Al rendir la protesta constitucional de guardar y hacer guardar la constitución y las leyes que de ella emanen y desempeñar leal y patrióticamente el cargo de PRESIDENTA de la República, Claudia Sheinbaum Pardo se convirtió en la primera mujer presidenta en la historia de México. La llegada de la doctora Sheinbaum Pardo a la presidencia de la república, es un acontecimiento histórico desde luego en México, pero también en Norteamérica.

Por primera vez en la historia de nuestro país, una mujer ha asumido el cargo más alto del poder político, la titularidad del ejecutivo federal marcando un antes y un después en la lucha por la igualdad de género. Este hito refleja el éxito de los movimientos feministas y las reformas políticas que, desde el reconocimiento del voto femenino en 1953 hasta la reforma de paridad en todo de 2019, han impulsado la participación activa de las mujeres en la vida pública.

La imagen de una mujer recibiendo la banda presidencial, de manos de la presidenta del Congreso de la Unión (la primera mujer senadora de la Ciudad de México), Ifigenia Martínez, y flanqueada a la derecha por Norma Lucía Piña Hernández, presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, encapsula décadas de lucha por los derechos políticos de las mujeres.

Esta imagen de tres mujeres a la cabeza de los tres poderes de la Unión flanqueadas además por jóvenes mujeres cadetes del colegio militar son ya imágenes históricas que narran la historia de la lucha por la participación política de las mujeres en México. La representación simbólica es sin duda poderosa: más de 200 años después de la independencia de México y tras 71 años de que las mujeres obtuvieron el derecho al voto, la primera presidenta es una realidad. Esto es, sin duda, motivo de celebración, y muchas niñas hoy pueden imaginar que el camino hacia el poder ya no está vedado por su género.

Sin embargo, aunque la llegada de Sheinbaum a la presidencia representa un enorme logro derivado de la lucha histórica de las mujeres por ocupar espacios, por la igualdad sustantiva, su llegada al poder no está exenta de contradicciones y desafíos profundos. La primera presidenta de México, científica y de izquierda, hereda un país dividido, con instituciones debilitadas y una creciente militarización de la seguridad pública. Si bien su presidencia rompe con siglos de dominio masculino en la política, el verdadero reto es si su liderazgo se traducirá en una agenda transformadora para las mujeres y la sociedad en general, o si, por el contrario, representará una continuidad de las políticas que perpetúan la exclusión y la inequidad.

La elección de Sheinbaum es un avance en términos de representación, pero ¿hasta qué punto el simple hecho de que una mujer ocupe la presidencia transforma las condiciones materiales de las mujeres en México? La representación importa, pero no es suficiente si no va acompañada de políticas concretas que enfrenten las opresiones estructurales que afectan a millones de mujeres, especialmente a las más vulnerables.

Sin duda es relevante que ella misma haya mencionado en su discurso las violencias que se cometen contra las mujeres, que haya mencionado a las mujeres que han tenido que callar, a las mujeres indígenas y a las trabajadoras del hogar, al señalar que sin todas esas mujeres, sin todas esas luchas, ella no hubiera podido llegar a la presidencia, por lo que su triunfo no es en solitario.

Pero la duda surge, ¿de verdad llegamos todas? Durante mucho tiempo se ha señalado que la presencia de mujeres en posiciones de poder no garantiza automáticamente un cambio en la distribución del poder ni en las condiciones de vida de las mujeres. La verdadera igualdad de género no se limita al acceso a cargos de poder; debe involucrar una transformación profunda de las estructuras que perpetúan la desigualdad.

Si bien su llegada a la presidencia de México es un símbolo de lo que las mujeres pueden lograr, este hecho por sí solo no cambia la realidad de las mujeres indígenas, las mujeres pobres o las mujeres marginadas, de las madres buscadoras, de las mujeres violentadas, quienes continúan siendo excluidas de los beneficios del desarrollo y enfrentan múltiples formas de discriminación.

Uno de los puntos más controvertidos en la trayectoria política de la doctora Claudia Sheinbaum es su apoyo irrestricto a la militarización de la seguridad pública. Durante su gestión en la Ciudad de México, respaldó el despliegue de la Guardia Nacional en tareas de seguridad, una política que ha sido ampliamente criticada por organizaciones defensoras de los derechos humanos.

En un país donde la violencia y la impunidad son rampantes, la militarización no ha resuelto los problemas de seguridad, sino que ha agravado la crisis de derechos humanos. La continuidad de esta política bajo su presidencia plantea interrogantes sobre su compromiso con la protección de los derechos humanos y la construcción de una paz duradera. La militarización ha resultado en violaciones sistemáticas de derechos humanos, y es precisamente este enfoque lo que pone en tela de juicio si un gobierno liderado por una mujer puede realmente representar un avance para las mujeres, cuando las propias Fuerzas Armadas han sido responsables de abusos contra mujeres y comunidades vulnerables.

