La teleología de las relaciones internacionales con frecuencia lleva a los analistas a utilizar recursos literarios imprecisos, con la intención de innovar en la búsqueda de los fines últimos de esta disciplina de las ciencias sociales. Así sucede con los vocablos “incertidumbre” y “riesgo”, que erróneamente se consideran un binomio inseparable. La incertidumbre deriva de la ausencia de un escenario concreto, que no puede enfrentarse porque no existe y es mera especulación. Otra cosa ocurre con el “riesgo”, que al desprenderse de un evento real, permite calcular los efectos de cualquier acción que se tome para evitarlo. La reflexión viene a cuento a propósito de las fobias que pululan en el mundo, de temores ficticios y reales vinculados, entre otros muchos, a conflictos religiosos, enfermedades, temas de género y guerra.
Como marco de referencia, es ilustrativo analizar lo que acontece con fobias culturales y religiosas. En estos casos, antiguos prejuicios y dogmas de fe sustentan miedos asociados a la pérdida de la identidad sociocultural y de la seguridad personal y patrimonial. Son fenómenos de raigambre histórica, que estimulan en los pueblos una actitud de resistencia frente a terceros, a los que consideran sus enemigos porque los han conquistado o son una amenaza real a su territorio, bienes, forma de vida y valores profundos. Así sucedió entre musulmanes y cristianos en el periodo de expansión del Islam a Occidente, entre los siglos VII y XV, en particular en la Península Ibérica, periodo que llegó a su fin en 1492 con la toma de Granada por parte de los Reyes Católicos. En sentido contrario, lo mismo acaeció con el esfuerzo del papado durante trescientos años (1095-1270) para financiar las campañas militares conocidas como “cruzadas” a fin de recuperar Jerusalén y Tierra Santa.
Las fobias tienen vasos comunicantes con eventos del pasado que subsisten en la memoria, como pasa con la xenofobia, la islamofobia y la cristianofobia, entre otras formas de rechazo. En estos casos subyace el temor de que una persona, grupos de personas o una o varias naciones, sean objeto de repulsa por parte de terceros que son diferentes y no comparten sus valores. Así ocurre en países del Norte Global, donde cada vez son más numerosos quienes se resisten a abrir las puertas a migrantes y desplazados del Sur Global, por toda la carga política, cultural y religiosa que traen consigo. Este repudio se nutre de la “incertidumbre” frente a la preocupación, no sustentada, de que esa gente violente la cultura de su nuevo país de residencia o de plano lo convierta a otra religión (¿la reconquista del Islam en Europa?). En cuanto al “riesgo”, también se refuta a estas personas luego de calcular la posibilidad real de que desplacen a los nacionales en el mercado laboral, o por el rechazo a que suban los impuestos a fin de que el erario público cuente con recursos para apoyarlas. Así las cosas, incertidumbre y riesgo son palabras que, para la teleología de las relaciones internacionales, deben distinguirse al analizar sucesos que, desde las fobias, buscan renovar hegemonismos a partir de falsas presunciones de superioridad civilizacional. Tales fobias son vía franca a la guerra que se avizora, que de ocurrir, acabará con la parodia de que el género humano es capaz de vivir en paz. Esta última condición, siempre simulada en un mundo tenso, está sujeta a peligrosos supremacismos religiosos, afanes de prestigio nacional y soberanías cerradas (aislacionismo). La sociedad internacional, cada vez más cansada, reclama tregua y exige, con angustioso apremio, un nuevo orden multilateral, porque ya no es posible seguir envasando el nuevo vino en las mismas viejas botellas.
El autor es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas.