Porque a toda acción corresponde una reacción, los eventos políticos en Estados Unidos resultan, entre otros, de reacomodos hegemónicos y mutaciones en la gobernanza mundial; del desafío económico y tecnológico de China; del impacto negativo de la relocalización de cadenas de suministro y de la crisis social generada por la globalización. Esta última, al concentrar la riqueza en pocas manos y ser incapaz de derramar beneficios en los cuatro puntos cardinales del orbe, ha propiciado flujos migratorios del Sur al Norte Global, de personas que huyen de la pobreza y de la violencia generada por la delincuencia internacional organizada. En tales condiciones y buscando respuesta a sus necesidades domésticas, en las elecciones del 5 de noviembre último el pueblo estadounidense castigó al gobierno previo y favoreció a voces radicales y de vocación mesiánica. Este resultado tiene potencial para modificar el liderazgo legítimo de Washington en un entorno mundial muy complejo, donde el más reciente y peligroso capítulo de la Guerra Fría exige cautela diplomática.

La nueva nomenclatura es disruptiva y populista. En el periodo proselitista, en mayor o menor medida invocó la validez de instituciones y leyes que, ahora desde la Casa Blanca, denuncia y desmantela. Su advertido rechazo al establishment polariza a la sociedad y enrarece la buena comunicación que requiere la democracia para fomentar consensos y legitimar acuerdos. En un contexto más amplio, la política exterior se perfila aislacionista, recelosa de aliados tradicionales, amenazante y distante del orden liberal, que no obstante sus insuficiencias, ha mantenido la paz y seguridad internacionales desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. La recién inaugurada administración abandera enojos populares y es contestataria; de ahí su fortaleza interna y también su flaqueza externa, ya que adolece de un proyecto estructurado que permita apuntalar la solidaridad y empatía necesarias para transformar retos en oportunidades para todos los pueblos, desde una perspectiva integral, objetiva, corresponsable y multilateral.

La oferta gubernamental es contradictoria; habla de procurar el bienestar de las familias, los obreros y los trabajadores del campo, pero en los hechos perfila políticas concebidas con criterios clientelares y favorables a intereses sectoriales y particulares de marcado perfil oligárquico. En ejercicio llano del poder que impone, aspira a redefinir la política mundial y relega la herencia de grandes constructores de paz de diferentes nacionalidades, incluso estadounidenses, que a lo largo de décadas han abogado por la cooperación para el desarrollo, la justicia económica, el desarme, la paz y el respeto al Derecho Internacional.

Como todos los populismos, el de Estados Unidos tiene particularidades como la forma de su liderazgo, narrativa y estrategia para lograr objetivos políticos. Como espejo convexo, deforma la realidad y puede ahondar problemáticas en la Unión Americana y en otras regiones del mundo. Aunque el porvenir es incierto, no hay que perder la esperanza en la buena política, esa que, como dijo Konrad Adenauer, va más allá de ganar elecciones y construye un mundo mejor.

El autor es doctor en Ciencias Políticas e Internacionalista.