Le molesta a gran parte de la sociedad que la gente exprese libremente sus ideas, sobre todo cuando no piensan igual que ellos, ya que lo consideran como un ataque directo a su persona.

Se da este tipo de fenómenos no solamente en nuestro país, en donde al expresar libremente las ideas o ejercer el derecho que tiene todo ser humano de informar y ser informado, quien se siente atacado arremete con todo el poder a su alcance.

Hay quien al verse expuesto respondía con: “yo tengo otros datos” o “el que nos critiquen es un timbre de orgullo” y varias argucias más. Lo que es un hecho, es que las personas tienden a querer callar a quien los pone en evidencia, ya sea por ineptos, corruptos, o porque, en general, denuncia sus actos inconfesables.

No solamente en el ámbito público se presentan estas prácticas deplorables, también en el sector privado. La causa es la misma, al sentir que pueden ser expuestos o se pone en evidencia su comportamiento o verdadera personalidad ante la sociedad, arremeten queriendo de una u otra forma imponer la llamada “ley mordaza”.

Tenemos en el ámbito internacional un caso emblemático con la demanda que el presidente estadounidense Donald Trump interpuso por 15,000 millones de dólares contra The New York Times por difamación, una cantidad que rebasa la capitalización del mercado total de la compañía.

Parecería de risa o una estrategia al más puro estilo de Nicolas Maquiavelo. Me defiendo atacando y así desvió la atención de mis verdaderas intenciones.

Trump demanda al medio de comunicación por difamación, pero a su vez lo acusa de ser un “portavoz virtual” del Partido Demócrata. Sin duda se trata de una estrategia del presidente para silenciar la cobertura informativa que no le conviene o no le gusta y desde luego limitar la libertad de expresión.

La presentación de este tipo de demandas es una forma de presionar para limitar la libertad de prensa. Claro, el mandatario estadounidense y todos los que emplean este tipo de argucias legales argumentaran que lo que buscan es restaurar la integridad del periodismo.

Cuando este tipo de individuos califican a medios periodísticos de pasquines, chayoteros o portavoces de la derecha, hay que aguantar y callar. Ellos son los que deciden que medio es íntegro y cual no.

Serán buenos medios de comunicación, íntegros y que informan adecuadamente y con profesionalismo a la ciudadanía mientras no los critiquen y los pongan en evidencia. Cuando sucede lo contrario hay que descalificarlos y, de ser posible, demandarlos para que aprendan a comportarse.

En el ámbito privado sucede lo mismo, mientras elogies y no toques intereses todo va bien, en cuanto esto deja de suceder inmediatamente buscaran los mecanismos para que la voz del que señala, del que pone en evidencia, no llegue a la gente.

La respuesta ante este tipo de conductas tiene que ser firme y hasta enérgica, por eso The New York Times respondió ante la demanda, argumentando que esta carece de fundamento y que desde luego es un intento de reprimir y desalentar la información independiente.

Siempre he pensado que los que intentar callar a otros tienen serios complejos y problemas de personalidad que tendrán que ser atendidos por un especialista en la materia. No soportan la crítica, no tienen la capacidad de dialogar y debatir tal vez por una serie de limitaciones intelectuales que no quieren se pongan en evidencia.

Como sea, no debemos de permitir que este tipo de personajes de la vida pública o privada limiten el derecho que tiene toda persona de expresar libremente su forma de pensar.

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