Toda transición tiene características propias; puede haber similitudes con otras precedentes, pero sin duda las discrepancias entre esos episodios obedecen a las circunstancias irrepetibles de cada momento. Hablándose de la titularidad de la presidencia de la República el foco de la atención está en la relación de quien termina la gestión encomendada y quien inicia el desempeño del mandato recibido.
Se trata de la transmisión del poder conferido al principal cargo ejecutivo de elección popular de nuestra República, históricamente identificada la mayoría de su población con la figura del liderazgo que se ejerce verticalmente.
Por eso no hay realmente relación entre el presidente y los ex-presidentes; la relación es entre el presidente y su antecesor inmediato; es entre quien sale del cargo y quien entra a desempeñarlo. Es, vale reiterarlo, un asunto de poder y su ejercicio.
Esa relación y sus riesgos en el período posterior al triunfo de quien obtiene la mayoría de los sufragios es la fuente real de la reforma constitucional de 2014 para que el período presidencial 2018-2024 tuviera dos meses menos; reducir la convivencia en el panorama político entre el Ejecutivo que concluye y la persona electa para ejercer el nuevo mandato.
Salvo en 1994, cuando votamos en agosto, el Congreso se instaló el 1 de noviembre y el nuevo titular del Ejecutivo protestó el cargo el 1 de diciembre, y hasta 2018, cuando se votó en julio, pasaban prácticamente cinco meses para el inicio del nuevo período presidencial.
Como país estamos estrenando la norma reformada para reducir el tiempo entre la jornada electoral y el cambio de gobierno; votar el primer domingo de junio, iniciar la nueva legislatura federal el 1 de septiembre y dar comienzo al nuevo período presidencial el 1 de octubre.
Es paradójico que, si la idea de la reducción fue aminorar el período de tensiones entre la estrella que aparece y el astro que desaparece, en esta primera ocasión de la aplicación de la modificación, diversas expresiones públicas se perciben como los síntomas de un trato de aparente consideración que porta el mensaje general de la preeminencia para el titular en funciones.
Existen elementos propios del momento: la popularidad del Ejecutivo que concluye y la alta votación -número y porcentaje de sufragios- de la candidata triunfadora; el proceso electoral adelantado y la determinación real de la candidatura del partido en el gobierno; la narrativa promovida desde Palacio Nacional y la injerencia presidencial en la promoción de las candidaturas de Morena y sus aliados, en contravención de las prohibiciones constitucionales; y el aparato recursos de comunicación social en manos del gobierno federal para promover a la candidata de la continuación.
Sin demérito de la presentación y resolución de las impugnaciones a los comicios presidenciales, el veredicto de las urnas está aquí: un triunfo contundente para que continúe la propuesta de gestión pública iniciada en 2018. El discurso y la oferta han sido refrendados. Continuidad con la renovación de la titularidad de la presidencia, es el saldo más claro.
Con varios tropiezos a lo largo de nuestra historia, pero dos muy nítidos, la reelección presidencial ha sido practicada y superada con hechos de sangre. El saldo: toda la centralidad del poder a una persona, pero con un límite en el tiempo. ¿Y la influencia posterior? ¿Y la permanencia como espacio real de poder en conflicto con el ejercicio formal? También lo hemos vivido como Nación.
En los cargos ejecutivos no dependientes de una mayoría en el Parlamento es frecuente escuchar que el poder no se comparte porque se afectaría su esencia; un astro pasa a la sombra y otra estrella viene a dominar el firmamento. ¿Cómo conviven? ¿Qué mensaje emiten? Es relación única entre quien entra y quien sale. La ley de la renovación. ¿Prudencia y respeto? ¿Legado y compromiso? ¿Tolerancia y gratitud? ¿Bifurcación transitoria? ¿Bicefalía en la conducción?
Preguntas, preguntas, preguntas. Lo histórico se ancla en la elección de la primera mujer a la presidencia de México; por donde se vea es un poderosísimo mensaje de evolución cultural en nuestro país de machismo y misoginia. Lo político se asienta en el éxito de un movimiento que ha generado una base social de respaldo a partir de mejorar las condiciones económicas de la mayoría con base en la política salarial de los derechos de los trabajadores, y los subsidios y la vinculación en la comunidad para quienes no tienen ingresos en el mercado laboral.
El origen de ese hecho histórico y esa fortaleza política está en quien dejará el poder, que es una persona de poder.
La inicial disparidad entre quien sale y quien entra ha dejado ejemplos de comportamiento político. Manuel González y Porfirio Díaz en 1880 y la vuelta de éste en 1884, ambos promoventes del Plan de Tuxtepec; Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles en 1924 y la vuelta del primero en 1928, dos combatientes triunfadores de la Revolución Mexicana; Calles y Pascual Ortiz Rubio, y Calles y Abelardo L. Rodríguez, ya con la figura del Jefe Máximo de la Revolución, con la renuncia del primero tras dos años en la presidencia (1932) y la sustitución del segundo, y la ausencia de relación por el poder entre Rodríguez y Lázaro Cárdenas del Río, para configurarse entre Calles -que desafiaba la lógica del poder- y quien aportó los rangos fundamentales del presidencialismo mexicano.
Momentos propios y distintos. Todos tuvieron solución con costos diferentes para las personas involucradas y para el país. ¿Qué reto tendremos enfrente? ¿Alguno de esos escenarios? ¿La transición entre Alemán y Ruiz Cortines? ¿Entre éste y López Mateos? ¿O entre éste y Díaz Ordaz? ¿O será como entre Echeverría y López Portillo? ¿O cómo entre Salinas de Gortari y Zedillo?
Es encuentro entre dos. ¿Permanecer? ¿No permanecer? ¿Las personas o las políticas? ¿Cuál es la lógica del poder y de su titularidad; la real y la formal? De los anales del antiguo PRI se extrae la práctica de la sentencia: para permanecer hay que renovar. Entonces no había la revocación de mandato, con su equívoco de desvincular el resultado a la votación recibida para acceder al cargo (porcentaje y número de votos). Habría que revisarlo, si bien la legitimidad del ejercicio formal del poder sólo se refrenda y crece en el ejercicio real. ¿Cómo se comportarán las personas en la encrucijada?