El pasado viernes uno de marzo iniciaron (formal y legalmente) las campañas electorales que casi con certeza nos llevarán a elegir el 2 de junio a la primera mujer Presidenta de México. Esto que se dice fácil, será posible, a 70 años del reconocimiento del derecho del voto femenino en nuestro país; a diez años de la reforma electoral de paridad y a cinco años de la reforma de paridad en todo; pero sobre todo, será posible, gracias a muchos años de movimientos y luchas feministas por lograr la paridad.

En suma, la posibilidad real de tener una mujer en la presidencia es el resultado de una serie de cambios legislativos que, sumados a los movimientos sociales, han favorecido la participación política de las mujeres en nuestro país. Y si bien es cierto que las mujeres mexicanas obtuvimos el derecho al voto desde 1953, la realidad es que la presencia de las mujeres en los puestos de elección popular ha sido escasa. Según datos del Instituto Nacional Electoral (INE), hasta 2018 sólo el 18.4 por ciento de las presidencias municipales, el 25.6 por ciento de las diputaciones federales y el 32.1 por ciento de las senadurías eran ocupadas por mujeres.

Y, para el caso de la titularidad del Ejecutivo, nuestro país es de los pocos países en América Latina que nunca ha tenido una mujer presidenta (en países como Argentina, Brasil, Chile e incluso Costa Rica, se han electo mujeres como presidentas en varias ocasiones). Además, tal y como se ha comentado antes en este mismo espacio, en nuestro país, antes de este 2024, tan solo seis mujeres habían sido candidatas a la Presidencia de la República (Rosario Ibarra de Piedra en 1982 y 1988, Cecilia Soto en 1994, Patricia Mercado en 2006, Josefina Vázquez Mota en 2012 y Margarita Zavala en 2018); y ninguna de ellas tuvo una posibilidad real de ascender al cargo.

En medio de este contexto, el viernes 8 de marzo, 8M 2024 (día internacional de la mujer), las mujeres, las jóvenes y las niñas de México volvimos a tomar las calles para conmemorar, para gritar, para exigir y sobre todo para que no se olvide que somos más del 50 por ciento de la población, que merecemos vivir sin violencia y participar en todos los espacios de la vida pública en nuestro país.

Marchamos unidad y sororas, pues sabemos y entendemos que la lucha empieza en la propia deconstrucción de la cultura machista en la cual nacimos y hemos crecido. Tomamos las calles por esas mujeres, niñas y jóvenes que ya no están; y también lo hicimos a sabiendas que esas mujeres, esas jóvenes y esas niñas que marcharon a nuestro lado merecen ser tratada con dignidad. Lo hicimos en un contexto sin duda distinto al de otros años, precisamente por la posibilidad de que una mujer llegue a presidir nuestro país; lo cual no es tan solo un hito histórico sino un tema relevante en términos de democracia y de justicia social.

La llegada por primera vez de una mujer a la Presidencia de México, como mujeres y como feministas sin duda nos estremece y nos alienta. Parece que ese añejo sueño de paridad y representación, se hace realidad, y que las mujeres finalmente logramos derrumbar los techos de cristal. Sin embargo, la realidad de nuestro país es terca y muy dura, sobre todo en términos de violencia de género. La situación tiene cierta ironía, y resulta paradójico que México esté a punto de convertirse en el primer país de Norteamérica en ser gobernado por una mujer y sumarse, así, a otras experiencias latinoamericanas, a la vez que es uno de los lugares en el mundo con las cifras más alarmantes de violencia contra las mujeres. México en cifras es para las mujeres, un país inseguro y hostil, por no decir mortífero.

Así, este 8M 2024 de cara a la jornada electoral del 2 de junio, muestra la complejidad y la contradicción de un país profundamente machista que dice “estar listo” para ser gobernado por una mujer. Esta contradicción ha estado presente en todo momento a lo largo del avance (cuando menos en sentido formal o normativo) en materia del derecho a la participación política y en cuanto a la presencia en espacios de representación desde que las mujeres votaron por primera vez en 1955 en el país y hasta la llegada del primer Congreso de la Paridad de género en 2018, toda vez que la llegada a los cargos de toma de decisión de las mujeres ha incrementado de manera paralela y exponencial la violencia de género.

