Su guión más celebrado es el de la película El hombre que nunca existiz56, dir. Ronald Name). Ha sido poco traducido al español. Aquí transcribo las primeras líneas de su cuento “Solitario”, con la trama de una estafa.
Mi menú había consistido en arenques, queso y una taza de café. La cuenta ascendía a cuatro libras, tres chelines y seis peniques.
—Me contaste alguna vez que el último propietario de este lugar fue ejecutado —dije en tono amargo. ¿Seguro que no fue por robo a mano armada?
Tío Charles negó con la cabeza.
—No, fue un asesinato normal. Las circunstancias no carecían de interés. Algún día te lo contaré —suspiró—. Si fuera más joven y no conociera tan bien el mundo —añadió con tristeza, supongo que me ofrecería a pagar la cuenta o por lo menos a compartirla contigo.
—¿Por qué? —pregunté asombrado.
—El caso es que he ganado algún dinero. Anoche estuve jugando al bridge en casa de los Marshall y gané 25 libras.
—Bueno, es muy amable por tu parte…
—Pero tú y yo sabemos —dijo tío Charles con firmeza— que ganar una suma de este calibre puede suponer el colmo de la desgracia. No conozco bien a los Marshall, y antes sólo había jugado un par de veces con ellos, pero no son más que dos malos jugadores que, convenientemente cultivados, podrían haberme proporcionado una renta fija de dos o tres libras semanales durante los próximos diez años. Sin embargo ahora, como han perdido 25 libras en una velada, nunca volverán a invitarme. Traté de evitarlo por todos los medios; pero cuando doblé su ridícula puesta final en un último esfuerzo por salvarles, ellos se limitaron a redoblarla. Hicieron dos bazas y yo me marché. La cosa para ellos puede acabar o no en el divorcio. Lo que sí es seguro es que para mí se han acabado las partidas de bridge con los Marshall.
—¿Crees en los beneficios reducidos y los ingresos fijos?
—Hoy en día ése es el único principio aplicable a cualquier tipo de juego que presuponga cierta habilidad. Cuando la duquesa de Devonshire estaba dispuesta a perder 50 mil libras de una vez era otra cosa. Pero en una partida de a cinco chelines los cien tantos debe uno considerar sus ganancias como una modesta pensión en vez de un medio de hacer fortuna.
—En la actualidad nadie puede permitirse el lujo de jugar fuerte.
—Tampoco en otros tiempos —tío Charles esbozó una sonrisa para sus adentros y añadió—: yo intervine en una partida en la que uno de los jugadores acabó extendiendo un cheque por 800 libras, suma de la que desde luego no disponía. Pero en cierto modo fue una demostración de mi punto de vista de que ganar puede ser funesto y perder provechoso.
—Me temo que no te entiendo.
Tío Charles paseó la mirada por el restaurante.
—Has pagado la cuenta —dijo—. Si ahora pides dos coñacs más, es posible, aunque no probable, que se olviden de cobrártelos. Entre tanto te aclararé mi última aseveración.
Novedades en la mesa
Una historia inspirada en la vida de la pintora Leonora Carrington, La novia del viento (Ediciones B), de Brenna Watson.