Interpretar equivocadamente el significado del resultado electoral de 2018 representa el antecedente del escenario político de la recta final del episodio presente en la vida nacional. El triunfo democrático de Morena y sus aliados de entonces se asumió bajo la premisa de la victoria de una revolución; en ese origen no lejano se abandonó el valor y significado de la decisión mayoritaria de la pluralidad en convivencia democrática paulatina y la tercera alternancia del siglo en el espectro partidario nacional y el macizo de ideas que se sostienen.

El mandato de la participación democrática en las casillas fue confundido con la consigna para los adversarios políticos de su falta de legitimidad para participar, para proponer y, sobre todo, para acordar. Es la frase pretendidamente lapidaria de la imposibilidad del triunfo de quien piense distinto porque moralmente se encuentra derrotado y ello es irremontable.

Esa confusión anidó en el diseño y el desarrollo ilimitado del método de conducción política del inquilino de Palacio Nacional: la polarización excluyente. Su potencia, además, ha sido exacerbada por el retorno del “presidencialismo” que se fraguó en las décadas del nacionalismo revolucionario y que generó la transición a la democracia en una -al menos- doble vertiente: elecciones libres y auténticas y control del poder presidencial; quitarle el “ismo” al régimen presidencial para ensayarlo en relaciones de equilibrio con los otros poderes y con las partes integrantes de la Federación en una nación eminentemente plural.

En la aplicación del método vale la pena distinguir cinco trayectorias para consolidar la división de la sociedad y asentar las bases de un proyecto que aspira a ser evaluado por sus intenciones y no por sus resultados: (i) el establecimiento refinado de la relación clientelar con las personas mayormente vulnerables, reduciéndose la esfera de derechos al fundamental de la prestación económica periódica directa; (ii) el control y uso exclusivo de los medios públicos de comunicación social para desplegar una estrategia de propaganda en torno al titular del poder ejecutivo, y la influencia determinante en los medios privados de comunicación social (sin dejar de considerar el amedrentamiento a las personas periodistas más críticas), como vehículos privilegiados para presentar la narrativa y dominar la conversación social; en lo político, el país de un solo hombre; (iii) la negociación, el entendimiento y, tal vez, el apaciguamiento de los intereses de las personas con mayor presencia, influencia y capacidad de actuación en el sector privado, bajo una premisa del siglo pasado: zapatero a tus zapatos, o cada quien a lo suyo; los negocios para los empresarios y la política para el presidente de la República; (iv) la reconversión de la institucionalidad de las Fuerzas Armadas del capelo constitucional al paraguas de la voluntad presidencial; de la ruta del orden jurídico que marca ámbitos de actuación y límites, al supuesto de que el Comandante Supremo actúa y ordena impulsado por el interés nacional, que per se asumen representa, aunque la ley no lo sustente; y (v) la reconcentración del poder político en la figura presidencial, más allá del diseño constitucional; ahí están la anulación de la representación plural del Congreso bajo la instrucción a la mayoría oficial de no mover ni una, a sus iniciativas, y la captura y pérdida de la conducción del Poder Judicial o la captura y sumisión de organismos constitucionales autónomos, como la FGR y la CNDH.

Se inicia la recta final del proceso electoral federal -y su influencia en los 32 procesos electorales locales- con la profundización de la polarización excluyente. Es un escenario de amplio riesgo para la estabilidad política -entendida como la vigencia el uso efectivo de los medios legales para dirimir diferencias y conflictos-, la tranquilidad general para el desarrollo de las actividades de toda índole en la sociedad y la participación en los comicios del 2 de junio.

En ese margen de riesgo cabe apreciar los riesgos más evidentes: la acción de la delincuencia organizada, la confrontación por la personificación de la Patria y la cancelación de la política como espacio para el diálogo y el acuerdo en aras del interés nacional, que necesariamente requiere el consenso en la diversidad.

La polarización obstaculiza el reconocimiento del grave problema de la violencia de las bandas del crimen vinculadas a la producción y tráfico de drogas -y sus derivaciones a otras actividades delictivas- en el proceso comicial. La negativa gubernamental a reconocer que la población ve sustraído el derecho a hacer política y a elegir a sus representantes en los cargos de elección popular y la narrativa de que se puede dar protección a personas candidatas que lo requieran, es como ofrecer un vaso de agua a quienes están atrapados en un incendio.

La polarización impide apreciar con nitidez y la serenidad necesaria que el rezago de la desigualdad oprobiosa y las décadas de postración por la pobreza son la fuente real del populismo instalado en la presidencia y su avance, y que también es real la amenaza creciente a los derechos políticos de pensar diferente y expresarlo sin temores, a participar en la búsqueda del mandato popular y a exigir que el poder se sujete a límites constitucionales democráticos. Se enfrentan el “se requiere democracia para que haya igualdad”, con “tu democracia me tiene donde estoy y sólo ahora me han volteado a ver”. El peor ejemplo es reciente: el Ejecutivo personifica a la Patria; es decir, los afanes de justicia del presidente de la República y su aprobación social le confieren autoridad por encima de la ley ante lo que viene del extranjero. ¿En serio? ¿El ejecutivo es la personificación de la Patria y contra ésta no hay ley que constriña?

La polarización no permite apreciar el escenario de la convivencia democrática indispensable en el llamado a las urnas y para reconocer sus resultados y seguir adelante, porque la lucha política nunca termina, aunque se renueven quienes actúan en ella. Vendrán las propuestas, la propaganda y. quizás, la política y no sólo medios para hacerse del poder. Los términos de la confrontación planteada pueden anunciar la prolongación sin fin de la polarización por el señalamiento de la falta de legitimidad, bajo el manto -en uno y otro extremo- de que las injerencias indebidas, ilegales y sectarias son la razón de resultado. Estamos en riesgo.