La Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo ha cumplido un año de presidir la vida de nuestro país como nación. Es bueno celebrar que una mujer brillante nos gobierne y, sobre todo, haya revelado como una de sus grandes virtudes una verdadera joya en el transcurso de la historia: la prudencia. De más está decir que este es un ingrediente esencial en un escenario lleno de asperezas y de amenazas que ya no nos son ajenas de ninguna manera. Es bueno celebrar, pero también es bueno situarnos en el tiempo, y hoy, en el octubre mexicano, vale la pena reflexionar sobre la década en la que comenzó una nueva fase de nuestro tiempo contemporáneo: los años sesenta.

Por la trayectoria académica y política de nuestra Presidenta, se infiere que ella ha sido una protagonista de los años posteriores al movimiento estudiantil mexicano que alcanzó su punto de inflexión en 1968. Aquel acontecimiento no se dio por generación espontánea ni mucho menos; por el contrario, se corresponde con otros eventos que forman parte de nuestra historia contemporánea.

El 68 mexicano, como en otras partes del mundo, fue un hecho que nos cambió moral, política, social y, sobre todo, culturalmente. México no podía ser el mismo, y no lo fue, después de que una generación, en sus líneas más representativas y vigentes, tomó las calles para hacer llegar a ellas la libertad.

El 68 mexicano no es ninguna copia de lo que sucedió, precisamente en ese año, en otros países. En realidad, los movimientos sociales cuestionadores del statu quo comenzaron una década antes y los movimientos estudiantiles, como los de las normales rurales (que eran algo distinto a lo que siguió), el de Morelia, Chihuahua, Durango, Sinaloa, Sonora, Baja California, Tlaxcala, Jalisco, Puebla, Oaxaca, Veracruz, la UNAM y algunos otros, sucedieron entre seis y 12 meses antes. Por eso mismo, podemos decir que los estudiantes mexicanos no copiaron a nadie. Un orador en la Plaza de la Concordia, en París, en mayo de 1968, puso como ejemplo de lucha al movimiento del IPN de los años 50.

Aquel escenario fue de profundos cuestionamientos, a la política represiva del gobierno mexicano (y entre los blancos de aquella represión estaba la Revista Siempre). Era una propuesta agresiva del gobierno en contra de la libertad en todos los planos. El movimiento de 1968 fue, sobre todo, una acción social antiautoritaria. Por eso mismo, hoy podemos confiar en una protagonista que vivió claramente las secuelas de aquel tiempo en el que comenzó el hoy que vivimos. La Presidenta Sheinbaum con toda la seguridad es un baluarte recio contra las tentaciones autoritarias. También, por eso mismo, en contra de la permanencia de los privilegios que la mayor parte de los mexicanos considera ofensivos.

Los sesenta fueron tiempos para aprender y, por supuesto, para cometer errores. Quienes protagonizan los grandes cambios en nuestra vida nacional no encontraron ni van a encontrar calzadas reales. Todo cambio social tiene sus riesgos, tal como nos lo ha enseñado la historia de los seres humanos en sus momentos respectivos. Este fue un año de gobierno, fue un año en contra de los privilegios. Creo que ese es el espíritu del 68.

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