Quien con Rafael Solana y Hugo Argüelles conformó la gran triada de la dramaturgia veracruzana del siglo XX, Emilio Carballido (Córdoba, 1925-Xalapa, 2008) fue dado a conocer por su maestro Salvador Novo en 1950, con su comedia Rosalba y los llaveros (ya uno de los clásicos indiscutibles del teatro mexicano contemporáneo), en el propio Palacio de Bellas Artes. Egresado de la UNAM, donde además de teatro estudió letras inglesas, ese mismo año estrenó también una breve pieza que él mismo denominó “auto sacramental moderno”: La zona intermedia, precedido, a la manera clásica, de su loa, en la Sala Latino, bajo la dirección de Xavier Rojas. Autor prolífico y variado, desde sus primeros años de escritura dramatúrgica definió las que serían dos de las tendencias que mejor se reconocen en su teatro inconfunduible, por un lado, una especie de neorrealismo en donde se percibe su valiente impulso por incorporar lo cotidiano al mundo del drama, con un punto de apoyo o de contraste en el medio y la psicología del ser mexicano, con claras influencias del teatro norteamericano de mediados de siglo, y por el otro, un intento no menos creativo hacia la fantasía, donde la imaginación y el vuelo poético establecen rígidas amarras con lo propiamente artístico y literario.

Miembro de una muy valiosa generación del teatro mexicano, y luego de la experiencia vivida como becario de la UNESCO en Nueva York, a la vez que del Centro Mexicano de Escritores, en colaboración con su coetáneo Sergio Magaña escribió El viaje de Necresida (estrenada de igual modo en Bellas Artes, en 1953) y El suplicante, y con Luisa Josefina Hernández, en 1959, Pastores de la ciudad. Autor de más de cincuenta títulos dramáticos, el talento de Carballido fue de igual modo generoso en el campo de la narrativa, en el cual escribió nueve novelas (Las visitaciones del diablo, El sol, El tren que corría y Abismo, por ejemplo) y tres libros de cuentos (La caja vacía, El poeta que se volvió gusano y otros cuentos y Flor del abismo), más algunos otros de literatura infantil.

Dramatugo que hizo escuela, todavia recuerdo complacido los extraordinarios encuentros y puestas con motivo de sus setenta años de edad y a cincuenta de haberse estrenado su citado clásico Rosalba y los llaveros. Ampliamente promovida dicha efeméride por ese otro gran novelista y dramaturgo chihuahuense Nacho Solares en su feliz gestión al frente de la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM, todavía permanece en mi memoria la soberbia puesta de su maravilloso drama Escrito en el cuerpo de la noche, bajo la dirección del talentoso Ricardo Ramírez Carnero y con un estelar reparto, como uno de los montajes ––en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón–– más notables durante todo ese 1995.

Para mí uno de sus textos cumbres, se pueden reconocer aquí algunas de las constantes su poética (humor agudo, destello lírico, humanismo penetrante, con temas recurrentes como la  ruptura, el desarraigo, la marginalidad), Escrito en el cuerpo de la noche  nos descubre otra vez al observador implacable y el inconmensurable poeta de la existencia. Otro hondo reflejo suyo del drama mismo de la vida, donde los personajes se debaten entre las fuerzas del amor y el odio, la simbiosis y la ruptura, la salvación y la condena, fuerzas y debilidades tensan la acción hasta romper esa línea en él casi imperceptible entre la devoción y el reclamo, el deseo concupiscente y la maldición, la dependencia malsana y el odio más enfermizo.

Como los otros valiosos dramatugos citados de su generación, dentro de su complejo dramático se percibe, entre otras innegables influencias, una pertinente y acuciosa lectura de algunos de los más corrosivos dramaturgos norteamericanos del siglo, sobre todo de O’Neill, Tennessee Williams y Arthur Miller. Otros textos suyos de enorme valor son, por ejemplo, El relojero de Córdoba, Las palabras cruzadas, Felicidad, La zona intermedia, Te juro Juana que tengo ganas. La hebra de oro, ¡Silencio, pollos pelones, ya les van a echar su máiz!, Orinoco, Las cartas de Mozart, Apolonio y Bodoconio, Nahu Ollin, Los esclavos de Estambul, Nora, Rosa de dos aromas o Zorros chinos, en donde cuando no logra captar la auténtica realidad y el verdadero espíritu del ser mexicano, ahonda en temas trascendentales como la angustia del hombre ante su destino, la represión y la búsqueda de la libertad individual, la rivalidad entre la masa condicionante y el héroe transgresor, el mestizaje y la búsqueda de identidad, el amor y el abandono, el instinto y la razón, el sueño y la vigilia.