Uno de los objetivos y acciones principales de la actual administración federal, que si bien está por terminar amenaza con extenderse, ha sido el desmantelamiento de la reforma energética aprobada y puesta en operación en 2013 y que abrió la puerta a la participación del sector privado en la generación y distribución de energía y a la exploración y explotación de hidrocarburos. El argumento ha sido contraponerse a medidas que se tildan de neoliberalistas y que llevarían a la privatización de las empresas del estado, empero el resultado ha sido un retroceso alarmante en lo que se debe entender como la verdadera transición energética.

La reforma de 2013 tuvo dos grandes motivadores: la evidente disminución en la producción de petróleo aunado a la caída de las reservas y segundo la transición hacia energías limpias con miras a combatir el cambio climático. Mientras que en 2004 la producción de petróleo era de 3.5 millones de barriles diarios (mdbd), para 2024 de acuerdo con datos de Pemex la producción es de 1.8 millones. Por su parte las reservas de petróleo probadas, probables y posibles han disminuido drásticamente en la última década de acuerdo con el Centro Nacional de Información de Hidrocarburos (CNIH), las reservas probadas, las que sí tenemos disponibles y en explotación, han decaído de 10 mil millones de barriles a 6 mil millones de 2012 a 2022, lo que representa una reducción de 40 por ciento. Por su parte, las reservas probables y posibles se han reducido 40 por ciento y 55 por ciento, respectivamente.

La reforma de 2013 propició una apertura a la inversión en plantas de generación que implicó un cambio tecnológico y una evolución de sus costos, con una mayor incorporación de centrales renovables para descarbonizar gradualmente la matriz de generación del país. Sin embargo, desde 2018, el proceso se detuvo por los obstáculos que se impusieron a la participación privada en nuevos proyectos de generación, derivado de la política pública de fortalecer a la CFE.

Aunado a ello el precio del petróleo cayó drásticamente, a mediados de 2014 rondaba los 100 dólares por barril, en 2016 llegó a niveles inferiores a 20 dólares lo que desmotivó la exploración y explotación de las reservas asignadas en las rondas a los privados, aunado a la imposibilidad de PEMEX de poder invertir en la extracción de las reservas probadas con las que se quedó. Claramente la meta de incrementar la producción apoyados por la inversión privada no resultó exitosa y ahora con la contrarreforma del gobierno actual, con una industria nacional quebrada, endeudada y atrasada tecnológicamente, es toda una aventura lograrlo aun cuando actualmente el precio ronda los 80 dólares si bien con una tendencia a la baja.

Desde el inicio de la actual administración, los motivadores de lo que habría sido la contrarreforma energética fueron el rescate de Pemex y de la CFE, así como alcanzar el concepto abstracto de “soberanía energética”, lo cual más que un proyecto energético es a todas luces un proyecto político e ideológico, que al parecer se pretende continuar.

Si bien no se pudieron hacer los cambios constitucionales y las reformas legales fueron revocadas o quedaron en cierta manera inoperantes, lo que si se pudo hacer fue suspender las rondas y subastas, así como las autorizaciones para que los privados inviertan en generar energías limpias y se ha privilegiado la producción de CFE basada principalmente en tecnologías de ciclo combinado  que aporta el 43.7 por ciento del total de la capacidad energética, seguido de la hidroeléctrica con el 20.1 por ciento, y la termoeléctrica convencional (vapor) con el 16.5 por ciento.

En el tema de los hidrocarburos, la política ha sido tratar de salvar a PEMEX inyectándole recursos “frescos”, casi dos billones de pesos en lo que va del sexenio, e invirtiendo en refinerías los que nos aleja del objetivo de disminuir la huella de carbono. Claramente soberanía energética, no tiene nada que ver con el verdadero objetivo que debería ser la autosuficiencia energética.

Actualmente las políticas energéticas mundiales apuntan hacia la eficiencia energética, cambiando los hábitos de consumo y reduciendo el uso de energéticos fósiles, la inversión en sistemas de generación de energías renovables (fotovoltaica y la eólica), donde la principal apuesta, la más desarrollada hasta ahora, es la energía solar que permite lograr el autoconsumo en los hogares y empresas. De igual forma alcanzar niveles emergentes en electromovilidad para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. En estos dos objetivos nos estamos quedando atrasados y si seguimos perdiendo el rumbo, vamos a involucionar energéticamente y ser menos sustentables para el futuro.

El autor es presidente de Consultores Internacionales, S.C.®