Por el significado y las consecuencias del proceso electoral en marcha para definir la titularidad de la presidencia de la República y la composición del Congreso hacia el cierre de la tercera década de esta centuria, es entendible la concentración de la atención y la dinámica política de todas las personas participantes en los episodios de encuentro programados para contrastar a partir de la actuación de quienes compiten.

Los debates representan una posibilidad para todo el mundo, medularmente para las candidaturas, los partidos, los medios de comunicación, los gobiernos y las mayorías y las minorías que buscan refrendo o cambio, pero, sobre todo, para la ciudadanía.

Se sabe dónde están los votos y cada quien podrá delinear y establecer la estrategia para buscarlos e incluso inducir a que no se materialicen, pero los debates constituyen la más amplia oportunidad de llegar a la mayor audiencia posible en condiciones objetivas de equidad.

Sin embargo, reconozcamos que en un país con una muy escasa cultura de debate y más amiga del equilibrio y la opción de que cada quien exponga su punto de vista con libertad y razonable civilidad, se tiende a evitar la verdadera confrontación de ideas y, en su caso, propuestas y su viabilidad, en torno a un planteamiento concreto.

Ejemplifico: ¿quién y por qué está de acuerdo con un organismo autónomo garante de la transparencia?, como pregunta para que se produzca el debate a partir de exponer y contrastar la forma en la cual se ejercería el cargo presidencial. Y no era muy complicado llegar a ello, si una candidata ha planteado respaldar la supresión del INAI propuesta en una de las iniciativas presidenciales de reforma constitucional. Una idea y a discutir las posiciones.

Sólo lo apunto para afirmar la reticencia a debatir. El domingo pasado la transparencia gubernamental era un tema pre-establecido, pero se ha preferido el formato -en mucho- de la multi-entrevista secuencial entre las candidaturas y no el debate. Y si bien el debate puede emanar de la formulación de críticas, afirmaciones y preguntas que busquen precisar los razonamientos, las contradicciones y los compromisos de alguien a partir de su silencio o su respuesta, como trató de hacerlo la candidata de la coalición Fuerza y Corazón por México, el formato acordado no fue para debatir.

Se dice -antes de ver si hay o no debate- que los debates políticos en campaña no definen el resultado de la contienda electoral, pero hasta ahora en nuestro país quizás todas las personas involucradas en la toma de decisiones de las candidaturas y quienes las respaldan, se han inclinado por evadir que así ocurra. Parecería que como se llega a la fase de los debates con un posicionamiento en las expectativas del voto por el resultado de sucesivas y variadas encuestas de opinión, el establecimiento de las reglas del debate por acuerdo de quienes participan favorece la estrategia de quien está en la factibilidad de “administrar” la ventaja. Emblemático que se reconozca la disciplina de quien evitó debatir.

En efecto, el formato acordado para el domingo último no ayuda a que la ciudadanía pueda apreciar las cualidades para conducir a la República desde la presidencia. ¿Carácter? ¿Talante? ¿Conocimiento? ¿Capacidad? No abundo, ¿se aprecian las características necesarias para asumir el liderazgo democrático de la Nación y hacer frente a los problemas acumulados y las contingencias del futuro?

Valen dos reflexiones: (i) renegar de las “reglas” porque no eran lo que se creía, cuando se aceptaron, es reconocimiento de una falla en la preparación para el compromiso; si me inscribo para los 100 metros con vallas, no puedo decir que las vallas me obligaron a brincar cada cierta distancia; (ii) dejar el formato y características del desahogo de los debates a la aceptación conjunta de las fuerzas políticas y las personas que participarán en esa fase obligatoria del proceso electoral equivale a la renuncia del deber de hacer del instrumento un componente relevante para la competencia democrática, porque sirve a la ciudadanía, no porque concita la aceptación de quienes contienden. Se practica un ecumenismo que tutela el statu quo en la competencia.

Si se desearan entrevistas con secuencias pactadas para responder la misma pregunta o distintas en tiempos sucesivos, no se llamaría debate; debe haber discusión sobre los temas, no respuestas a preguntas.

Triste escribir que el saldo del primer debate entre candidaturas presidenciales ha dejado demasiado a deber. Si bien fue funcional para las reglas elementales de no perderlo, tratar de ganarlo y construir los deseos y hasta las ilusiones contrastadas en el post-debate, no sirvió como espacio emblemático para cambiar dos percepciones emanadas de la dura realidad: la injerencia indebida del Ejecutivo Federal en el proceso (hasta una crisis diplomática ya nos ha traído), incluida la captura de las instituciones electorales; y la violencia criminal en el establecimiento del clima y del tono en los comicios, con la ingenuidad de renunciar al carácter nacional del INE para la celebración de comicios, porque la conculcación a los derechos políticos de la ciudadanía se ha manifestado en torno a las candidaturas municipales.

Quedan dos debates; restan dos oportunidades para revisar y dilucidar si el sistema de partidos y sus componentes pudieron presentar opciones viables para la Nación. Con formas propias, tenemos tres candidaturas impuestas por las respectivas cúpulas en el centro y en los márgenes de la batuta presidencial, a cuyo ritmo se propone avanzar a la restauración hegemónica a partir de conformar y mantener la base social con beneficios presupuestales, no con resultados que mejoren integralmente la calidad de vida de las personas.

Una candidatura plantea profundizar la polarización excluyente, a partir de la continuidad; otra sacar al gobierno, pero sin claridad en las ideas-fuerza de cohesionen, otra más lo nuevo, porque asume que el hartazgo hará lo demás. Esa es la encrucijada inmediata. ¿Habrá debate en la siguiente oportunidad?

El futuro mediato tiene dos tiempos y dos amenazas: la jornada electoral y los conflictos que de ella deriven; y el avance del populismo que suprime valores democráticos con cargo a la expresión de la “voluntad mayoritaria” en las urnas, y la expansión del control territorial y de espacios políticos y de gobierno de la delincuencia más peligrosa. Strike one.