El francés Guy de Maupassant (5 de agosto de 1850-6 de julio de 1893) creció literariamente de la mano de Gustave Flaubert y Arthur Schopenhauer, con un estilo directo e impersonal, favorito de lectores e imitadores. Además de multiples adaptaciones cinematográficas, sus cuentos y novelas han sido plagiados por autores de renombre. Transcribo las primeras líneas de “El crimen del maestro”.
No dejaban de hablar sobre Pranzini, de sus tropelías, y monsieur Maloureau, por el hecho de haber sido fiscal del Supremo en la época de Napoleón III, se creyó con el derecho de comentar:
–A mi me correspondió participar, hace algunos años, en un proceso, de los considerados importantes y singulares, en base a diferentes conceptos, como pronto observarán todos ustedes.
Entonces desempeñaba el empleo de fiscal en la Audiencia territorial, y se me consideraba, debido a los cargos que había ocupado mi padre, presidente en aquellos momentos de Audiencia en París. Un día me correspondió intervenir en un proceso que terminaría adquiriendo una gran notoriedad, me refiero al crimen del maestro.
El acusado era monsieur Moirón, un maestro de primaria, que disfrutaba de un justo prestigio en toda la región. Sujeto inteligente, de mente reflexiva, asiduo de la iglesia y un poco introvertido, había terminado por contraer matrimonio con una mujer del pueblo de Boislinot, donde se encontraba su escuela. Llegó a ser padre de tres hijos, los cuales fueron muriendo de la misma dolencia: tisis. Bajo el peso de esta calamidad, el padre se entregó por completo a los niños que le habían sido confiados, en los que volcó toda la ternura paternal. Llegaba hasta el extremo de emplear su propio dinero para adquirir juguetes, con los que premiaba a los alumnos más aventajados, a los más juiciosos y a los más guapos. En ocasiones se excedía en este terreno, ya que prefería invitarlos a merendar, sin importarle que los pequeños terminaran dándose un atracón de pasteles, caramelos y otros dulces.
No había familia que dejase de elogiar la generosidad y el cariño del maestro, hasta que cinco de sus discípulos, unos tras otros, fueron muriendo de una forma demasiado singular. Quiso encontrarse la causa en la mala calidad del agua de los pozos de la localidad, que acaso habían terminado por corromperse debido a una sequía bastante prolongada. También se intentaron localizar otros motivos; sin embargo, ninguno terminó por convencer a los investigadores, porque se tuvo muy en cuenta que los pequeños habían sufrido unas enfermedades demasiado extrañas, que en seguida les arrastraron a la muerte. Se ponían tristes, perdían el apetito, sufrían intensos dolores de vientre y, al cabo de unos días, agonizaban en medio de unos sufrimientos terribles.
Cuando el médico forense efectuó la autopsia a la última de las víctimas, no encontró ninguna evidencia que pudiera hacer pensar en un crimen. No conformes con este resultado, se enviaron las entrañas a un laboratorio de París, cuyos especialistas tampoco descubrieron huellas de algún veneno.
A lo largo de todo un año no se produjo ningún otro incidente. Hasta que los dos alumnos favoritos de Moirón murieron en un periodo de cuatro días. En esta ocasión los jueces recomendaron que se realizaran unos exámenes más exhaustivos de las entrañas, y pudieron descubrirse, al fin, unas minúsculas partículas de vidrio triturado […]
Novedades en la mesa
Para los seguidores de Lizbeth Salander, la saga continúa en la pluma de Karin Smirnoff con Las garras del águila (Destino, 2022), traducida por Martin Lexell y Mónica Corral Frías.