En su discurso de toma de posesión, Claudia Sheinbaum le dedicó los primeros seis minutos a López Obrador agradeciéndole profundamente su liderazgo, su lucha y su acompañamiento, al tiempo que enfáticamente mencionaba que se retiraba de la vida pública para irse a su rancho, a escribir.

Personalmente me descolocó enormemente que empezara su discurso como presidenta haciendo mención al desafuero de López Obrador. A partir de ahí el discurso se volvió una especie de homenaje al líder, y por lo menos a nivel discursivo no se marcaba ningún tipo de distancia del hombre carismático, una preocupante necesidad de culto a la figura del líder que se va.

Posteriormente en su discurso se presentó como una mujer, científica y de fe, y su liderazgo ha sido descrito como un triunfo de la razón y los valores humanos. Sin embargo, su discurso también dejó muchas interrogantes, especialmente en torno a la reforma del Poder Judicial. Mientras en las calles personas trabajadoras del poder judicial, acompañadas de personas juzgadoras y jovenes estudiantes, así como diversos colectivos de la sociedad civil marchaban reclamando las afectaciones laborales que la reforma judicial les generará, Sheinbaum aseguraba que los derechos de los trabajadores del Poder Judicial estaban protegidos, incluso hizo énfasis en que lo único que la reforma buscaba era acabar con la corrupción al interior del poder judicial.

Dijo textualmente: “estoy segura que en uno años todas y todos estaremos convencidos que esta reforma es lo mejor. Aprovecho para decirle a las y los trabajadores del poder judicial que sus derechos y salarios están totalmente salvaguardados”. Sin embargo, esta afirmación de que no se generarán afectaciones a las personas trabajadoras del poder judicial contradice el hecho de que la reforma es en sí misma una amenaza a su estabilidad laboral, a su proyecto de vida y a la independencia del poder judicial.

El verdadero reto para Sheinbaum será demostrar que su gobierno no es solo una continuación de políticas de centralización del poder, sino que representa una ruptura con el autoritarismo. La reforma del Poder Judicial, tal como fue aprobada, ha sido vista como un ataque a la independencia de los jueces y a la carrera judicial, elementos fundamentales para garantizar la imparcialidad en la impartición de justicia. La promesa de un cambio profundo en este sentido es crucial, y Sheinbaum deberá enfrentar las críticas y ajustar su gobierno para garantizar una verdadera transformación.

La llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia de México es un hito histórico, pero también una oportunidad crítica para reimaginar el papel de las mujeres en el poder y sin duda viene acompañado de una enorme responsabilidad. En su discurso pronunciado en el Zócalo, reiteró su compromiso con los 100 puntos de su plan de gobierno, haciendo énfasis en la continuidad de los principios de la llamada “cuarta transformación”: combate a la corrupción, justicia social y defensa de los más vulnerables. No obstante, la verdadera prueba de su liderazgo será si logra cumplir con esos compromisos a través de acciones concretas que vayan más allá de la retórica y que transformen profundamente la realidad del país.

Entre los puntos clave de su plan están la igualdad de género, la protección de los derechos humanos y la erradicación de la violencia. Sheinbaum debe demostrar que estos compromisos no son solo una parte simbólica de su discurso, sino un pilar central de su gobierno. En un país donde las mujeres enfrentan violencia estructural y donde la militarización ha exacerbado la crisis de derechos humanos, su promesa de garantizar una sociedad más justa y segura debe traducirse en políticas reales y efectivas. Su discurso en el Zócalo fue un recordatorio del liderazgo que asume y de las expectativas que ha generado.

Pero el reto más grande será construir un legado que vaya más allá de los símbolos y que cambie, de manera estructural, las condiciones de vida de millones de mujeres y de las comunidades más marginadas. Los 100 compromisos que delineó en su discurso, si bien ambiciosos, deben ser el cimiento de un gobierno que reconozca las diversas opresiones que atraviesan a las mujeres mexicanas, y que trabaje por erradicarlas.

No será suficiente garantizar paridad en los cargos de poder; la verdadera transformación estará en cómo Sheinbaum logra convertir esos compromisos en una agenda de género sólida, inclusiva y verdaderamente transformadora.

El tiempo dirá si su gobierno cumple con esta promesa, pero lo que está claro es que la llegada de Sheinbaum a la presidencia es solo el inicio. Las mujeres de México no solo necesitan representación, necesitan resultados. Y los resultados deberán medirse en función de los cambios tangibles que logre en la vida de aquellas mujeres que, hasta ahora, han sido ignoradas por el poder. La historia la juzgará no solo por ser la primera mujer en llegar a la presidencia, sino por lo que haga con esa oportunidad para construir un México más justo, equitativo y libre de violencias.