Con excepción de los gobiernos de las potencias, aquellos de la mayoría de las naciones abrigan dudas sobre cuál debe ser la política exterior que mejor atienda sus intereses nacionales. Esta incertidumbre deriva de la inhabilidad creciente del sistema liberal edificado en 1945 para avanzar las agendas de los países del Sur Global en la actual configuración geopolítica. Así las cosas, ante el paradigma de que a toda acción corresponde una reacción de la misma o mayor proporción, pero en sentido contrario, diversos líderes gubernamentales aspiran a hacerse de legitimidad a partir del galopante desarreglo de las relaciones internacionales. De esta forma y porque descartan la posibilidad de que exista un orden mundial solidario, alimentan un concepto vertical de la autoridad, que paradójicamente somete a sus propios gobiernos a decisiones hegemónicas foráneas. Desde un punto de vista teórico, esta ruta confiere la razón a las tesis de Thomas Hobbes y Nicolás Maquiavelo, en detrimento del arreglo social propuesto por John Locke y Emmanuel Kant. En efecto, a imagen y semejanza de la deconstrucción de los valores que hicieron posible el acomodo de la segunda posguerra, corre la peligrosa especie de que el Estado también puede asegurar su seguridad y supervivencia, incluso a costa de la democracia, del orden jurídico y del libre comercio.
No se trata de abogar por la restauración del neoliberalismo, que ha probado ser insuficiente para atender rezagos sociales y derramar sus beneficios entre todos los pueblos. Sin embargo, es oportuno pensar en la mejor manera de revitalizar las políticas liberales para que, a nivel mundial y al de las naciones, la ley de la selva no se imponga a los contrapesos que son necesarios para fundamentar la paz sostenible. Porque la interdependencia propicia nuevos intereses e identidades, los sistemas políticos internacional y nacionales están llamados a construirse con ideas emancipadoras y no, como parece ser, con criterios materiales y excluyentes. Ahora, ante la suspicacia sobre los méritos del liberalismo, varios gobiernos manipulan apuestas redentoras en abono a intereses proselitistas y sectarios. En el caso de las políticas exteriores, el reto es complejo porque la mayoría se habían venido formulando como espejo de los principios, valores y metas de la comunidad internacional organizada.
Como nunca, el conservadurismo y el proteccionismo, inherentes al enfoque neorrealista de las relaciones internacionales, fomentan que las diplomacias de la periferia se alejen de la moral y el Derecho. Al proceder de esta forma y en aras de una eficacia efímera, recurren al regateo oportunista con los poderes fácticos. Con ello, se demeritan los acuerdos que permiten capitalizar las oportunidades que ofrece el mundo en beneficio del desarrollo nacional sostenible y de un arreglo universal virtuoso. Porque hay pobreza conceptual, conviene entonces indagar en fórmulas que permitan a los Estados del Sur Global crear entendimientos alternativos con las potencias, enraizados en los valores profundos del liberalismo. De ser así, cada país podrá decantar su democracia política y social e instrumentar una política exterior edificante, que aleje fantasmas de guerra y contribuya a la imperiosa necesidad de alcanzar una concordia colectiva que sea fresca y promisoria. Ubi concordia, ibi victoria.
El autor es doctor en Ciencias Políticas e internacionalista.