En el curso de una conversación acerca de la guerra, y tras la cita obligada de Sun Tzu: “La guerra es de vital importancia para el Estado […] el camino a la supervivencia o la ruina”, el doctor Benjamín Domínguez, investigador y catedratico en la Facultad de Psicología de la UNAM, recomendaba a los presentes la lectura de Los ángeles que llevamos dentro (Paidós 2022), del canadiense Steven Pinker (18 de septiembre de 1954), una visión positivista de la violencia actual, a la luz de la historia de la humanidad. Transcribo las primeras líneas.
Este libro versa sobre lo que acaso sea lo más importante que haya acontecido jamás en la historia humana. Aunque parezca mentira –y la mayoría de la gente no lo crea–, la violencia ha descendido durante prolongados periodos de tiempo, y en la actualidad quizás estemos viviendo en la época más pacífica de la existencia de nuestra especie. Esta disminución, por cierto, no carece de complicaciones, puesto que no ha conseguido llevar la violencia al nivel cero ni garantiza que la violencia continúe disminuyendo en adelante. Sin embargo, desde los enfrentamientos bélicos hasta las zurras a los niños ha habido un avance inequívoco, palpable en escalas de milenios a años.
El retroceso de la violencia afecta a todos los niveles de la vida. La existencia diaria es muy distinta si hemos de estar siempre preocupados por si nos raptarán, violarán o matarán, y es difícil promover o desarrollar artes sofisticadas, centros de aprendizaje o comercio si las instituciones pertinentes son saqueadas e incendiadas poco después de haber sido construidas.
La trayectoria histórica de la violencia afecta no sólo a cómo se vive la vida sino también a cómo se entiende la vida. Para nuestra idea de significado y finalidad, lo esencial sería saber si los esfuerzos de la especie humana durante largos periodos de tiempo nos han hecho mejores o peores. Concretamente, ¿cómo vamos a conseguir que cobre sentido la modernidad de la erosión de la familia, la tribu, la tradición y la religión producida por las fuerzas del individualismo, el cosmopolitismo, la razón y la ciencia? En buena medida depende de cómo entendamos el legado de esta transición: si vemos el mundo como una pesadilla de crímenes, terrorismo, genocidios y guerras, o como un periodo que, con arreglo a los estándares históricos, está bendecido por niveles inauditos de coexistencia pacífica.
La cuestión es si el signo aritmético de las tendencias en la violencia es positivo o negativo también tiene que ver con nuestra concepción de la naturaleza humana. Aunque diversas teorías de la naturaleza humana arraigadas en la bilogía suelen estar asociadas al fatalismo respecto a la violencia, y aunque la teoría de que la mente es una pizarra en blanco está asociada al progreso, a mi juicio es al revés. ¿Cómo vamos a entender el estado natural de la vida cuando apareció nuestra especie y dieron comienzo los procesos de historia? La creencia de que la violencia ha aumentado sugiere que el mundo que hemos construido nos ha contaminado, quizá de manera irreparable. La idea de que la violencia ha disminuido sugiere que empezamos fatal y que los artificios de la civilización nos han conducido en una dirección noble, en la que ojalá continuemos.
Es éste un libro voluminoso [1,152 páginas], pero no hay más remedio. Primero debo convencer al lector de que la violencia ha descendido realmente en el transcurso de la historia, sabiendo que la idea misma invita al escepticismo, la incredulidad y a veces, incluso, el enfado […]