Prokofiev, Webern y Boulez. Hace diez años ofreció su última larga gira que incluía, entre otros encuentros y foros, los festivales de Salzburgo y Rheingau.

El crítico Harold C. Schoenberg escribió que Maurizio Pollini representaba, más que cualquier otro pianista, el paradigma por excelencia del estilo moderno. Para él la fidelidad de la partitura y el espíritu de su creador eran fundamentales, su religión absoluta, y la expresividad y el buen gusto debían estar al servicio de ese culto, lejos de consideraciones subjetivas que pudieran empañar la verdadera naturaleza de la obra. Para él, el intérprete debe de estar al servicio de la obra, como transmisor de su verdad y de su esencia, y no al revés, por lo que era enemigo acérrimo de histrionismos o malabarismos huecos. Para nada estoy de acuerdo con los críticos que lo tildan de frío y hasta de excesivamente cerebral, porque en su arte perfecto también hay emoción mas no frivolidad, emoción que emana de quien dominante de la técnica, de su arte, es capaz de transmitir la esencia y la verdad de cada obra a la cual se acercaba con profundos respeto y admiración.

Devoto principalmente de Rubinstein, Horowitz y Arrau, no hay duda de que el mencionado Benedetti-Michelangeli fue quien más influyó en el curso de su carrera. Con importantes reconocimientos y premios en su haber, Maurizio Pollini nos deja una discografía digna de respeto y admiración, sobre todo por la seriedad y el compromiso con los cuales abordó a los compositores y las obras de su preferencia. Un músico sólido y respetable por donde se le vea. ¡En paz descanse!