En algún lugar de la campaña de Donald Trump, este candidato anunció que para celebrar su toma de posesión como presidente de Estados Unidos iniciará la deportación de 3 millones de mexicanos. La advertencia es seria y no podemos tomarla como una simple frase propia de las campañas electorales. Es, en realidad, una propuesta política adecuada para la mayoría de los estadounidenses, puesto que el 63 por ciento de ellos tiene una opinión negativa sobre los mexicanos.
Pongámonos en un escenario A. Los norteamericanos no necesitan de nosotros. Nuestro mercado no es tan grande como quisiéramos y ellos pueden sustituirnos. Ciertamente necesitan de nuestra fuerza de trabajo, pero hay por lo menos 200 millones de asiáticos y 50 millones de latinoamericanos que quieren trabajar para nuestros vecinos. Los 140 millones de estadounidenses que no nos quieren mucho estarían felices con una acción como la que promete Donald Trump. En ese escenario, no nos queda casi nada por hacer. Es más, tendríamos que agarrarnos a ese “casi”.
Pongámonos en un escenario B: el menos malo para los mexicanos. Esas circunstancias del escenario A no existen totalmente. Así, las palabras del candidato republicano son slogans electorales. Son fuegos verbales fatuos, porque la economía norteamericana nos necesita para que seamos una zona de amortiguamiento a la amenaza comercial china. También somos una zona de amortiguamiento para la migración que ha alcanzado el grado de crisis mundial. Nada mejor que tener un país que le cuide la frontera deteniendo a los migrantes 3 mil kilómetros antes de que lleguen a los territorios norteamericanos. Por otra parte, la mano de obra mexicana es muy conveniente para la economía norteamericana, porque se genera cerca de los espacios productivos de los vecinos y ya es conocida como dúctil y de rendimientos satisfactorios. Además, ya existen formas muy eficaces para eludir las responsabilidades que deberían cubrir los empleadores; por eso mismo, hay más interesados en la migración mexicana —incluso la ilegal, a veces es mejor ésta— de lo que parece a primera vista.
Para nuestra buena o mala fortuna, la realidad es una mezcla de los dos escenarios. Los estadounidenses necesitan de nosotros, pero, en buena medida, somos prescindibles. En ese orden, las amenazas de Trump son verdades y son mentiras y más nos vale que sean lo segundo. Pero mientras sucede una u otra cosa, necesitamos entrar a un terreno de reflexiones en el que la sensatez sea mayor que la orientación política.
Trump es una amenaza, pero lo que debemos examinar es si el triunfo de Kamala Harris nos traería mejores consecuencias a los mexicanos. En realidad, necesitamos tomar en cuenta los factores reales de la relación México-Estados Unidos. Sobre todo, en los planos de la economía y de la migración que, por cierto, están muy relacionados.
En el caso de la migración, debemos tomar en cuenta que no podemos depender de las migraciones de mexicanos. Esta salida social para nuestro país comienza a encontrar cada vez más dificultades. La deportación de mexicanos va a seguir con Trump o con la señora Harris y, lo que debe preocuparnos, serán mayores cada día. Tal vez no sea políticamente correcto, pero debemos entender que las soluciones para los mexicanos necesitamos construirlas en México y, afortunadamente, hay signos de que lo buscamos ya con esa orientación.
En nuestras relaciones económicas, si gana Trump, tendremos mayores dificultades con el Tratado con Canadá y Estados Unidos; y si gana Harris, tendremos también problemas. La diferencia entre uno y otro resultado, desafortunadamente, será de forma.
La relación México-Estados Unidos siempre ha sido complicada y las complicaciones van a crecer. Por eso mismo, necesitamos buscar mayores acuerdos en nuestro país. Vienen las elecciones y, sea cual sea el resultado, tendremos problemas. Serán mayores si estamos en franca polarización. ¡Que Dios nos agarre despolarizados!
X@Bonifaz49