El estadounidense Theodore R. Cogswell (10 de marzo de 1918-3 de febrero de 1987) escribió más de 40 relatos de misterio, ciencia ficción y fantasía, siempre con cierto filo humorístico. Fue coautor de la novela ¡Spock, Mesías! (1962), origen de la serie Star Trek, y en su relato “El Muro alrededor del mundo” los críticos han encontrado similitudes de trama y protagonista con la saga de Harry Potter de la británica J.K. Rowling. Transcribo las primeras líneas de su cuento “El regalo de aniversario”.

Albert Slussen tenía la manía del secreto y le producía una rabia espantosa oír, de ordinario, el clic del teléfono de sus vecinos cuando descolgaba el auricular del suyo, en la línea común, señal de que estaban escuchando su conversación.

Pero, puesto que tenía el propósito de matar a su mujer, Martha, al descolgarlo aquel día sonrió irónicamente a la intención de los indiscretos.

–Dejémonos de sentimentalismos, Martha –dijo–. Ya sé que hoy es nuestro aniversario de boda, pero no me será posible ir al lago antes de mañana por la mañana. Tengo que terminar varias cosas urgentes en el laboratorio… ¿El regalo de aniversario? No, no lo he olvidado… Te diré qué es si me llamas al medio día… Temdrás una agradable sorpresa… Claro que tengo también curiosidad por saber cuál es el mío… Tú también quieres sorprenderme, ¿eh?… Bueno, bueno. Entonces hasta las doce. Adiós querida.

Cuando su esposa hubo colgado, conservó en la mano el auricular hasta que oyó dos ligeros clics que probaban que mistress Barton y mistress Liscomb habían satisfecho su curiosidad. Aunque ellas no hubiesen querido a ningún precio que conociera su indiscreción, Slussen sabía que sus conciencias las obligarían a declarar cuando la Policía las interrogara.

Al colocar el auricular en su soporte, echó una rápida mirada al reloj. Las once menos diez. Era hora de empezar.

Albert Slussen, hombre bajito y meticuloso, de cabeza prematuramente calva y extremadamente quisquilloso, había sido ingeniero electrónico antes de su matrimonio. Esta unión, magnífica en su aspecto económico, hizo que pudiera realizar su deseo de desprenderse del mundo que él detestaba.

Con dedos ágiles y precisos, comprobó rápidamente el funcionamiento del complicado aparato colocado a su lado encima de la mesa, y lo conectó al teléfono. A continuación, reguló el dispositivo que debía ponerlo en marcha al mediodía exactamente. Por último, cogió de junto al teléfono una hoja de papel escrita con todo cuidado a máquina y la deslizó en el bolsillo interior de su chaqueta.

Eran las once y dos minutos cuando subía a su pequeño cabriolé negro.

Nadie lo vio cuando, al desembocar de la carretera principal, tiró hacia el norte.

Los Barton y los Liscomb vivían medio kilómetro más al sur.

Cuando Martha y él se pusieron a la búsqueda de una casa, Albert eligió voluntariamente una región que ofreciese el máximo de soledad. A Albert Slussen no le gustaba la gente. Cuanto más lejos se encontraba de ella, más a gusto estaba.

A Martha no le agradó mucho venir a instalarse en una campiña tan aislada; pero, como de costumbre, cedió al fin…, aunque de mala gana.

Sólo permaneció firme en una cosa: el teléfono.

Era su único lazo de unión posible con sus antiguas amistades, con su vida pasada, y, a pesar de las protestas de su marido, se negó con energía a pasarse sin él.

–Me da igual –había dicho con firmeza inesperada–, que mistress Liscomb y mistress Barton escuchen mis conversaciones […]

 

Novedades en la mesa

La novela póstuma de Gabriel García Márquez, En agosto nos vemos, publicada en México con el sello editorial de Diana.