Una elección que estuvo marcada por el desinterés de la gente en general. No salió la población a votar porque para empezar fue muy complicado el mecanismo adoptado en las boletas, de ahí el tema tan polémico de los famosos acordeones.

Un porcentaje de participación ciudadana en la jornada de entre el 12.57 por ciento y el 13.32 por ciento, deja claro que estas primeras elecciones judiciales demuestran el poco ánimo de las personas para seleccionar a jueces, magistrados y ministros que para la gran mayoría son unos totales desconocidos.

Una de las imágenes que más llamo la atención el día de la elección judicial fue la del expresidente Andrés Manuel López Obrador que salió a votar en Chiapas. El revuelo es entendible, ya que desde que entregó el poder a su sucesora el 1 de octubre pasado se encontraba alejado de la vida pública del país.

Su reaparición nos lleva a preguntarnos si esta elección judicial fue una buena idea, ya que precisamente fue el exmandatario el que propuso desde su gobierno llevarla a cabo.

Con esta participación en la votación, esta elección no solo fue un desastre, fue la coronación de un proyecto autoritario del exmandatario. A través del voto, sí el mismo mecanismo que simboliza la voluntad ciudadana, López Obrador logró colar una reforma diseñada para debilitar la justicia, secuestrar el equilibrio de poderes y atar de manos a su sucesora, a la que por cierto llamó la mejor presidenta del mundo.

Pero lo más perverso, es que lo hizo con el aplauso de millones que, entre becas y pensiones, terminaron votando por su propio verdugo democrático.

No fue un golpe de Estado con tanques, fue un golpe con urnas. López Obrador llegó por la vía electoral, pero su estrategia siempre fue más cercana a Stalin que a Madero. Su legado: una presidenta amarrada, sin autonomía real, sostenida por la amenaza permanente de una revocación de mandato que él mismo impulsó como collar de control.

Basta que el caudillo mueva un dedo para que la actual presidenta sea acusada de traición, de volverse conservadora o neoliberal, y termine desechada por las multitudes que la encumbraron. Al más puro estilo de las purgas comunistas, pero con conferencias mañaneras en lugar de fusilamientos.

Y no, no es paranoia. Es historia viva. La judicialización del clientelismo electoral, la centralización del poder y la humillación pública de instituciones claves están documentadas.

Lo del domingo 1 de junio más que una elección, fue un acto simbólico que entierra la división de poderes y hace del país una caricatura democrática, ya motivo de burla en el extranjero.

Quien votó, lo hizo desinformado o buscando un hueso. Y eso es lo más trágico, nos vendieron la elección como un avance, cuando en realidad fue una emboscada.

Bienvenidos a una democracia torcida. La que vota para matar nuestra división de poderes, en donde además se colaron candidatos con una dudosa reputación y que, al parecer, representan otros intereses, menos los del pueblo bueno y sabio.

Al tiempo sabremos el alcance y daño que pueda provocar al país esta reforma heredada por su antecesor a la actual presidenta, pero lo que si parece es que logra la sumisión del último poder independiente.

La distorsión del voto es más que evidente, se eligen jueces como si fueran representantes de partidos.

 

eduardomacg@icloud.com

@eduardo84888581