La noche del 25 de octubre de 2023 solo la luz de la luna iluminaba a Acapulco. El espejo nacarado derramaba una luz como tratando de reanimar a una ciudad reducida a ruinas por el paso del huracán Otis primero de categoría 5 en la escala Saffir-Simpson, nivel que alcanzó en tan solo 12 horas.

La urbe pareció entonces un pueblo fantasma, en la tenebrosidad los sonidos espectrales no eran de apariciones sino personas de carnes de carne y hueso, lamentando la tragedia, con miedo a que la rapiña les alcanzara y con la angustia de un clamor por ayuda desintegrado en la brisa o como sonidos en el desierto pues se estuvo totalmente incomunicados con el mundo exterior.

Es considerado el más potente que haya tocado las costas del pacífico.

Otis se ubica como el cuarto ciclón tropical con vientos más rápidos de la historia a nivel mundial y el segundo en América. Sus ráfagas de viento alcanzaron 330 kilómetros por hora, lo cual le posicionó como uno de los 15 huracanes más fuertes jamás medidos a nivel del suelo en el mundo. No dio tiempo al puerto para prepararse.

Lo que se está viviendo es una recuperación desigual. No es lo mismo en la franja turística que en el resto de la ciudad como tampoco en las comunidades rurales del municipio aunque en ellas el daño no fue de la misma magnitud que en la urbe.

Aunque algunos sectores, como el turismo, muestran señales de recuperación, la reconstrucción se enfrenta a desafíos burocráticos, con permisos onerosos que obstaculizan la recuperación de viviendas y comercios. En los alrededores de los complejos turísticos, la reconstrucción avanza más lentamente, dejando zonas devastadas convertidas en pueblos fantasma.

La reconstrucción es un proceso lento y costoso. Si bien se ha recibido apoyo del gobierno, el aumento en los precios de los materiales y la mano de obra dificulta su situación.

Miles de viviendas asentadas en colonias populares como Renacimiento, parte alta de la Santa Cecilia, Simón Bolívar, Garita, Lázaro Cárdenas, Primero de Mayo, Vicente Guerrero así como Lirios y Benito Juárez, aún lucen con las muestras de los estragos que provocó el potente fenómeno meteorológico, que además destruyó calles, puentes y los servicios públicos en los asentamientos humanos.

En los canales que desembocan desde la parte alta de Acapulco hasta la bahía y la costera Miguel Alemán, se encuentran las grandes rocas que también fueron arrastradas por el huracán al igual que algunas partes de carros que también fueron a parar al gran canal.

Muchas familias siguen con los procesos de reconstrucción de sus viviendas previo al inicio de una nueva temporada de lluvias y de huracanes en el pacífico mexicano.

En la mayoría de los casos aún siguen casas con techos a medio construir algunas de estas con las mismas láminas galvanizadas que el huracán se llevó, con algunas estructuras metálicas dobladas que tenían las familias en las partes altas para cubrirse de los candentes rayos del sol, y otras más con vidrios de ventanas quebrados, con rejas despegadas, con bardas casi a punto colapsar y con un riesgo de sufrir nuevamente afectaciones en la temporada de lluvias de este año.

Los residentes ven en el turismo la clave para la recuperación de Acapulco, pero la afluencia de visitantes aún es inferior lo que recibía con anterioridad al huracán y constituye un obstáculo para la reactivación económica.

El panorama que se enfrenta es desafiante. El gobierno pondera los avances en la recuperación pero soslaya el reto mayor: se trata de reinventar a Acapulco y no solo de reconstruirlo. Esta ciudad desde siempre ha sido de las más desiguales de México, agravado con una presencia cada vez más fuerte del crimen organizado y rezagado en términos de competitividad frente a otros destinos turísticos de playa.

En el área rural hay 300 comunidades rurales, en donde viven 130 mil personas de las cuales el 60 por ciento, se encuentra en condiciones de pobreza extrema, carentes del suministro de agua potable, de recolección de basura, en contacto con escurrimientos de aguas negras. Con calles de terracería que no tienen alumbrado público.

En Acapulco, el 75 por ciento de la población se siente insegura; el 39 tiene ingresos que no le alcanzan para comprar una canasta alimentaria; el 55 no tiene acceso a la seguridad social y el 37 carece de servicios de salud.

Este destino turístico, a pesar de encontrarse en una zona de alta vulnerabilidad a tormentas y huracanes, carece un sistema de alertas por fenómenos hidrometeorológicos  a la altura de su vulnerabilidad. Lo mismo podemos decir de todo lo relacionado con Protección Civil.

Las normas de construcción se enfocan más en prevenir los riesgos sísmicos que los relacionados con vientos huracanados.

En contraste, Acapulco produce 21 mil 827 millones de pesos anuales por servicios turísticos. Contribuye con casi 40 puntos del PIB de Guerrero y más de 65 en su actividad turística.

Para poner en pie a Acapulco se requiere necesariamente del apoyo del sector privado, pero también de garantías de seguridad que terminen con la rapiña y permitan la entrega eficiente de ayuda y de abasto de productos, de estímulos fiscales eficientes que fomenten la inversión y de programas de apoyo de empleo temporal, porque cientos de miles de trabajadores que viven del turismo se quedarán sin fuente de ingresos.

A pesar de dejar atrás los estragos causados por el huracán Otis, los habitantes de Acapulco mantienen un espíritu inquebrantable y confían en que el puerto resurja, ahora como un destino turístico internacional.

Según datos de la Secretaría de Turismo del estado, la ocupación hotelera en Acapulco hasta el 16 de abril fue del 42.9 por ciento en promedio. Pero se carece de información sobre la disponibilidad de habitaciones por zona, así como sobre la disponibilidad en condominios o tiempos compartidos.

Sin embargo, no se trata de volver a ser lo que éramos antes de un hecho catastrófico, sino aprender del golpazo y ser otros muy diferentes, para que no nos pase lo mismo otra vez.