El Papa Francisco, promotor del progresismo y de la “opción preferencial por los pobres” postulada por la CELAM, falleció el pasado día 21, tras una enfermedad y convalecencia que lo habían alejado de sus responsabilidades. Aunque se dice que en el Palacio Apostólico no se hace política porque su reino no es de este mundo, por ahora se avizora lo opuesto. Con la sede vacante, se abre un proceso sucesorio muy complejo y de vertientes múltiples.

Al interior de la curia, entran en juego posturas a favor y en contra de la continuidad de un pontificado como el de Bergoglio, que estuvo marcado por su empatía con el Concilio Vaticano II y una contundente denuncia en contra del neoliberalismo y a favor de la justicia social y el desarrollo sostenible. A los sectores conservadores de la Iglesia, la ocasión permite perfilar candidaturas de purpurados de otro corte ideológico y pastoral, que sean ajenos a la vocación reformadora de Francisco y proclives a abrazar tesis tradicionalistas como las de Juan Pablo II y Benedicto XVI.

En todo caso, la ausencia del Papa argentino pone sobre la mesa expedientes que no han sido agotados y que deben revisarse si se aspira a una genuina reforma de la Iglesia, que la acerque a la gente. De igual forma y por su impacto en el gobierno universal de la institución eclesiástica, es previsible la discusión sobre el origen nacional y regional del próximo Papa. Sobre este capítulo, en el cónclave los cardenales electores habrán de ponderar la pertinencia de escoger a un pontífice italiano, luego de que los últimos tres no lo fueron, o a uno proveniente de cualquier otro país.

La agenda religiosa y política del Vaticano, rica y polémica, será objeto de deliberaciones secretas en la Capilla Sixtina. En un contexto mundial donde el relativismo avanza en detrimento de las confesiones religiosas y las nuevas generaciones no siempre encuentran respuesta a sus necesidades espirituales, el cónclave está llamado a atender realidades concretas, como las diversas modalidades de la familia y la salud reproductiva. De igual manera, tendrá que evaluar  fórmulas que permitan el retorno de los jóvenes a los templos e impulsar el diálogo con la comunidad LGBTQ+.

Otros capítulos en los que habrá debate son el combate a la pederastia, la comunión para divorciados, el matrimonio para ministros del culto y la asignación de responsabilidades mayores a la mujer en la Iglesia, incluso para su eventual acceso al sacramento sacerdotal. Lo mismo habrá de ocurrir con el anhelo de avanzar en la colegialidad del Sínodo de Obispos, en beneficio de la siempre pospuesta “apertura” de la Sede Apostólica.

El proceso sucesorio en  Roma ocurre en un entorno global sensible y tenso; cuando la condición previsible de las relaciones internacionales y la seguridad que aquella ofrecía, se degradan debido a liderazgos que descalifican el sistema de reglas establecido en San Francisco, en 1945. Así las cosas, no hay duda de que, quien resulte electo Papa, podrá ser cómplice de esta tendencia o, en sentido inverso, contribuir a edificar un mundo más justo y solidario, uno que sea de todos y para todos. Ojalá ocurra lo segundo ya que, de no ser así, las nuevas generaciones se alejarán aún más del catolicismo. Por lo que hace a la Santa Sede, esa complicidad pondría en tela de juicio su probada solvencia política y diplomática en un momento crítico en el que, para desactivar conflictos y construir un futuro armónico, urge hablar de la paz posible. Alea Iacta Est.

El autor es doctor en Ciencias Políticas e Internacionalista.