Durante el pasado fin de semana, el Partido Acción Nacional realizó la presentación -con marcha y acto- de su relanzamiento como partido político. Un componente de aliento para sus militantes y simpatizantes es que está vivo y en las mentes del círculo rojo y, tal vez, un poco más, pues la crítica proviene tanto de quienes simpatizan con el partido oficial, como de quienes no simpatizan con Morena, e incluso señalan su derrotero de populismo autoritario.

Recordé, toda proporción guardada, unas líneas del discurso del entonces presidente uruguayo, José María Sanguinetti, en la reunión de mandatarios latinoamericanos llevada a cabo en nuestro país durante el periodo del presidente Miguel de la Madrid, que cito de memoria: “A América Latina se le pide que alcance la democracia durante la mañana y el desarrollo económico para la tarde”. Era el giro del gran orador para afirmar que ambas aspiraciones son procesos sociales complejos que requieren tiempo, rumbo, compromisos y constancia.

Así, al PAN parece pedírsele que durante la mañana logre recuperar la confianza que tuvo de espacios sociales no partidistas y para la tarde la reorganización para postular propuestas programáticas y candidaturas viables frente a la concentración del poder presidencial. ¿Es pertinente la exigencia? Sí. ¿Son razonables los juicios del aquí y ahora y del todo ya? No. Es necesario y, desde luego, válido, evaluar el paso dado por ese partido. Hay vacíos; hay obscuros; hay interrogantes. Sin embargo, hay reconocimiento del retroceso experimentado y voluntad de movimiento. Es el comienzo para ir a las interrogantes: ¿hacia dónde?, ¿cómo?, ¿con quién?, ¿con qué estrategias? y ¿para qué?

Si históricamente el PAN ha sido algo en el sistema de partidos, es su carácter de formación política opositora. Y como tal, ha asumido tanto el papel de la crítica al gobierno en turno, como el de la opción viable para asumirlo; en su trayectoria hay experiencias de confrontación, contención, moderación, acuerdo y consenso. Sin embargo, por distintas razones se dibujó en el poder (2000-2012) y el acuerdo con el poder (2012-2018), pero se extravió en el espejismo de la coalición con el PRI y el PRD de 2021 y la evaluación equivocada del escenario comicial para 2024, que llevó a la misma coalición con rendimientos decrecientes.

El escenario es ahora más complicado para los partidos opositores, luego del cambio de régimen en la Constitución y la futura reforma electoral que se proyecta como la fase de consolidación para que Morena permanezca en el poder mediante la celebración de elecciones sin competencia real y ausencia de representación consistente con la pluralidad política que hoy existe.

Como lo han observado agudos politólogos, los partidos nacen, participan, ocupan un espacio en la sociedad, crecen -en su caso-, sufren el deterioro de afrontar tareas y responsabilidades y, también, fenecen. El PAN enfrenta, luego del resultado electoral de 2024, una grave crisis. De sus varias etapas, luego de distintos avances, hoy puede ser la más sombría.

Admito la reducción discrecional, pero de 1939 a 1976 es la oposición al partido hegemónico que expresa y mantiene la reclamación democrática; de 1976 a 1982 en la fuerza madura para hacer oposición parlamentaria en la primera apertura real de la hegemonía; de 1982 a 2000 es el beneficiario político de la reacción del sector privado a la estatización de la banca, abriéndose paso entre el panismo tradicional el llamado neopanismo, ámbitos -respectivamente- que postularon a las candidaturas presidenciales de 1994 y 2000; de 2000 a 2012 es el reto del gobierno, mostrándose uno decepcionantemente ineficaz y otro atado al combate a las mafias del narcotráfico y la militarización de la seguridad pública; de 2012 a 2018 es  coadyuvante responsable de las reformas estructurales del Pacto por México, que articuló una coalición con el PRD y MC para fracasar en la búsqueda del regreso a la presidencia en 2018.

Hubo disciplina, consistencia, pasión, combatividad y candidaturas atractivas. También, un tránsito de la confrontación original con el nacionalismo revolucionario y la “tutela” de la votación del PRM y del PRI con el razonamiento de la soberanía, a la convergencia de ideas y propuestas con el PRI de la apertura económica y la revisión del papel del Estado en la economía de 1988-2000, a la par de impulsar la  consolidación del sistema democrático para acceder al poder, aunque siempre perfectible, al grado de contribuir a los acuerdos del Pacto por México por la convicción de que las oportunidades de desarrollo para el país se les habían ido (2000-2012) y se irían de nuevo por falta de acuerdos políticos en un sistema que había acentuado su tripartidismo.

El PRD rechazó participar en los acuerdos sobre energía, pero no en los demás, aunque hubo algunas fisuras en el tema educativo, propiciándose la ruptura de ese partido y el surgimiento de Morena por el reproche de Andrés Manuel López Obrador a las decisiones de la dirigencia perredista.

Las coaliciones encabezadas por el PAN dan cuenta de resultados nada alentadores en votos propios: 9.9 millones en la presidencial de 2018, 8.9 millones en la legislativa de 2021 (sustento del espejismo) y 9.6 millones en la presidencial de 2024. En ese período de seis años, el PRI perdió 2 millones de sufragios, MC aumentó 5 millones y el PRD perdió el registro. La conclusión salta a la vista, sólo creció el aliado de 2018 que caminó de manera singular en 2021 y 2024.

Entonces, relanzar el PAN ¿hacia dónde? Muy claro que el criterio de una alianza de las oposiciones no dio resultados que recomienden su continuación. Había un ingrediente atractivo que cabe reconocer en la polarización promovida por el expresidente López: la idea de la alianza de la pluralidad excluida para articular entendimientos a partir de lo diverso en un país de esa característica. Pero fue insuficiente ya no para ser mayoría, sino incluso para mantener y, eventualmente, crecer.

Dicho en forma compacta, el PAN representó una oferta de contraste con las líneas de pensamiento y acción política del PRI; ahora que Morena ha tomado tres de ellas: nacionalismo, justicia social e hilo histórico con la Independencia, la Reforma y la Revolución, se afirma la pertinencia de la doctrina panista y su evolución en el tiempo. Hay un espacio que ocupar en el mundo de las ideas que sustentan la propuesta política.

Sin embargo, no es el tiempo de la apertura democrática o de los acuerdos para gobernar que ya ocurrieron y concluyeron. Hoy la concentración del poder en la presidencia y el liderazgo del movimiento implica el abandono del ejercicio democrático del poder y que no esté presente la rendición de cuentas con las responsabilidades inherentes. Se ha reducido lo que está en juego: la preservación de las reglas y las condiciones de acceso democrático al poder público. No es simple y es mucho.

¿Adónde, entonces? ¿A profundizar las lecciones del deterioro y la derrota del 2024? ¿A conformar una red a favor de la pervivencia de la vía democrática en la distinción y coparticipación estratégica de sus componentes?

En el arranque de esta etapa se aprecia un matiz en la vinculación con quienes pueden sufragar. El PAN -no es el único- enfatiza la defensa del país, pone el acento en México; Morena lo pone en la idea de pueblo -el del nacionalismo y el de la desventaja económica-. Ese pueblo siente -y no está equivocado- que es México, aunque sin reparar que no lo sea todo. Es decir, el relanzamiento no le habla hoy a la mayoría que, al final, define.