Por encima de las ideas de la modernidad política, inspiradas por los valores de la libertad la igualdad y la justicia -conmutativa y distributiva-, la identidad nacional aventaja como hilo conductor de la conformación del mundo. En alguna parte de su esencia, el Estado moderno es Estado-Nación; un pueblo y, también, un conjunto de pueblos con identidad nacional para dar cauce y forma al espacio del ejercicio del poder en las sociedades de hoy y sus raíces como estados independientes.

Comunidades nacionales con sus propios credos: postulación de valores y de principios para convivir y envolver sus, también, intereses propios o particulares. Aquéllos -unos y otros- pueden coincidir en las diferentes realidades estatales de nuestro tiempo, pero éstos solo convergen o son mutuamente funcionales y complementarios, más no coincidentes. Las dos primeras especies visten y envuelven. La tercera embiste y resuelve.

En la circunstancia cíclica del coetáneo inicio de los mandatos presidenciales de nuestro país y de los Estados Unidos, el periodo presidencial de la Dra. Claudia Sheinbaum Pardo estará marcado por el segundo mandato conferido por la ciudadanía de nuestro vecino del norte a Donald Trump y su aspiración por construir un legado político de grandeza para su país, pero no por su ejemplo para el mundo a la luz de valores éticos y solidaridad universal, sino por la afirmación de la identidad que excluye a quienes son diferentes.

Entre la presidenta en funciones y el ejecutivo que iniciará su mandato el 20 de enero de 2025 hay dos y medio componentes identitarios: (i) la exaltación populista y el concepto de la democracia popular o mandato mayoritario excluyente de la pluralidad; se dice haber obtenido del pueblo un mandato que rivaliza con los principios y supera las instituciones de la democracia representativa y los frenos y contrapesos orgánicos. No reconoce límites;

(ii) la apelación al nacionalismo como elemento de cohesión de sus bases; allá por la afirmación de identidades originarias de carácter étnico y cultural y el rechazo a lo diverso de muchas y muy variadas migraciones de personas con otros orígenes nacionales, y acá por la percepción de que el riesgo de las advertencias del próximo presidente estadounidense obligan a sublimar las diferencias de los excluidos para cerrar filas con el interés del Estado mexicano, más que del gobierno y su reticencia al diálogo y al acuerdo con las minorías políticas y con quienes piensan distinto. Ambas dirigencias políticas con la mira en lo más elemental; y

(iii) la entronización de liderazgos que se auto evalúan como iluminados para realizar transformaciones épicas y no están obligados a regirse por los cauces de las instituciones y los valores que han de tutelar más allá de la titularidad temporal y transitoria del poder ejecutivo y la facultad para dirigir al Estado. Allá con el retorno de quien fue derrotado en 2020 y acá con la prevalencia de quien concluyó el mandato recibido el 30 de septiembre último, pero mantiene colonizadas muchas mentes y la égida sobre funciones claves como la propaganda, los programas sociales y el partido oficial.

Elementos que permiten identificar lo similar y cuyo despliegue lleva a la confrontación potencial y el saldo del peso del poder económico y sus prendas, más que al entendimiento y la cooperación.

El triunfo de ambos populismos se explica por la formación de bases sociales decepcionadas con la ausencia de los niveles de vida ofrecidos, postulados, prometidos. Allá, las condiciones de bienestar que habrían de arribar a raíz del triunfo en la llamada Guerra Fría y la internacionalización de la economía no se materializaron como se había dibujado; y acá la incapacidad para revertir la pobreza y la desigualdad social a más de un siglo de la Constitución que se expidió para ordenar al Estado a fin de hacerlo posible. Son bases reales con ese antecedente de decepción y desencanto que hicieron factible su cohesión y movilización.

Por obvias razones, el populismo de Donald Trump está en lo interno y mira al exterior para satisfacer a sus bases; el populismo del gobierno federal mexicano está en lo interno y mira a las minorías políticas, a las organizaciones de la sociedad con independencia del poder y a quienes piensan distinto y lo critican para alimentar a sus bases. La dinámica de cada uno hacia la diferencia y, tal vez, a la confrontación era lo previsible a causa del discurso y los objetivos políticos de quien ofreció recuperar la grandeza que vive entre la nostalgia del pasado y la aspiración del futuro.

En el tablero más elemental, para el próximo mandatario estadounidense lo primero es establecer-refrendar la hegemonía en la región de América del Norte: no son planteamientos de cooperación entre naciones amigas y socios, sino exigencias para normar el trato desde una posición de fuerza.

Ya se dio el primer episodio y bastó un mensaje en la red socio digital para obtener de México el primer compromiso, solo a cambio de dialogar sobre el tema de las drogas. Dice Trump que la presidenta Sheinbaum “ha accedido a detener la migración a través de México y hacia los Estados Unidos, cerrando en forma efectiva nuestra frontera sur”. Y agrega: “Con efecto inmediato, México detendrá a las personas de ir a nuestra frontera sur. Esto contribuirá mucho a detener la invasión ilegal de EUA”.

Sin demerito de las disposiciones legales mexicanas en materia de migración, asilo y refugio, en esta materia la cuestión es la internación a México como territorio de tránsito hacia los Estados Unidos para ingresar en cualquier forma posible. La movilidad humana hacia ese país tendrá una acción de corresponsabilidad mexicana, como se asumió en el periodo presidencial anterior. Con la pura advertencia avanzó Trump. Ante la horma del populismo, fondo y forma reclaman una estrategia nacional, no mensajes en redes socio digitales ni cartas.