Hace 250 años en la mayoría de los países de Europa y en Estados Unidos había surgido el tema de los bancos centrales. El capitalismo se había desarrollado y las relaciones de mercado habían experimentado cambios en calidad y, sobre todo, en lo que se refiere a su cuantía. Por eso mismo, era urgente poner orden en los mecanismos instrumentales del intercambio. En un tiempo, el trueque fue una modalidad de hacerse de bienes que fueran necesarios para la vida de las personas o de los grupos humanos; empero comenzó a consolidarse el comercio, que es el tráfico realizado para intercambiar bienes concretos con el recurso de una mercancía abstracta llamada dinero.
Por supuesto, las evoluciones del dinero fueron complicadas. En Inglaterra, por ejemplo, hace 500 años todavía se usaban clavos como moneda en algunas de sus regiones. Los mexicas usaron pepitas de cacao; los tepanecas, víboras secas; y los chichimecas, perros ixcuintles, para sus operaciones comerciales.
Se cuenta que, en Brasil, en Minas, se encontró una “moneda” de 14 kilos acuñada en piedra; y en Bohemia, antes de que Juan Huss promoviera la Reforma protestante, se intercambiaban certificados de indulgencias para comprar productos. El clero daba los certificados y los ciudadanos los utilizaban. Sería muy interesante saber cuántos certificados de indulgencia se pagarían por un caballo o una armadura.
No vayamos más lejos sobre las curiosidades monetarias. En México, ya en el siglo XX, los caudillos revolucionarios emitían sus propios billetes. Un jefe en la sierra de Durango, secuaz de Jesús Agustín Castro, mandaba 22 soldados, pero tenía dos fábricas de billetes. En los años 20, había papel moneda con diversa denominación y de diversos tamaños. En Poza Rica se encontró un billete de 20 centímetros de largo por 10 de ancho, valía 20 pesos. Incluso, los gobiernos federales y de los estados emitían su propio dinero, la población de manera festiva lo llamaba “bilimbiques”. El argumento, que era también un llamado, fue “si no tenemos dinero, lo hacemos”. Por eso, durante casi cuatro décadas, la población prefirió los “pesos fuertes”, es decir, las monedas con valor intrínseco, ya fueran de oro, de plata o de cobre. Esa orientación en el mercado del dinero dificultó el desarrollo comercial dada la escasez de piezas-dinero.
Hasta el año 1920, cuando se pensó en crear el Banco de México, la moneda en el país era un desorden, por el poder de los caudillos. Estos jefes político-militar no permitían un ordenamiento del papel moneda, a pesar de que la Revolución, en su etapa postconstitucional, de 1917 en adelante, comenzó a restarles fuerza y consolidó el poder del Presidente. De esta manera, hacia 1925 ya se pudo crear el Banco Central y, sobre todo, hacer valer su presencia en el escenario de la economía nacional.
El Banco de México tiene entre sus funciones la centralización de las emisiones monetarias y del crédito. Estas tareas no fueron eficaces cuando en el gobierno, el Presidente, disponía lo relativo a la masa monetaria. El Primer Mandatario y su gabinete decidían cuánto dinero debía emitirse y, por lo general, ordenaban fuertes volúmenes. A su vez, estas emisiones generaban una desvaloración y siempre estábamos al borde de los colapsos inflacionarios.
Por eso es importante revalorar la autonomía del Banco y así lo hizo la Presidenta Claudia Sheinbaum en su reciente mensaje al BM. La autonomía ha permitido una mayor disciplina financiera y ha evitado las tentaciones de demagogia monetaria. El Banco de México ha demostrado una alta capacidad técnica y esa capacidad se mide en números, en los más de 200 mil millones de dólares de nuestras reservas.
Se mide también en la estabilidad de nuestro peso, que el BM ha logrado sin caer en las medidas monetaristas como sistema. El Banco está en el presente y será un factor todavía más decisivo en el futuro.
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