Éxodo del norteamericano de origen judío León Uris (3 de agosto de 1924-21 de junio de 2003) encabezó por décadas las listas de libros más vendidos e inspiró un clásico del cine. Hoy es casi una curiosidad bibliográfica. Cuenta el viaje de sobrevivientes de los campos de concentración a tierras palestinas, donde se fundaría el Estado de Israel. Transcribo las primeras líneas.
El avión se meció por la pista hasta pararse delante del enorme rótulo: BIENVENIDOS A CHIPRE. Mark Parker miró por la ventanilla y vio en la distancia la maravilla del aserrado pico de los Cinco Dedos, de la cordillera que corría junto a la costa septentrional. Al cabo de una hora, aproximadamente, estaría franqueando el paso con su coche, camino de Kyrenia. Mark Parker salió al pasillo, se arregló el nudo de la corbata, se bajó las mangas de la camisa y se puso la chaqueta. “Bienvenidos a Chipre… Bienvenidos a Chipre…” La frase cruzaba una y otra vez por su cerebro. Y él se decía que era de Otelo, pero no pudo recordar la cita entera.
—¿Algo que declarar? —le preguntó el inspector de Aduanas.
—Dos libras de heroína sin cortar y un manual de arte pornográfico —respondió, buscando con la mirada a Kitty.
“Todos los americanos son unos comediantes”, pensó el inspector de Aduanas, haciéndole pasar. Una empleada del gobierno cuya misión consistía en atender a los turistas se le acercó.
—¿Es usted el señor Parker?
—Presente.
—La señora Kitty Fremont ha telefoneado diciendo que le es imposible venir a recibirle al aeropuerto y que vaya usted directamente a Kyrenia, al Hotel Dome. Ha hecho reservar un cuarto para usted.
—Gracias, ángel. ¿Dónde encontraré un taxi para Kyrenia?
—Yo puedo procurárselo, señor. Será cosa de pocos minutos.
—¿Podré tomar una infusión por ahí?
—Sí, señor. El bar está al final del pasillo.
Mark se apoyó en el mostrador bebiendo a sorbitos el café humeante… “Bienvenidos a Chipre… Bienvenidos a Chipre…” Vaya, ni que le hubiera ido en ello la vida habría sabido recordar el final.
—¡Caramba! —exclamó una voz estentórea—. En el avión ya creí reconocerle. ¡Usted es Mark Parker! Apuesto a que no me recuerda.
“Ha de encajar en uno de los siguientes escenarios —pensó Mark—: Fue en: Roma, París, Londres, Madrid… Y ahora busquemos cuidadosamente el lugar: Bar José, James Pub, Jacques Hideaway, Joe’s Joint. Y en aquella ocasión yo escribía crónicas de guerra, de revolución, de insurrecciones… Y aquella noche particular yo estaba con: una rubia, una morena, una pelirroja (o quizá con aquella descarada de las dos cabezas)”.
Mark Parker tenía ahora al desconocido nariz contra nariz y burbujeando de entusiasmo.
—Yo fui aquél que pidió un “Martini” y no tenían limones. ¿Me recuerda ahora? —Mark bebió otro sorbo de café y se dispuso a sufrir un nuevo asalto—. Ya sé que esto se lo dicen a todas horas, pero a mí me gusta de veras leer las crónicas que escribe usted. Vamos, diga, ¿qué hace en Chipre? —El desconocido guiñó el ojo y le dio un codazo en las costillas—. Un trabajo secreto, apostaría cualquier cosa. ¿Por qué no nos vamos los dos a beber unas copas? Yo me hospedo en el “Palace”, en Nicosia. —Y le plantó una tarjeta comercial en la mano—. Además, tengo aquí muy buenas relaciones. —Y volvió a guiñar el ojo.
—Eh, míster Parker. El coche le espera. Mark dejó la taza sobre el mostrador.
—Encantado de volver a verle —le dijo al desconocido. Y se alejó a toda prisa. Al salir echó la tarjeta en una papelera.