Volvimos mi esposa Susana y yo a Oporto después de veinte años, con la enorme ilusión de reencontrarnos con un país y con una ciudad que desde la primera visita nos encantaron y atraparon, por su formidable arquitectura con esos típicos mosaicos alucinantes por su azul intenso, por su riquísima gastronomía, por su música y su literatura igualmente inconfundibles, por su gente adorable. Y como aquella primera vez habíamos ido de pisa y corre, pasando apenas por Coimbra, pues nuestra sede fue en esa ocasión su capital Lisboa que nos desveló nuestro entrañable amigo Armando G. Tejeda, decidimos ahora desplazarnos desde Madrid directamentre en avión a Porto, para estar allí y conocer mejor esa bellísima ciudad en un largo fin de semana, dedicándole un día completo a Coimbra y su emblemática ––e histórica–– gran Universidad.

Ambas ciudades nos acabaron de fascinar, con todo y su geografia de calles empinadas como la misma Lisboa, confirmándonos por qué todo Portugal se ha puesto justamente de moda, y en particular Porto. Son creativos en casi todo y para todo,  incluido el diseño que desarrollan y estampan hasta en los más recónditos resquicios, en paredes y hasta en ventanas, en camisetas, en su imprenta, en su bisutería. A Susana le llamó mucho la atención, por ejemplo, que hasta esas ventanas tienen números y se contabilizan en las calles, no solo las puertas, con lo que perderse allí es casi imposible. Cuando nos fuimos volvimos a experimentar eso que los portugueses llaman la saudade, la nostalgia de dejar un país que para mucha gente acostumbrada más bien al glamour le puede resultar avejentada, cuando en realidad es seductora en sus tantas exquisiteces para paladares más sensibles. Entre otras cosas, quería conocer y experimentar su imponente Casa da Música, parte ya hoy de la fisonomía de Oporto, si lo castellanizamos.

La Casa da Música de Porto se erige como un símbolo de la modernidad y la innovación en los ámbitos arquitectónico y musical no solo lusitanos sino europeos y mundiales. Diseñada por el renombrado arquitecto holandés Rem Koolhaas, este espacio no solo destaca por su peculiar estética, sino también por sus excepcionales acústica e isóptica, que han sido meticulosamente diseñadas para ofrecer una experiencia sonora inigualable. La combinación de su estructura única y su tecnología avanzada permite que cada nota resuene con claridad y profundidad, creando un ambiente propicio para la apreciación musical a fondo y en detalle, como nuestra muy honrosa Sala Nezahualcóyotl en en Centro Cultural Universitario, en CEU, como un rasgo ya distintivo de nuestra máxima casa de estudios.

Sede de la Orquestra Sinfónica do Porto, coincidió con que pudiéramos escuchar un concierto extraordinario y pletótico de color, de mucha fuerza: “Preludio y muerte” de la magnánima gran ópera de Richard Wagner, Tristán e Isolda; el estreno en Portugal de la breve pero frondosa partitura también para orquesta Der Zorn Gottes (A Ira de Deus), de la compositora rusa Sofiya Gubaidúlina; y la celebérrima Rapsodia sobre un tema de Paganini, obra para lucimiento pianístico de Sergéi Rajmáninov. Bajo la dirección de la muy talentosa joven batuta de igual modo rusa Anna Rakitina, la orquesta sonó esplendorosa en todas sus secciones, corroborando el nivel que esta agrupación tiene desde la propia inauguración de su sede, en el 2005, con formidables atriles que han acompañado a las primerísimas figuras que ya han pasado por este icónico espacio del diseño arquitectónico. Símbolo inequívoco de fervor intelectual y belleza sensual, como muy bien lo ha descrito un prestigioso especialista en la materia, es el más representativo del gran talento de Koolhaas (el proyecto más ambicioso para dar brillo a Oporto 2001-Capital Europea de la Cultura), comparándosele con el no menos imponente edificio que Franck Gehry ideó para albergar el Museo Guggenheim en Bilbao, y su gran orquesta está a la altura del lugar.

El solista invitado fue el no menos talentoso joven israelí Joav Levanon, dotado pianista que con su poderosa y brillante version de la  Rapsodia sobre un tema de Paganini (24 variaciones del último de los 24 caprichos para violín de célebre compositor e intérprete genovés), opus 43, consiguió, como dice mi querido amigo Lazarito Azar, sacar chispas. En algo me recordó la famosa y ya referencial lectura del ruso Andrei Gavrilov de esta colosal obra concertante de Rajmáninov, que grabó con la Orquesta de Filadelfia (su genial autor y también gran dotado intérprete la estrenó con esta misma agrupación en 1934, bajo la dirección del británico Leopold Stokowski) y el gran Riccardo Muti al podio, con los Concerti 2 y 3 del mismo, un registro ya de antología. Con una impecable técnica, me encantaron sus tempi, su fraseo, el color que consigue sacarle al instrumento. Conocida por su complejidad técnica y su belleza melódica, más allá de las muchas y variadas versiones que de ella existan (su segunda sección, entre las variaciones 11 y 18, ha sido de empleo recurrente en el cine), Levanon nos confirmó por qué ha sido precisamente con este maravilloso compositor y pianista ruso (quien muriera exiliado en Los Angeles) con uno con los que mejor se siente, he ahí su registro de los tan visuales Études-tableaux, opus 39, que orquestó más tarde su colega y amigo italiano Ottorino Respighi.