Muy altas y evidentes tensiones dominan el tiempo presente de la política mexicana. La detención y sujeción a proceso de Hernán Bermúdez Requena, otrora secretario de Seguridad Pública de Tabasco durante buena parte de la actuación de Adán Augusto López Hernández, ahora coordinador del Grupo Parlamentario de Morena en el Senado, y de Carlos Manuel Merino Campos, hoy director general de Aeropuertos y Servicios Auxiliares, en el poder ejecutivo de esa entidad federativa, exhiben la quiebra moral del movimiento y la gestión pública encabezada por Andrés Manuel López Obrador en el período 2018-2024.
Más allá de las versiones a modo y las falsedades sobre la línea del tiempo en la actuación de esas personas, permanece la interrogante sobre las hipótesis esenciales: ¿había ignorancia en torno a lo que se hacía desde la dependencia estatal de seguridad pública, había consentimiento con la idea de no saber el costo del “arreglo de seguridad” o había conocimiento con la pretensión de alcanzar y mantener el control sobre las actividades ilícitas a través del brazo policial? Cualquier resultado -omisión, permisión o comisión- es demasiado grave para cualquiera de quienes tenían facultades y obligaciones nítidas.
Estamos en un ámbito por demás cercano a la fuente del poder en 2018 y 2024. Coetáneamente se concretan avances y se conoce nacionalmente el amplio y difuso entramado de hechos delictivos sobre el robo y contrabando de combustibles que involucra a mandos de la Armada y la Agencia Nacional de Aduanas, así como a empresas adquirentes y a quienes son señalados por canalizar recursos hacia campañas electorales y candidaturas de Morena. Con otras personas, como el ex secretario de Marina, José Rafael Ojeda Durán, es igual la interrogante sobre las hipótesis de la ignorancia, el consentimiento tolerante o el conocimiento pleno. En esta cuestión es todavía más grande y profunda la quiebra moral de la gestión presidencial 2018-2024.
Sólo cabría recordar que dos de los ejes de ese período se asentaron en la determinación de violar la Constitución: incumplir (i) la conformación y funcionamiento como una institución policial de carácter civil de la Guardia Nacional, y (ii) la obligación de limitar la actuación de las Fuerzas Armadas a funciones estrictamente relacionadas con la disciplina militar. Hoy, con la reforma promovida por el expresidente López y publicada el último día de su mandato, estos graves actos de corrupción ahora se han sido “constitucionalizados”. Ahí anida la convicción de la impunidad.
Ese es el componente más inquietante de las tensiones presentes: el poder heredado y la idea del pacto de impunidad.
La denuncia contra Bermúdez la hizo el gobierno de Javier May, parte del movimiento y ahora gobernador de Tabasco, y la del llamado “huachicol fiscal” conduce a la actual administración, particularmente al secretario de Marina, Almirante Raymundo Pedro Morales Ángeles. Sin embargo, no es descabellado pensar que las presiones y la cooperación para actuar no sólo están en esos ámbitos, sino que hincan su raíz en Washington. Súmense las imputaciones sobre lavado de dinero en la casa de bolsa Vector y el ex jefe de la Oficina de la Presidencia, Alfonso Romo, así como otras acciones de autoridades estadounidenses sobre titulares de funciones a partir de las postulaciones de Morena.
Tensiones y procedimientos al interior del régimen morenista entre el presente y el pasado, y tensiones y presiones -muy probablemente- desde el gobierno del vecino, principal socio comercial y detentador del -tal vez- más avanzado y completo ámbito de inteligencia en el mundo y presente en nuestro país.
En forma clara pero descarnada, lo que ocurre en este escenario de gigantesca corrupción en las instituciones encabezadas por la transformación anunciada en 2018 nos devuelve a una de las esencias de lo político y que ha estado presente, aunque con menos intensidad, durante estos 12 meses: ¿quién manda aquí? o ¿quién obedece aquí? Claro que también está presente la noción de la diarquía o la identidad de dos sin que alguien impere.
Lo político tiene esencia inmutable, aunque se ajusten los instrumentos, las intensidades y las consecuencias, que conforman la política. En aquello está el poder, en ésta las formas de obtenerlo y conservarlo. Sin demérito de valores y principios, lo real está a la vista. En la “coalición” del movimiento hay -al menos- dos bandos: el del pasado y la exigencia de lealtad al presente y el del presente y la exigencia de respeto a la conducción sin injerencia del pasado. Al exterior del movimiento se perciben varios bloques de interés con un hilo conductor: el sustento de la certeza de la formalidad y el depósito jurídico de las responsabilidades, o que el mando le corresponde a quien protestó el cargo y está en su tiempo de ejercicio. Es la herencia de los regímenes postrevolucionarios y la elevación al nicho del parteaguas de la ruptura Cárdenas-Calles sin derramamiento de sangre.
El mando compartido en la jefatura del Estado es contra natura; no funciona, porque alguien imperará y la sociedad lo percibirá y lo sabrá. La simulación se desfonda. La historia es larga y la esencia de lo político no cambia. La disociación entre la titularidad formal y el mando real termina por destruir la confianza en quien debe ser y hacer, porque el juego es de suma cero, y al diluirse la vinculación del ejercicio del poder de a quien le corresponde, la incertidumbre, la arbitrariedad y el dominio sin responsabilidad exigible -impunidad- daña a la comunidad, merma al gobierno y debilita al Estado.
En medio de los escándalos de la enormísima corrupción denunciada, ¿qué va a ser? En la indubitable lógica del poder, ¿se va a actuar? No que no haya actuaciones, sino si, sin miramientos al pasado, las implicaciones evidentes y las consecuencias de rendir cuentas para transitar a otro estadio van a privilegiar la transparencia, la verdad y la justicia. ¿Se dejará sin sustento y viabilidad al bando del pasado?
Inmortalizado por William Shakespeare, el príncipe Hamlet todavía inmaduro para el poder a sus 30 años, se enfrenta al dilema de la duda -ser o no ser- ante el deber moral de desentrañar la traición de su tío Claudio y la ceguera de su madre Gertrudis en un crimen por el poder. Lo resuelve, aunque ya tarde para sí y para Dinamarca, pues Fortinbras la asumirá para beneficio de Noruega.
La duda puede ser método para el cuidado de la actuación. ¿Ya se tienen los hilos del poder? ¿Todos? ¿Cuáles no? ¿Por qué? ¿De qué relevancia? En riesgo su vida, Hamlet tuvo que madurar a lo político en semanas. Todos -casi- los dramatis personae perecieron, pero la enseñanza está ahí.