Según Octavio Paz, el universo de los mexicanos también está poblado por palabras ambiguas. Estas son las “malas palabras”, que, como buenos fantasmas, nunca se les ve en la claridad. Solamente las percibimos y las utilizamos en lo oscurito, casi siempre lo hacemos en voz baja por alguna extraña razón. A este respecto, don Alfonso Reyes nos recordaba que los mexicanos aprendimos, desde hace muchos años, a “cantar quedito”.
Sin embargo, cuando la ocasión así lo exige, estas palabras resuenan: de su existencia oculta pasan a la presencia explosiva. Es una forma de expresar que estamos fuera “de sí” y las malas palabras son un escape o una agresión directa. Entre esas expresiones está “La chingada”.
El origen de la palabra no está claro. Entre los habitantes de Mesoamérica, relacionados con el habla náhuatl, existía la palabra xinaxtli o xinachtli, que es un fermento del pulque, pero no se le utilizaba con fines de agresión. En Guatemala y El Salvador se relaciona con las bebidas alcohólicas y con menos intensidad se le relaciona con el licor en España, Ecuador, Chile y Perú. Por eso mismo, se piensa que la palabra es un fenómeno lingüístico que data de los tiempos llamados coloniales.
La palabra tiene varias implicaciones. Inclusive, su significado varía de acuerdo con las entonaciones que se la apliquen. Hay tonalidades que reducen las dimensiones agresivas y se refieren al o los “chingaquedito”. Ser chingón es ser distinguido en el plano del que se habla. Ser chingón es tener capacidad para darle una chinga a sus vecinos o paisanos. Si se es chingón se pueden hacer chingaderas y, entre más se protagonicen más se realza la percepción que las víctimas o espectadores tienen del chingón. De vez en cuando, cuando las circunstancias así lo requieren, puede lanzar chingadazos y someter a quienes le rodean. El chingón puede mantener en chinga a todos y, cuando así lo decida, mandar a todos a la chingada.
Ser “hijo de la chingada” es ser hijo de una mujer que ya no es nada, porque todo lo perdió cuando fue tomada a la fuerza o cuando para hacerse de ella se utilizaron los engaños. Algunos seguidores de Paz, en ese orden, sostienen que los mexicanos somos “¡hijos de la chingada!” No somos chingones, porque somos hijos de la fuerza o del engaño; como la chingada es la nada, somos hijos de nada y ese pecado original se traduce en penitencias que explican todos nuestros males.
Generalmente, estas figuras retóricas aparecen cuando no hay más palabras o argumentos, suelen ser una expresión falaz que pretende intimidar o provocar. Como en muchos casos recientes, la oposición, que se ha quedado sin argumentos para refutar el éxito de la Cuarta Transformación, recurre expresamente a las mentadas de madre o figurativamente con actos que duelen como una mentada.
Los resultados sostienen los argumentos del Gobierno de México, que logró que millones de mexicanas y mexicanos salieran de la pobreza, algo que le duele a la oposición.
Debería ser tarea de la oposición generar argumentos fuera de lo vulgar y más cercanos a propuestas que les den una mínima oportunidad. Mientras, ante esas manifestaciones, queda pedir que no la ching… y mejor que se pongan a trabajar en beneficio de la gente.
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