Poeta y narradora con una voz muy singular, qué duda cabe que Rosario Castellanos (Ciudad de Méxoco, 1925-Tel Aviv, 1974) es una figura central en la literatura y el feminismo en América Latina, cuyas vida y obra marcan la lucha por la igualdad de género y la justicia social en un contexto de profundas desigualdades raciales y culturales. Al celebrarse el centenario de su nacimiento, es pertinente reflexionar sobre su legado y la relevancia de su pensamiento en el México contemporáneo.

Nacida en la Ciudad de México y criada en Comitán, Chiapas, Castellanos experimentó desde su infancia las dinámicas de poder vinculadas al género y la clase. La diferencia de trato que recibió en comparación con su hermano, que culminaría en su trágica y absurda muerte, sembró en ella una conciencia crítica sobre las injusticias que por desgracia en muchos de nuestros espacios privados y públicos sigue enfrentando la mujer, y si bien de su tiempo a la fecha se ha avanzado en algunos terrenos, la verdad es que siguen habiendo deudas y atavismos innegables en la materia, de cara a una contemporaneidad a la cual pareciera nos resistimos todavía a arribar del todo. Esta experiencia de violenta discriminación se convirtió en un tema central y habitual en su obra, donde las mujeres son retratadas en sus anhelos, luchas y victorias, siempre a contra viento y marea, a trompicones, con muchas más puertas cerradas que abiertas.

El talento creativo y la lucidez de pensamiento de Rosario Castellanos no sólo abordaron la condición femenina vista desde adentro y desde afuera, siempre con valor e inteligencia, sino que también exploró las tensiones entre la cultura indígena y la sociedad mestiza, lo que la llevó a ser una voz potente en la defensa de los derechos de los pueblos originarios. Su notable y nodal novela Balún Canán, de 1957, es un ejemplo fehaciente de su compromiso con estas temáticas, al retratar la vida de una niña de clase alta en Chiapas que entra en conflicto con la realidad de los indígenas y la injusticia social de su entorno, alter ego de una escritora e intelectual que desde su personal trinchera se propuso subrayar estos absurdos atavismos y vicios, como signos distintivos de nuestro subdesarrollo. En esta obra maestra, la identidad y el sentido de pertenencia se convierten en ejes centrales de la narración, mientras se evidencia la opresión de las comunidades indígenas y la resistencia frente a la dominación.

La escritora utilizó la literatura como una herramienta de crítica social, que a la vez conmueve y busca crear conciencia, si bien los privilegios y la ignorancia cocinan el caldo de cultivo indispensable para ensordecer y/o negar lo evidente. A través de su obra, Castellanos señala la alienación que sufren tanto las mujeres como los indígenas, que cuando no contribuyen a trivializar este estado anómalo de las cosas, con toda clase de usos y costumbres soterrados por la ignorancia, cuando los enfrentan son excluidos y castigados sin miramientos. La escritora es voz y reflejo lúcidos de ambos eventos. En Oficio de tinieblas, otra de sus novelas importantes, se hace un retrato del levantamiento indígena en su amado Chiapas, resaltando que si bien la lucha por la identidad y la dignidad es esencial e impostergable, como otras tantas ha implicado sudor y sangre. Desafiando las convenciones sociales de su época, Castellanos no se limitó a exponer la injusticia, sino que invitó a la reflexión y a la acción.

Si bien la recepción de su obra ha sido diversa, no pocas veces con prejuicios y miopía, el reconocimiento en cambio a su contribución a la sociedad ha sido unánime, consolidándose con el paso de los años. La inauguración del Museo Rosario Castellanos en Comitán constituye un indicativo del impacto de su legado, que hace de alguna manera resonancia de quien con su obra y con su hacer abrió brecha en un terreno que por desgracia sigue siendo espinoso y no se ha zanjado del todo. Este recinto no solo busca preservar su obra, sino también fomentar el análisis y la discusión sobre los temas que ella impulsó a lo largo de su vida. Y si su vida fue ejemplo de temple y lucha tenaces, su prematura y absurda muerte en cambio lo es de lo paradójica que suele ser muchas veces la existencia.

Desde el punto de vista literario, la obra de Rosario Castellanos se caracteriza por su lenguaje poderoso y evocador, sugestivo y a la vez provocador, y en este terreno también fue una iniciadora visionaria. Su poesía y su prosa están impregnadas de sensibilidad y rigor, y su capacidad para entrelazar lo personal con lo político resuena en las generaciones actuales, si bien quisiéramos que tuviera un número mayor de lectores jóvenes, en un mundo y en un país donde la lectura no goza por desgracia de los adeptos apasionados que quisiéramos, los más aletargados por el maremagnum de la las redes sociales donde  predominan la trivialidad y lo superficial, la falta de sustancia y la levedad, como decía Milan Kundera. Su agudo ensayo “La novela mexicana contemporánea y su valor testimonial” refleja su preocupación por la narrativa que da voz a aquellos que han sido defenestrados, silenciados.

Al mirar hacia el presente, es evidente que los retos que enfrentó Castellanos —la desigualdad de género, la discriminación racial y la lucha por la justicia social— siguen siendo relevantes. Su legado se vuelve aún más crucial en un mundo donde las luchas por la identidad, la equidad y la justicia continúan sin superarse, sin saldarse. Este centenario es, por lo tanto, una oportunidad para recordar y celebrar no solo su vida, sino también para inspirar acciones que sigan su ejemplo. Su voz nos sigue invitando a cuestionar y a transformar nuestras realidades, y su obra, que entrelaza la experiencia personal con la crítica social, sigue siendo un faro que guía las luchas contemporáneas por un mundo más justo e inclusivo. En este centenario, su pensamiento y su legado nos convocan a reflexionar sobre la historia y las intersecciones del poder, la cultura y el género, recordándonos que la lucha por la igualdad es un camino que sigue abierto.