En una competencia anunciada como sumamente cerrada, el resultado de los comicios presidenciales en los Estados Unidos ha dejado lecciones relevantes. Y, al parecer, dos inmediatas para la política en nuestro país.
Cierto que no hay dos elecciones iguales y que las emociones dominan la determinación de las personas electoras, más allá del análisis centrado en la “racionalidad” de las personalidades y las propuestas de quienes contienden y su influencia en quienes acuden a las urnas para emitir el sufragio.
Quien fue derrotado en 2020 ha sido el triunfador en 2024, a pesar de haber intentado subvertir el resultado de la votación para elegir a los compromisarios del Colegio Electoral y el voto electoral de entonces, mediante el ejercicio de la violencia en el Capitolio el 6 de enero de 2021; a pesar de la formación de diversas causas penales y haber sido encontrado culpable en una de ellas por el uso de recursos de campaña con propósitos personales.
Además, el fenómeno MAGA -Make America Great Again- ha desplazado la tradición al interior del Partido Republicano y ha propiciado que la Cámara de Representantes y el Senado pronto reflejen mayorías afines al futuro presidente estadounidense para el cuatrienio que iniciará el 20 de enero de 2025.
No será ni una década después de la irrupción de Donald Trump hacia la elección de 2016 y la reacción inicial contra la posibilidad de que obtuviera la candidatura presidencial republicana. El diseño de los Padres Fundadores de 1787 para erigir un gobierno aristocrático con elecciones periódicas del Ejecutivo y el Legislativo fue cimbrado para que un “intruso” al statu quo, al “establishment”, se apoderara de uno de los partidos históricos del bipartidismo estadounidense y sea el centro de la política de la democracia más poderosa del planeta.
El mundo y nuestro país conocieron y padecieron a Trump en la Casa Blanca; y, también, pero, sobre todo, las personas electoras en los Estados Unidos lo respaldaron en 2016 y ocho años después. Es el epítome y el emblema del populismo, que es el credo que domina hoy el discurso político exitoso. Para todas las organizaciones políticas en la ruta hacia futuros comicios, pienso en los de 2030 en nuestro país, la primera lección del 5 de noviembre en curso la recoge David Brooks, el editorialista del New York Times en el artículo que en su título resume la faz más importante de esta jornada electoral: “Votantes a las Élites: ¿Ahora nos ven?”
El resultado de las urnas o los diversos resultados de las votaciones y su multi causalidad pueden encontrar el hilo conductor o la fibra central; el corazón del mensaje de las urnas y hay que apreciarlo con objetividad, realismo y humildad. El partido aliado de la clase trabajadora y promotor de la igualdad experimentó la reclamación de cientos de miles de personas a quienes una élite universitaria, progresista e igualitaria en asuntos indispensables, pero no para la mayoría de la población con menores niveles de educación, ingreso e influencia en la ponderación de los temas de la agenda política y su dirección. Su idea del mundo y sus prioridades no son las nuestras.
Donald Trump se conectó con la población rural y las personas asalariadas de los Estados Unidos y sustrajo una parte relevante de la base electoral demócrata; es polarizante y con compromisos sencillos de expresar, aunque con enormes disrupciones para su concreción y de resultados presumiblemente fallidos en el mediano plazo. Se resolvió que los representa mejor. Ya se verá el costo y el resultado.
El mensaje para el Partido Demócrata estadounidense no es distinto al mensaje que la mayoría ciudadana, aún en el contexto de la falta de equidad en la competencia, dio a los partidos minoritarios de nuestro país el 2 de junio último: ¿ahora me ven? Más allá de sus trayectorias históricas y de actuación para la presente generación, ¿su capacidad de organización, sus ideas y su oferta política muestran el sustrato, el potencial y el vigor para atraer nuevamente a la ciudadanía?
Cierto que las condiciones para las minorías fueron en esa fecha peores que las del escenario de 2018 y tienden a agravarse, por lo cual hacer más de lo mismo no parece que conducirá a un resultado distinto. Ahí están y se amontonan las evidencias.
La segunda lección inmediata parece estar en la contradicción a la cual se enfrentará la coalición mayoritaria de nuestro país por su rechazo cerval al pluralismo político y la convivencia democrática. La consigna del democratismo del triunfo que no reconoce la pertinencia de dialogar, buscar entendimientos, reconocer el punto de vista del otro y construir los acuerdos en la diversidad del espectro político podría ser, en perjuicio de todo el país, la horma del otro lado de la frontera a la que se enfrente la gestión de la retórica de la transformación.
¿Quién tiene el mandato más claro? ¿Quién puede ser la persona destinataria de la exigencia de utilizar su mandato para colaborar con el mandato de la contraparte? ¿En qué sociedad hay mayor factibilidad para la articulación efectiva de impulsos nacionales para promover la agenda propia y resistir las presiones a favor de los intereses de la ajena? ¿Quién puede sentir que la prudencia le es ajena, la temeridad su arena y las consecuencias irrelevantes?
En la coincidencia del primer ciclo de Donald Trump con el anterior gobierno morenista (2019-2020) el saldo de ceder la política migratoria a la Casa Blanca para evitar la imposición de aranceles es la muestra a la vista del discurso de la defensa de la soberanía y lo que en realidad ocurrió. Ese tema, más la seguridad en el clima del dominio territorial y la violencia de los cárteles de la droga en nuestro país y la revisión -¿renegociación?- del Tratado México-Estados Unidos-Canadá, han sido señalados como prioritarios para el segundo período presidencial del empresario neoyorquino y el giro que ha dado al paradigma político de nuestro vecino del norte. La unidad en la pluralidad va a ser necesaria.
Post scriptum: el saldo de la imposición de la señora Rosario Piedra Ibarra para un segundo período en la CNDH ha sido políticamente muy oneroso; la forma y el fondo: mayoría desaseada con lealtad, a lo sumo, dividida y sometida.