Para un militar rescatar a un compañero es un institnto. Así, un anillo de graduación de West Point de talla pequeña en una tienda de empeños es la señal captada por Jack Reacher para lanzarse a buscar a la dama en peligro. Se trata de La fila de medianoche, entrega 22 de la serie del superhéroe escrita por el inglés Lee Child (29 de octubre de 1954), traducida por Aldo Giacometti (Blatt & Rios, 2025), y que llega justo a tiempo para la época navideña. Transcribo las primeras líneas.
Jack Reacher y Michelle Chang pasaron tres días juntos en Milwauke. A la mañana del cuarto día Michelle ya no estaba. Reacher volvió con el café a la habitación y encontró una nota sobre la almohada. Ya había visto ese tipo de notas. Todas decían lo mismo. De manera directa o indirecta. La nota de Chang era indirecta. Y más elegante que la mayoría. No en cuanto a la presentación. Eran unas cuantas palabras garabateadas con bolígrafo en un bloc de notas de un motel cualquiera que tenía las hojas onduladas por la humedad. Pero sí en cuanto a la manera de expresarse. Había usado un símil, para explicar y halagar y pedir disculpas todo al mismo tiempo. Había escrito: Eres como Nueva York. Me encanta ir de visita pero no podría vivir allí.
Reacher hizo lo que hacía siempre. La dejó ir. Entendía la situación. Las disculpas no eran necesarias. Él no podía vivir en ninguna parte. Toda su vida era un estar de visita. ¿Quién podía aguantar eso? Se tomó el café, primero el suyo, después el de ella, y cogió su cepillo de dientes del vaso del baño y se fue, andando por un nudo de calles, izquierda y derecha, hacia la estación de autobuses. Ella estaría en un taxi, supuso. Al aeropuerto. Tenía una tarjeta gold y un teléfono móvil.
En la estación hizo lo que hacía siempre. Compró un billete para el primer autobús que salía, sin importar dónde fuera. Y resultó que iba a un lugar de final de recorrido muy al norte y al oeste, a orillas del lago Superior. Básicamente era la dirección equivocada. Allí hacía más frío, no más calor. Pero las reglas eran las reglas, así que se subió. Se sentó y miró por la ventanilla. Wisconsin fue pasando rápido, los campos de heno con sus fardos y sus rastrojos, los pastos gastados, los árboles oscuros y densos. Era el final del verano.
Era el final de varias cosas. Ella había hecho las preguntas habituales. Que en realidad eran afirmaciuones encubiertas. Podía entender un año, absolutamente. Un chico que había crecido en bases militares al otro lado del océano y que después había sido destinado a bases militares al otro lado del océano, sin nada en medio salvo cuatro años en West point, que no era una institución precisamente famosa por su carga de ocio, de modo que obviamente alguien así se iba a tomar un año para viajar y hacer turismo antes de sentar cabeza. Quizá dos años. Pero más no. Y no de manera permanente. Aceptémoslo. El medidor de patologías estaba titilando.
Todo dicho con cierta preocupación, y sin juzgar. Nada importante. Apenas una conversación de dos minutos. Pero el mensaje estaba claro. Tan claro como podía estar ese tipo de mensajes. Algo de la negación. ¿Negación de qué?, preguntó él. No es que él secretamente pensara que su vida fuera un problema.
Eso confirma lo que estoy diciendo, dijo ella.
Así que Reacher subió al autobús que iba al lugar de final de recorrido, y habría hecho todo el viaje, porque las reglas eran las reglas, pero dio un paseo en la segunda parada de descanso, y en el escaparate de una casa de empeño vio un anillo.


