Por nacer donde nací, desde mi primera infancia oí hablar de las proezas de los grandes ciclistas colombianos, en particular de Martín Emilio Rodríguez “Cochice” que fue quien me tocó de niño y de puberto, teniendo en su palmarés, porque los más fueron logros locales y regionales, las etapas 15 y 19, en dos años distintos, 1973 y 1975, del tan codiciado y extenuante gran Giro de Italia. Si bien hizo época, lo más importante es que confirmó una tradición que no había logrado todavía despuntar, consolidándose años después con los Gaviria, los López, los Martínez, los Herrera, los Urán y los Quintana, entre los más prominentes dentro de un deporte que desde niño se me figuraba para titanes, para súper hombres, para elegidos que sobre todo en la especialidad de la montaña, por la propia orografía colombiana, se encuentran entre quienes han marcado pauta en los tres circuitos más exigentes e importantes: la Tour de France, la Vuelta a España y el citado Giro de Italia.
Era tal la cochicemanía entonces, que con mis hermanos, primos y amigos nos divertíamos con un juego de mesa con ciclistas de plástico, de diferentes colores según los equipos, que con dados tirados por los contrincantes iban avanzado en las etapas de la Vuelta a Colombia, y la pasión despertada no pocas veces daba pie a controversias y peleas enconadas. Quienes tenían recursos y suerte la coronaban con bicicletas de verdad que los hacían sentirse uno de sus héroes en acción, aunque los más teníamos que conformarnos con avanzar en los tableros de la exaltación y la discordia, de la cofradía y la competencia. Ya en México pude comprarme una modesta Benotto de ruta que, con tremenda osadía, me impulsaba a aventurarme por las ya entonces intrincadas y peligrosas calles de la CDMX. Años después, ya con la biciclomanía a todo lo que da y el consecuente circuito dominical, volví a rodar, ya con mi esposa, primero en una aluminio, y después, ya solo, en otra (igualmente modesta, considerando lo que pueden llegar costar) ya de carbono, con más perseverancia e ímpetu, incluida una segunda etapa en Chihuahua donde además sumé al ímpetu otra vélo de montaña.
Un maravilloso deporte del que he estado más o menos cercano, y que igual me parece tiene mucho de artístico en el diseño de las bicicletas y demás equipo cada vez más estéticos y aerodinámicos, incluso musical por la candencia y el ritmo, con grandes atletas a plenitud y esbeltos, siempre he admirado en los ciclistas profesionales su entrega y su coraje, su potencia y su resistencia, su intrepidez y su perseverancia, en extensas y complicadas rutas y etapas que ya solo terminarlas implica una osadía para titanes, coronándose con quienes llegan entre los primeros y sostienen los mejores tiempos a lo largo de toda la competencia. Solo los grandes elegidos consiguen coronarse y repetir la hazaña en las diferentes vueltas y competiciones, manteniendo el ritmo por varios años y periodos, porque además de las facultades y el talento, de la técnica y la pericia exigidas para escalar y descender a grandes velocidades, cuentan con el poder corporal y la voluntad férrea para hacerlo a plenitud y sin percances, pasando por toda clase de vicisitudes orográficas y climáticas, de accidentes incluso multitudinarios por el números de ciclistas implicados, para terminar en el podio de premiados.
Desde hace mucho no despertaba tales entusiasmo y pasión un deportista como el joven bajacaliforniano Isaac del Toro, de Ensenada, quien a sus escasos veintiún años y estrenándose en el Giro de Italia ha logrado la gran proeza de mantener por once jornadas consecutivas, de veinte en total, la tan codiciada maglia rosa de superlíder, ganando además una de sus más exigidas y extenuantes etapas, la número 18, que se corona con el casi cósmico Mortirolo. Siendo el más joven fichado recientemente por el poderoso equipo UAE de Emiratos Árabes, Isaac del Toro rompió toda clase de esquemas y pronósticos, superando a otros viejos lobos de mar que se sorprendieron con el jovencito debutante en la vuelta, incluido el extraordinario ciclista ecuatoriano Richard Calapaz que era uno de los favoritos y quien en el calor de la competencia perdió el estilo al declarar que su contrincante mexicano había perdido el liderato en la no menos exigida penúltima etapa por su inexperiencia, cuando lo cierto es que de igual modo él sucumbió con el ataque sorpresivo y poderoso del experimentado inglés Simon Yates, quien años atrás también había perdido el liderato, en ese misma etapa y por mucho mayor tiempo, sin siquiera poder subir al podio.
Maglia rosa en la mayor parte del muy extendido y arduo Giro de Italia de más de tres mil kilómetros, subcampeón y mejor juvenil en esta brutal competencia de casi tres semanas, entre casi doscientos competidores y con veintitrés equipos, a sus escasos veintiún años ha logrado mucho más que los más, y su techo quién sabe hasta dónde pueda todavía subir. Con el antecedente de otros escasos ciclistas mexicanos, que como Raúl Alcalá, Miguel Ángel Arrollo y Julio Alberto Pérez Cuapio compitieron dignamente en los grandes circuitos europeos, Isaac del Toro ya los ha superado a todos, poniendo a todo el país de cabeza. Como los más de los deportistas nacionales que le han dado brillo a México, y en el mejor de los casos, Isaac del Toro ha contado sobre todo con el apoyo de su familia. Pero como los más de los atletas mexicanos que han triunfado en el extranjero, este joven ciclista fuera de serie ha conseguido lo que ha conseguido en base al esfuerzo, a la disciplina, a su pasión por un deporte que ya goza de enormes popularidad y afición sobre todo en Europa y América. Principal animador del reciente Giro de Italia, lo logrado por Isaac del Toro, con la etapa del Mortirolo como pináculo y la venia de matador haciendo honor a su apellido al atravesar la meta, logró hasta sacarnos lágrimas y ya queda para la historia.