Giacomo Puccini (Lucca, 1858-Bruselas, 1924) se sometió tan obedientemente a su irrenunciable vocación, que compuso tres de las óperas más populares que se han escrito: Bohemia, Madama Butterfly y Tosca. Concentración decantada de múltiples asimilaciones, su singular producción se construyó con elementos de la politonalidad, el neoclasicismo, el futurismo, el impresionismo, la dodecafonía y el verismo, corrientes todas ellas que parecían no importarle y con las cuales solo tuvo apenas contactos transitorios. En apariencia indiferente a los postulados de músicos como Debussy o Schönberg, lo cierto es que en algún momento los incorporó en el desarrollo de su  producción, en lo que consideraba apropiado a ese esquema tan suyo del “drama musical”. Si tuviéramos que utilizar un adjetivo para definirlo, sería el de “ecléctico”, sin caer tampoco en esa otra tendencia intelectual de su tiempo que con premeditación se edificaba sobre múltiples eslabones. En términos reales, debió poco a nadie, de ahí el espíritu singular de su obra.

Ópera en tres actos, con libreto de Luigi Illica y Giuseppe  Giacossa, Tosca se estrenó con mucho éxito en el Teatro Costanzi, en Roma, casi para recibir el siglo, el 14 de enero de 1900. A partir del drama La Tosca, de Victorien Sardui, que la propia Sarah Bernhardt había estrenado poco más de dos lustros atrás en París, se desarrolla a través de una trama que entrelaza el amor, los celos y el sacrificio, todo ello en el contexto de un tumultuoso período de agitación social y política. Hombre de teatro y maestro en la creación de melodías que se adentran en la psique humana, el ya aquí maduro Puccini utiliza una muy rica y variada paleta musical para representar las emociones de sus tres personajes protagónicos en vilo: la celosa y trágica cantante Fiora Tosca que le da nombre (soprano lírico-spinto), su amante artista comprometido con la causa patriótica Mario Cavaradossi (tenor lírico-spinto) y el siniestro jefe de la policía Barón Scarpia (barítono dramático).

De vuelta a la Metropolitan Opera House de Nueva Yorkr, me tocó volver a disfrurar de esta maravillosa obra pucciniana en una reposición de la gran producción de David McVicar, con el último de sus tres elencos, que había despertado gran expectación porque regresaban al MET los aquí muy queridos bajo-barítono galés Bryn Terfel, y soprano y tenor locales Sondra Radvanovsky y Brian Jagde. De hecho, Terfel no volvía a la sala desde hace trece años, desde aquella muy sonada gran producción de la tetralogía wagneriana El anillo del nibelungo del canadiense Robert Lepage que veíamos anunciada hasta en los distintivos de los autobuses en la Gran Manzana, y este distinguido creativo en el Cirque du Soleil echó todo la carne al asador en materias tecnológica y visual. Si bien en materia vocal ya no está en su mejor momento, porque el tiempo no pasa en balde y los tres mosqueteros ya no son los mismos veinte años después, incluida una difícil intervención de pólipos en las cuerdas, el viejo lobo de mar sacó de la chistera todos sus mejores atributos histriónicos y de administración de recursos canoros. Si bien su Scarpia adoleció por momentos de plenitud vocal, en cambio desbordó personalidad y fuerza interpretativa, dominio escénico.

En cuanto a la soprano, con enormes cualidades vocales y en su mejor momento, la Radvanovsky abordó su Fiora Tosca con la valentía y la libertad de una interpretación verdaderamente inquietante, en autentico tet a tet con el primer bajo-barítono. Su sello distintivo fue el susurro penetrante, la capacidad de fluctuar el volumen en un solo aliento, convirtiendo un grito angustiado en un sonido a la vez levemente compasivo e inquebrantable en su esencia, que desde su famoso “Vissi d’arte, vissi d´amore” desencadenó el entusiasmo del público.

El tenor igualmente estadounidense Brian Jagde, como su condenado amante Cavaradossi, nos convenció con un canto aplomado y seguro, porque técnica y recursos los tiene de sobra, como los otros dos protagónicos. Al llegar a su estelar “E lucevan le stelle”, del tercer acto, ya tenia de igual modo al auditorio en la bolsa y solo fue la confirmación de quien está construyendo una carrera sólida. Si bien en materia actoral cumple dentro de lo tradicional, su canto resulta conmovedor por la belleza de su timbre. Aclamado ya con este papel, con la misma Radvanovsky, cuando se estrenó esta producción hace unos años, ambos conocen ya muy bien sus personajes y han conseguido hacerlos suyos, apropiarse de ellos, en una pareja ya perfectamente compenetrada.

Época de ya muy solventes directoras, la chino-estadounidense Xian Zhang ha conseguido una lectura propulsiva y hasta cinematográfica de tan hermosa y bullente partitura. In crescendo, la batuta de Zhang estuvo a la altura del melodrama, especialmente en el segundo acto, manteniéndonos en vilo. Estudiosa de la obra, estuvo a la altura de una orquesta brillante en todas sus secciones, y que se conoce esta partitura al pie de la letra. La primera directora titular de la Orquesta Sinfónica de Gales, la conocíamos porque había hecho una muy exitosa tour por China con la Orquesta de la Escuela Juilliard, y su participación con la prestigiada Filarmónica de Nueva York, primero como asistente y después como directora asociada, llamó la atención en su talento. Su sincera querencia por la ópera la llevó a convertirse en la directora principal de la Orquesta Sinfónica de Milán Giuseppe Verdi, y desde entonces ha sido invitada a las más importantes agrupaciones del mundo.