Por mi compañera de vida Susana empecé a ir a Chihuahua desde hace ya más de treinta años, y en la capital del Estado Grande vivimos, sumando dos distintas y muy productivas etapas, casi dos lustros. Con una luminosidad única y deslumbrante a lo largo de su extensa y variada geografía, entendí desde un principio por qué ha sido particularmente pródigo en grandes artistas visuales, con una no menos comprensible preponderancia de fotógrafos locales y foráneos atraídos por esa orografía y ese resplandor sobrecogedores. Han podido ser de igual modo captores privilegiados de una riqueza cultural ––tangible e intangible–– no menos estimulante.

Y dentro de esta rica y variada tradición de la fotografía artística y documental chihuahuense, el nombre de Nacho Guerrero ha brillado con luz propia. Testigo elocuente de una extraordinaria revolución técnica que sus decantados talento y oficio han conseguido aprovechar al máximo, en beneficio de un arte donde se ha hecho todo un maestro, Nacho Guerrero ha sido además un muy generoso formador de ya varias generaciones de fotógrafos que han encontrado en su enseñanza no solo una siempre saludable guía, sino inclusive una fuente de inspiración. Si bien los más de ellos han conseguido trazar su propio camino y construir su personal estilo, como siempre se espera de cada nuevo creador, los más han reconocido en su invaluable impronta un acicate insustituible.

Nacho se ha destacado desde el principio de su carrera por un muy personal estilo, por su inconfundible manera de combinar una profunda sensibilidad estética con un no menos agudo sentido de la narrativa visual. Como otros grandes artistas de la lente, su mejor obra no se limita a la mera captación de cuanto su mirada siempre atenta y aguda es capaz de conservar para la eternidad, sino que además trasciende las más de las veces en la narración de historias de vida, en la evocación de emociones diversas, en la reflexión como punta del iceberg de un arte con un hondo sentido tanto estético como social. Cada imagen que atrapa es testimonio de su mirada única, interpretación del mundo que lo rodea, donde la luz, la sombra y la composición construyen una experiencia irrepetible, un microcosmos de sensaciones diversas.

Un artista siempre apasionado con lo que hace, como lo ha manifestado de igual modo en su más tardía pero no menos creativa práctica como anticuario y hacedor de muebles, desde que conozco a Nacho me sorprendió además su no menos genuino compromiso con la enseñanza. Su formidable taller ha dado siempre cabida a jóvenes con quienes no solo comparte sus muchos conocimientos técnicos y de una experiencia vital infatigable, sino su propia pasión por un arte del que ha hecho su religión, su campo de batalla, su espacio de gozosa existencia. Muchas de sus mejores fotografías consiguen ser autenticos poemas del instante eternizado, pero no sólo de cuanto percibimos a primera vista de ese momento único, sino además de cuanto hay atrás y de cuanto se avizora por venir, porque ese intervalo es consecuencia de una historia de vida de cuanto ha sido y de cuanto se espera ser. Una obra de arte de verdad es capaz de abarcar ese todo, ese universo, de mostrar, de revelar, de sugerir.

Su prolífica y variada producción nos ha legado auténticas joyas tanto en el terreno artístico como documental, descubriendo pronto lo que el escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski dio en llamar el “olfato trashumante”, porque este reconocido fotógrafo descubrió desde la adolescencia que nada le apasionaba tanto como viajar con su cámara al hombro y registrar la identidad de pueblos y comunidades chihuahuenses manifiestos en su transcurrir cotidiano. Por otra parte, también hemos reconocido su no menos genuina labor tras el rescate de las tradiciones que conforman identidad, y por qué no al ecologista que continuamente expresa su defensa a ultranza de los ecosistemas.

El impacto de Nacho Guerrero en la comunidad fotográfica de Chihuahua ha sido innegable; su influencia se extiende más allá de las aulas. Su trabajo ha sido exhibido en diversas galerías y ha recibido múltiples reconocimientos, consolidándolo como un referente en el arte fotográfico sobre todo en su natal Chihuahua. Su capacidad para capturar la esencia de la vida cotidiana, así como su habilidad para abordar temas sociales y culturales, lo han convertido en un cronista visual de su tiempo, parafraseando otra vez al cubano universal Alejo Carpentier. En un mundo donde la imagen se ha vuelto omnipresente, la obra de Nacho nos recuerda la importancia de mirar más allá de la superficie, de la epidermis. Su mejor arte nos convida a reflexionar sobre la realidad que nos rodea y a apreciar la belleza en lo cotidiano, en lo en apariencia instrascendente a los ojos de un mundo cada día más banal y banalizado. Y ese extraordinario legado perdura no solo en las imágenes que ha creado y recreado, sino también, insisto, en las vidas que ha tocado a través de su generoso magisterio.

 

Premio Chihuahua a quien ha sido profeta en su propia tierra y sin renunciar a su terruño, ahora se ha hecho merecedor con no menor justicia a la Medalla al Mérito Cultural Víctor Hugo Rascón Banda, que la incansable Lorena Serrano Rascón consiguió que el Congreso del estado instaurara en memoria de otro chihuahuense ilustre no solo como dramaturgo de primerísima línea, sino además como promotor no menos generoso de la obra de otros colegas y artistas. ¡Muchísimas felicidades, mi querido y admirado Nacho!