Marsilio de Padua, el antecesor de Maquiavelo, el verdadero cimiento de la Ciencia Política, sostenía que los gobernantes de sus días, muy distintos a los del Estado moderno, deberían tener entre sus virtudes, la de ser precavidos. Tal vez la recomendación era secundaria porque los gobiernos de ese tiempo, los reinos pequeños y de permanencia breve, no tenían lugar ni tiempo para practicarla. Hoy, los escenarios son distintos.
Y es que tenemos un vecino que se comporta como enemigo. Ciertamente, sobre sus actitudes se ha hablado mucho y generalmente con acierto. Sin embargo, ha habido una menor atención en sus tareas destructoras de instituciones. Sus actitudes son destructivas, porque, cuando los vecinos se han apartado de los organismos internacionales, ha habido consecuencias adversas. Es natural, porque Estados Unidos, desde los grandes tiempos de Woodrow Wilson, ha sido uno de los principales soportes materiales y humanos de casi todas las instancias de cooperación internacional.
En los últimos años, los estadounidenses se retiraron de los acuerdos de París y del Protocolo de Tokio. Una y otra figura internacional se relacionaban con el medio ambiente y ese retiro se dio en un momento muy desafortunado. Estados Unidos abandona las dos instituciones justamente cuando las amenazas ambientales han dejado de serlo en muchas partes y se han convertido en ominosas realidades. Estados Unidos, que además, junto con China, es uno de los países que más destrucciones causan al medio ambiente de nuestro mundo, se retira cuando los días para el planeta han entrado en una cuenta regresiva.
De hecho, el gobierno de Trump ha retirado a Estados Unidos de la OTAN. Por supuesto, no es muy estimulante referirse a un acuerdo militar concebido para la destrucción de países y de seres humanos. Sin embargo, no se puede pensar lo mismo ahora que un señor V. Putin, hace propias las ideas del “espacio vital”, que causaron la muerte de más de 150 millones de seres humanos a mediados del siglo pasado. Precisamente cuando urge un brazo fuerte que, por lo menos, pueda apoyar la recuperación de la paz justa.
Estados Unidos ha dejado la Organización Mundial de la Salud. Lo ha hecho cuando aún no pasan totalmente los efectos del COVID-19 y cuando se ha visto ya que la humanidad es cada vez más vulnerable en la salud de sus integrantes. En lo que se refiere a la OMS, el Presidente Trump no solo retiró a su país como miembro, sino que emprendió, antes de la ruptura, una larga campaña para restarle autoridad al organismo mundial.
Finalmente, Donald Trump decidió que Estados Unidos abandonara la UNESCO, un organismo que goza de una amplia aceptación en la mayor parte del mundo. Por cierto, una vez la UNESCO fue presidida por un mexicano de dimensiones mayores, don Jaime Torres Bodet que, según Octavio Paz, le habría dado brillo a cualquier gabinete en el mundo. Ahora esta entidad sufre distintas carencias.
Si abandonar organismos es una tendencia natural en Trump, la llamada de atención de los inicios es importante. Si bien la presidenta Sheinbaum ha dado cátedra de cómo negociar con el mandatario estadounidense con templanza y firmeza, no sobra seguir siendo cautelosos ante sus inconsistencias. Tengamos cuidado porque, en una de esas, decide que su país abandone el Tratado comercial vigente en América del Norte. Política y precauciones, para recordar a Marsilio de Padua, deben enlazarse.
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