Uno de los autores favoritos de Jorge Luis Borges, Eden Phillpotts (India, 4 de noviembre de 1862-Reino Unido, 29 de diciembre de 1990), fue poeta, narrador y dramaturgo, pero conquistó a la mayoría de sus lectores con novelas policiacas. De su largo relato “Tres hombres muertos”, incluido en Los mejores cuentos policiales seleccionados por Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, transcribo las primeras líneas.
Cuando Miguel Duveen, el jefe de investigaciones, me invitó a ir a las Indias Occidentales en una misión especial, me alegré sobremanera, pues estábamos a fines de enero, en Londres hacía un tiempo abominable y la perspectiva de unas pocas semanas en los trópicos ofrecía un verdadero atractivo.
–Me ofrecen diez mil libras por ir –explicó Duveen–, y si representara algo menos de diez días en el mar estaría encantado de hacerlo. Yo mismo tengo unas gotas de sangre negra, ¿sabe usted?; y siento siempre cierta simpatía por los etíopes. Pero el mar y yo somos enemigos acérrimos y soy demasiado viejo para renovar nuestras querellas. Sin embargo, les he dicho que enviaré a alguien en quien deposito absoluta confianza; que dedicaré mi atención personal al asunto desde aquí, y que, si les resolvemos el misterio, me contentaré con cinco mil libras de honorarios; si fracasamos, no pediré nada más que los gastos. Me enteran hoy telegráficamente de que están satisfechos con estas condiciones, y por lo tanto le invito a embarcarse el próximo miércoles en Southampton, en el vapor Don de la Mala Real.
–Encantado, jefe.
–Si consigue algo en este asunto, será un triunfo para usted. Los datos son complicados, y con ellos no puede construirse ni la más indefinida hipótesis de lo que ocurrió. Realmente no lo perturbaré con estos voluminosos, pero vagos documentos. Vaya con la mente abierta y despejada porque si le entrego este legajo, usted lo leerá durante el viaje a Barbada y llegará posiblemente con alguna idea preconcebida que se interpondrá en su camino antes de que empiece. Tiene el aspecto de un caso criminal, e implica a tres muertos, pero, aparentemente, a ningún vivo. Muy interesante, diría, y bien difícil; pero esto es sólo una impresión. Puede aclararlo usted mismo sin demasiadas complicaciones; o puede ponerme en condiciones de hacerlo desde Inglaterra; o el caso puede derrotarnos a ambos. Véame de nuevo antes de irse, y tome su pasaje hoy mismo; de otro modo, no conseguirá comodidades. Este año hay una gran aglomeración que se precipita hacia las Indias Occidentales.
–¿Adónde debo ir?
–Solamente hasta Barbada, con el barco inglés. Por lo que sé, el caso está situado solamente en la isla. Si necesita ir más lejos, lo hará, naturalmente. Buena suerte, amigo mío. Espero que resulte algo provechoso para usted, y confío en su éxito.
Agradecí al gran hombre y me retiré muy satisfecho, pues los cumplidos de Duveen eran pocos y nada frecuentes. Nunca alababa, pero su satisfacción se transformaba en trabajo, y sabía muy bien que no me había elegido para lo que aparentaba ser una investigación bastante importante sin estar seguro de que yo haría justicia a su renombre internacional.
Quince días después, llegó la mañana en que, vagando por la desierta cubierta del Don, contemplaba yo una gloriosa mezcla de luz de luna y aurora. Mirando hacia el este, a eso de las cuatro, vi una débil onda rosada que tocaba primero el cielo y luego cambiaba a blanco purísimo y azafrán pálido […]

