El panorama político mexicano está cada vez más putrefacto. Paradójicamente se da en un marco de hegemonía de la llamada Cuarta Transformación: control aplastante en las Cámaras del Congreso de la Unión, en las de los estados, práctica desaparición del Poder Judicial con mínima autonomía, corporativismo inédito en el medio sindical, sumisión humillante de las cámaras patronales a la presidencia de la república, fortalecimiento del poder militar, sumisión a los Estados Unidos y creciente vinculación con los grupos llamados del crimen organizado.
La eliminación paulatina de la incipiente república democrática, fruto de la lucha social, política, cultural, étnica, identitaria de múltiples y diversos movimientos a lo largo la segunda mitad del siglo XX a la fecha y la restauración del régimen corporativo, de la presidencia imperial, no tienen al frente ninguna fuerza capaz de impedirlo.
Los nuevos actores se manifiestan de muchas y desconocidas formas, algunas veces con los métodos tradicionales: grandes manifestaciones callejeras en todo el país, principalmente en la ciudad de México, muchas otras por medio de las redes, de la creación de espacios culturales, étnicos, identitarios, ambientalistas, feministas; también por medio de obras de arte, de teatro, de cine, de una maravillosa e insólita rebeldía, casi absolutamente ajena a la disputa por el poder político. Todo este renacimiento, va formando una especie de caleidoscopio muy inesperado, único, donde los viejos aparatos de control no pueden penetrar, pero donde tampoco ese inmenso mundo caleidoscópico tiene la fortaleza para construir una hegemonía autónoma, alterna al viejo Estado en decadencia.
Ese fenómeno no es único del momento histórico mexicano, es la nueva esfera planetaria de un mundo hasta hoy difícilmente clasificar en los criterios sociológicos, antropológicos, culturales del código basado en la visión binaria de más de 10 mil años de la existencia de las sociedades sedentarias, patriarcales y de destrucción del hábitat planetario.
La putrefacción del llamado socialismo realmente existente le dio un inmenso respiro a un capitalismo que lejos de ir a su desaparición, pareciera constituir una ruta sin retorno hacia el apocalipsis planetario.
En ese contexto tan abigarrado, se generan fenómenos de embelesamiento masivo de los demagogos unas veces con máscara de “derecha” como Trump en Estados Unidos, la señora Le Pen en Francia, la Meloni en Italia, Milei en Argentina y en el caso mexicano un cacicazgo aldeano anacrónico cohesionado bajo la ideología nacionalista-estatista que juega el papel de ser el último risco en el barranco que se nutre del fundamentalismo castrista. Algo verdaderamente insólito desde cualquier ángulo que se observe.
Es en ese escenario que se produce una disputa feroz por el control mediático, donde la vieja prensa vendida, objeto de los insultos de los manifestantes en el 68 está siendo sustituida por una prensa de Estado al estilo soviético y cubano, salpicada además por una despiadada lucha entre los grandes monopolios que quizá esté detrás del caso Televisa Leaks.
La inmensa mayoría de la sociedad es ajena a esas disputas encarnizadas y sin embargo es la que se verá más lastimada.
Los desafíos al frente para un camino autónomo que no puede extraviarse en su lucha anticapitalista son muy inéditos y quizá por ello mismo, poderosamente atractivos para no irnos a la pasividad.