In memoriam: Robert Redford

Figura emblemática de la industria cinematográfica estadounidense y mundial de la segunda mitad del siglo XX, Robert Redford (Santa Mónica, 1936-Sundance Mountain, 2025) ha dejado una huella indeleble tanto en la pantalla grande como en el ámbito del cine independiente y el activismo social. Mucho más que un sex symbol, no llegó a ser solo un actor sólido y versátil de carácter, sino además un director y un productor comprometido y visionario. Al frente de muchas misiones, fue además un personaje que utilizaba su reconocida imagen pública para encabezar y promover causas humanitarias y sociales muy por encima y al margen del más bien estrecho mundo del entretenimiento.

Inteligente e inquieto, rasgos que igual trascendian a sus trabajos histriónicos, Redford creció en un entorno que lo moldeó como un apasionado defensor del medio ambiente y un siempre propositivo activista social. Desde sus primeros pasos en la televisión y el teatro, su magnetismo natural lo catapultó a la fama a finales de la década de los sesenta, convirtiéndose rápidamente en uno de los actores más destacados del cine estadounidense de su generación. Películas de época y ya referentes en sus respectivos géneros como Butch Cassidy and the Sundance Kid y El golpe, ambas de George Roy Hill y la segunda con el ya clásico soundtrack de Scott Joplin ––ambas también punto de encuentro con quien sería, más que su rival mayor, uno de sus más entrañables cómplices y amigos, Paul Newman ––,  no solo lo establecieron como un ícono del cine, sino que también definieron una era de narrativa cinematográfica que se caracterizó por explorar dilemas morales y personajes complejos, más allá de estereotipos o clichés manidos.

Ya figura consagrada en otras películas diversas como Tal como éramos, El gran Gatsby, Los tres días del cóndor, Todos los hombres del presidente, El jinete eléctrico, Lo mejor de uno, Memorias de África, Zapatillas deportivas, Una propuesta indecente, Todo está perdido, La verdad, Nuestras almas en la noche y El viejo y la pistola, Robert Redford fue una de esas escasas grandes personalidades que se movió con no menos autoridad en otros espacios y ámbitos. En este sentido, tuvo la misma buena fortuna que un Clint Eastwood, o un Warren Beatty, o una Jodie Foster, o un Sean Penn, o una Sofia Coppola, o un Ben Affleck, o un George Clooney, por solo mencionar a algunos de quienes en los terrenos de la dirección y la producción, o incluso de la escritura, serían galardonados.

Más allá de sus indiscutibles éxitos como un actor de carácter probado, Redford mostró su talento detrás de la cámara con su debut como director en la gran cinta, premiada en su año, Gente corriente, de 1980, con un reparto extraordinario y donde reveló además un gran talento para manejar y sacar los mejores réditos de sus histriones. Esta película no solo ganó varios premios Oscar, sino que también marcó el inicio de su carrera como cineasta comprometido con el cine de autor y con la búsqueda de narrativas más profundas y relevantes, porque el arte cinematográfico, según él, debe generar conciencia y cambios en el espectador. En este sentido, otros trabajos suyos como El río de la vida, de 1992, y Quiz Show: El dilema, 1994, son otro claro testimonio de su pasión por contar historias que tocan las fibras sensibles del espectador.

También un visionario y generoso promotor, en apoyo a otros creadores sin recursos y al margen de los grandes circuitos fílmicos, otros de sus legados más significativos han sido el Instituto Sundance y el Festival de Cine de Sundance echados a andar a finales de la década de los setentas, antes de que él mismo pudiera por fin hacer ese ya arriba mencionado largometraje con el cual se catapultó como realizador, Gente corriente, a partir de la novela homónima de Judith Guest. Estas plataformas han impulsado a incontables cineastas independientes, brindándoles un espacio para mostrar su trabajo y contar sus historias sin las restricciones típicas de la industria multimillonaria y habitualmente excluyente. Redford no solo se convirtió en un chef de la comunidad cinematográfica, sino que también se erigió como un firme defensor de la libertad creativa y la importancia de la diversidad de voces en el séptimo arte.

Su compromiso con causas sociales y medioambientales fue igualmente prolífico y no menos dadivoso. Redford fue abogado no oficial, entre otras muchas causas justas, en favor de los derechos de los pueblos indígenas, del cambio climático y la igualdad de las comunidades LGBTQ+, utilizando su valioso escaparate para generar conciencia sobre infinidad de problemas críticos, sin importar que muchas veces fuera blanco de la crítica persecutoria de los medios oficialistas y el stablishment. Este activismo fue una obra constante y auténtica a lo largo de su vida, muchas veces entremezclado con su trabajo cinematográfico, en diferentres y complementarios frentes.

La imagen de Robert Redford como símbolo sexual durante los sesentas y setentas fue evolucionando conforme él mismo se ocupó de rebatirlo dentro y fuera de la pantalla, enfatizando que todo artista debe ser reconocido por su trabajo y no por su apariencia. Este deseo por una identidad artística más auténtica y compleja fue siempre reflejo de su visión del cine como un medio para explorar la complejidad humana y las realidades sociales, más allá de su no menos importante misión como espacio de sano esparcimiento.

El fallecimiento de Robert Redford, a los ochenta y nueve años de edad, ha marcado el fin de una era, si bien su importante legado perdurará en muchos frentes y ámbitos. Sus contribuciones al cine y su incansable defensa de causas sociales aseguran su lugar no solo como una leyenda en Hollywood, sino también como una figura que encarna un compromiso auténtico con una sociedad más justa, equitativa e incluyente.  Tanto el mundo del cine como el activismo social lamentan su pérdida, pero igual celebran su vida y su impacto perdurable. Profeta en su tiempo, como debiera ser siempre, fue reconocido por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas en 1981 (y Honorífico en 2002), Premio BAFTA, Globo de Oro (incluido el Cecil B. DeMille en 1994) y Premio a la Trayectoria del Sindicato de Actores de Cine en 1996; Honoris Causa por el Centro Kennedy en 2005; Medalla Presidencial de la Libertad en 2016; César Honorífico en 2019. ¡En paz descanse!