Esto se entiende como consecuencia de que el poder tradicional de los hombres se siente amenazado con una mayor igualdad, además del contexto de inseguridad que se vive en el país.

Por ello, este 2024 es paradigmático, pues las dos candidatas a la Presidencia de la República tienen no solo una posibilidad real de ganar la elección, sino que además se trata de dos mujeres ejemplo y resultado del ejercicio de esos derechos, de la aplicación de los cambios normativos y del despertar feminista en cada uno de sus entornos.

Se trata de dos mujeres candidatas a la presidencia, con una amplia trayectoria política y profesional, amén del enorme apoyo popular. Xóchitl Gálvez, la candidata de la Alianza conformada por el PAN, PRI y PRD es ingeniera, empresaria y activista por los derechos de los pueblos y comunidades indígenas. Y en lo político, ha sido senadora, alcaldesa (antes delegada) en Miguel Hidalgo e incluso en 2018 coordinadora de la campaña presidencial de Ricardo Anaya.

Por su parte, Claudia Sheinbaum, la candidata de MORENA y aliados, es una mujer científica, investigadora y ambientalista. En cuanto a cargos políticos, ha sido secretaria de Medio Ambiente de la CDMX (entonces Distrito Federal), alcaldesa (antes delegada) en Tlalpan y jefa de Gobierno de la Ciudad de México, cargo al que llego con una amplia mayoría en 2018.

Sea como candidatas o promesas de campaña, el voto de más de la mitad de la población es sumamente codiciado por todas y todos, al grado que es fácil que hasta los más conservadores se digan feministas, aunque no compartan ideología en temas como el aborto o los matrimonios igualitarios.

Lo cierto es que más allá de declaraciones vacuas, en el contexto de la coyuntura electoral, la clave está en la agenda y en el diseño de políticas públicas que permitan de manera real y efectiva el acceso de las mujeres a todos los espacios de toma de decisiones en condiciones de igualdad. De nada nos sirven los llamados a “vivir sin miedo” o a que “es tiempo de mujeres” si no se traza una verdadera hoja de ruta que permita conciliar la vida familiar y laboral de las mujeres, si no se logran espacios libres de violencias, acoso y hostigamiento; si no hay políticas públicas efectivas para erradicar la brecha salarial y un amplio etcétera.

Necesitamos ir mucho más allá de los eternos llamados al echaleganismo de las mujeres que únicamente traen aparejado un agotamiento por hacerlo todo. Necesitamos una verdadera agenda feminista que permita no solo la fisura de los techos de cristal sino el desarrollo pleno y digno de las mujeres tanto en lo público, como en lo privado. Necesitamos un sistema de cuidados que reconozca los derechos y el peso de los cuidados en la economía, como condición indispensable para lograr la igualdad sustantiva; urgen espacios públicos seguros para poder vivir sin violencias.

México no se ha transformado en un país más seguro para las mujeres. Nuestro país se encuentra entre los 30 países con más violencia feminicida y en los primeros lugares de Latinoamérica, ni la Ley General de Acceso de las Mujeres a una vida libre de violencia, ni la tipificación del feminicidio como delito o visibilizar la violencia contra las mujeres han logrado frenar su prevalencia. El reto de cara a las mujeres, jóvenes y a las niñas de México es enorme.

Las candidatas buscan el llamado voto femenino. Lo cierto es que nuestro México formalmente tiene todas las condiciones para que una mujer llegue a la presidencia en este 2024. Sin embargo, también es un país con un arraigado machismo, donde la discriminación y la violencia por razón de género siguen estando muy presentes, lo que sin duda dificulta el acceso y el ejercicio del poder por parte de las mujeres. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha sostenido que cuando las mujeres líderes forman parte de los procesos de toma de decisiones promueven cambios en beneficio de la población en general. Ojalá que sea el caso en nuestro país, pues una mujer en el poder por muy inspirador que resulte, no es sinónimo de agenda feminista. ¡Al tiempo!