Estoy vacunado contra toda credulidad ciega en virtud

de los años que pasé bajo el yugo nacionalsocialista.

Alfred Brendel

 

Hace muchos años mi muy querido y admirado Fernando Vallejo me regaló un disco doble del recientemente desaparecido gran pianista italiano Maurizio Pollini (Milán,1942-2024) con las últimas obras póstumas para piano de Franz Schubert (Viena 1797-1828), donde vienen las hermosísimas Tres piezas musicales (Klavierstücke, D. 946) que el mismo Johannes Brahms publicó hasta cuarenta años después de la muy prematura muerte del compositor vienés y contiene uno de los pasajes (el segundo, Allegretto) más originales y bellos de todo el singular catálogo pianístico schubertiano. Cercanos en su tiempo de composición sobre todo al segundo de los dos célebres ciclos de Impromptus (el Opus 142, D. 935), se sabe que Schubert las había concebido también en un número de cuatro y sólo alcanzó a escribir tres, y esta quizá sea la razón por la que algunos críticos las han denominado de igual modo Impromptus y el propio Brahms los reunió como un bloque. Sea cual sea el sentido último que quería darles Schubert, lo cierto es que sobre todo las dos primeras (el Allegro assai y el mencionado Allegretto) confirman el inagotable caudal melódico schubertiano, corroborando además que si bien siempre tuvo como modelo de admiración a Beethoven ––murió apenas un año después que el gran genio de Bonn––, su talento lo llevó a construir un lenguaje propio y sobre todo a convertirse en el terreno pianístico en uno de los paradigmas indiscutibles del romanticismo.

Volviendo a esta sui generis partitura de Franz Schubert que tengo entre mis preferidas de uno de mis músicos más entrañables, sigo considerando la versión del gran pianista bohemio-inglés Alfred Brendel (Loučná nad Desnou, 1931-Londres, 2025) como la suprema entre las que conozco, tratándose de uno de los más destacados schubertianos y un declarado estudioso y promotor precisamente de su obra pianística tardía, circunstancia paradójica si pensamos en un compositor que murió a los 31 años de edad. Uno de los grandes pianistas del siglo XX, sobresaliente con las obras de Haydn, Mozart, Beethoven, Liszt y por supuesto Schubert, fue no sólo un destacadísimo intérprete sino además un sabio musicólogo y un poeta inspirado, que entre sus muchos propósitos se impuso, en un auténtico acto de devoción, rescatar y ayudar a revalorizar la obra pianística de los últimos años de Schubert, contribuyendo de esta manera a acabar de desterrar ese absurdo prejuicio de que al menos en el terreno de la sonata era algo así como un epígono de Beethoven.

También uno de mis pianistas predilectos, sobre todo con las obras de Beethoven y por supuesto de Schubert, el temple musical de este docto y gran intérprete se empezó a forjar desde que siendo niño se vio obligado a cavar minas en la antigua Yugoslavia, y siendo en gran medida autodidacta, sorprende que haya llegado a convertirse en un ejecutante no sólo dotado sino enciclopédico. Un auténtico humanista, pues desde joven descubrió de igual modo habilidades literarias y pictóricas, sólo así se entiende por qué el arte pianístico de Brendel se define precisamente por su cabalidad, por cómo logró cubrir y describir, en una perfecta simbiosis de técnica y de emoción, de profundidad y de belleza, de espontaneidad y de refinamiento, la naturaleza y el lenguaje propios de los periodos y músicos que más le interesaban y con los cuales más se identificaba. Más allá de la perfección técnica de sus interpretaciones, se trataba de un músico que envolvía, que seducía, que convencía, y por fortuna hay una muy nutrida discografía que deja constancia imperecedera de su arte docto y refinado.

Un estudioso además a profundidad de la música, sobre todo del arte pianístico, en la extraordinaria editorial española Acantilado hay por fortuna dos libros imprescindibles suyos, en impecables traducciones de Juan Luis Milán y Jorge Seca, respectivamente, sus doctos y hermosos misceláneos Sobre la música y De la A a la Z de un pianista: Un libro para amantes del piano, que reúnen sabios y visionarios diversos textos sobre compositores y asuntos de su interés y su preocupación. Un ensayista brillante y no menos dotado, de juicios originales y reveladores, aquí nos descubre, a través de una prosa igualmente personal y clara, sin pedanterías ni malabarismos innecesarios ––como su propio arte pianístico––, rutas nuevas para acceder mejor a la comprensión y el disfrute de quienes eran sus compositores de batalla y a los cuales entregó su vida, a decir, Mozart, Beethoven, Schubert, Liszt, y de manera más esporádica, Schumann, Mendelssohn, e incluso otros más distantes, hacia atrás, como Bach, y hacia delante, como Busoni y  Schönberg. También un gran lector y viajero, sus juicios y análisis están gozosamente salpicados de quien supo disfrutar la vida con compromiso y apasionamiento.

De alguna manera discípulo del gran Edwin Fischer, Alfred Brendel manifestó siempre de igual modo respeto por otros intérpretes y colegas de quienes sabía generosamente reconocer su talento y sus respectivas aportaciones en el curso de la música, por lo que en estos libros aparecen de igual modo justos tributos a otros grandes pianistas como los alemanes Wilhelm Backhaus y Wilhelm Kempff, o los austriacos Artur Schnabel, Baruda-Skoda y Rudolf Serkin, o el suizo Alfred Corlot, o incluso el chileno Claudio Arrau, todos ellos vistos por la mirada atenta y penetrante de quien supo además sumar y no restar a la música. Como otros humanistas de la música, como por ejemplo el inolvidable barítono berlinés Dietrich Fischer-Dieskau, Alfred Brendel contribuyó a dignificar un arte que a veces pareciera inmune a otros ámbitos y realidades de la vida, y de ello dan buena constancia estos y otros acopios de textos escritos con la sabiduría y la buena pluma de un artista ejemplar de nuestro tiempo.