El singular origen personal y la trayectoria religiosa del recién estrenado Papa León XIV, dejan ver los posibles perfiles de un pontificado que busca acomodarse entre el conservadurismo doctrinario y la popularidad mediática de Juan Pablo II, la solidez académica y teológica de Benedicto XVI y la empatía de Francisco I con las causas de las personas y los temas que inquietan a la comunidad internacional. En un contexto mundial incierto y peligroso, el nobel pontífice puede desplegar las herramientas diplomáticas de la Santa Sede para dirigir la convivencia global hacia un destino sustentado en valores comunes y en el respeto al orden jurídico. Desde el punto de vista de la fe, es de esperar que su filiación mendicante y su apuesta por una Iglesia misionera, contribuyan a reconciliar las disonancias que heredó de los tres papas que lo antecedieron.
La sede apostólica debe ir más allá de narrativas progresistas y afrontar el reto de trabajar para desactivar conflictos vergonzosos que arriesgan la paz mundial, como los de Ucrania y Gaza. En ambos casos, el heredero de Pedro cuenta con la legitimidad necesaria para sugerir, con sensibilidad y pragmatismo, hojas de ruta de distensión activa, que limen asperezas y finquen confianzas mínimas entre los contendientes. La idea sería identificar, en las respectivas crisis militar y humanitaria, la motivación ética que comprometa a las partes a una conversación racional, cohesiva, de intereses sincronizados y no acomodaticia ni ideológica. Una metodología como la propuesta se beneficiaría de la red universal de contactos de la Iglesia Católica, la cual puede moldear corrientes de opinión útiles al Papa en su tarea de disciplinar al poder con determinación política y sutileza diplomática.
Al adoptar el nombre de León XIV, Robert Francis Prevost abrazó la herencia de aquél otro pontífice que, en los tiempos finiseculares del XIX, abogó por acercarse a “las cosas nuevas” (rerum novarum) desde la óptica de la justicia social y los Derechos Humanos. En esa veta, el actual Obispo de Roma podría entonces “picar piedra” para dar solidez a la fórmula que combina desarrollo con paz, menos riesgos y más seguridad, de tal suerte que se superen las narrativas de denuncia y progresismo que, con espíritu de cruzado y escasos resultados, invocó Jorge Bergoglio.
El desafío religioso y político que afronta el Papa es mayúsculo y, de su atención asertiva, dependerá la credibilidad de un reinado que aspira a ser pragmático y próximo a la gente. En el primer caso, algo tendrá que hacer la Iglesia Católica para que no siga perdiendo fieles debido a la inhabilidad de la Curia para atender las necesidades espirituales de las nuevas generaciones y por negarse a abrir las puertas de San Pedro al escrutinio público. Por lo que hace a la política, León XIV estaría obligado a responder a la pregunta que formuló Josef Stalin, sobre el número de divisiones militares que tiene el Papa. De hacerlo así y más allá de discernimientos dogmáticos, despejaría dudas históricas sobre el poder real de la Santa Sede para asumir líneas de riesgo que, de forma verificable, contribuyan a contener hostilidades y a crear la nueva fórmula de legitimidad que, con apremio, requiere el alicaído sistema internacional liberal. In Illo Uno Unum.
El autor es doctor en Ciencias Políticas e internacionalista.
