El triunfo de Jorge Antonio Kast en las recientes elecciones de la República de Chile nos trae diversas lecciones, muchas de ellas opuestas, que es necesario examinar con ánimos de aprovechamiento oportuno.
En primer lugar: la validez de la propuesta democrática como la única vía para la justicia en la designación de gobernantes. Por supuesto, la democracia es para elegir y no garantiza que la elección sea la más correcta, como algunos pensadores opinan sobre el nuevo gobierno chileno. En todas las latitudes siempre se corre el riesgo de elegir de manera poco adecuada, pero la democracia tiene un camino claro para corregir las equivocaciones: el camino electoral.
Una segunda lección es que el manejo de la economía y las cuestiones sociales son un desafío plagado de complicaciones. La respuesta popular de Chile —uno de los electorados más cultos del continente— nos ha hecho ver que la economía sin crecimiento, la pérdida de empleos reales, la inseguridad y los asuntos relacionados con el exterior, tarde o temprano, van a cobrar las facturas que corresponden.
En el caso de Chile, un país que ha permitido, y seguirá permitiendo, muy buenas expectativas para la población, ha tenido fuertes problemas recientes con la movilidad social. Por supuesto, la opinión política acusa de aquellos males a los gobiernos de izquierda que permitieron un ascenso inesperado del populismo.
La tercera enseñanza es en el sentido de que las ofertas políticas son susceptibles de cambios de una elección a otra. En la competencia anterior, Kast hizo propuestas ultraconservadoras que fueron derrotadas por las de su competidor, aunque fuera por márgenes reducidos. Estaban entre ellas la penalización del aborto y otras relacionadas con el pensamiento claramente reaccionario.
Sin embargo, para la elección reciente, sus narrativas políticas se orientaron hacia posiciones más moderadas y se centró en los asuntos económicos que, ciertamente —según los resultados— son los que preocupan más al electorado chileno.
Hay, después de todo, también una lección de civilidad por parte del presidente electo. Se trata de sus declaraciones sobre la candidatura de la expresidenta Michelle Bachelet a la Secretaría General de la Organización de las Naciones Unidas.
El nuevo mandatario de la nación chilena ha dicho que el triunfo de Michelle sería un gran honor para su país y una esperanza para el mundo en general y para Chile en particular. Es, sin duda, un gesto de altura, sobre todo si se toman en cuenta las diferencias ideológicas tan marcadas como en este caso.
Como en todos los intentos por entender la realidad, no se puede decir que hay conclusiones. El expediente no se cierra, pero se puede decir que hay lecciones para todos. Para los chilenos seguramente las hay y a ellos les corresponde examinarlas. Para los mexicanos, de todas las fuerzas y expresiones políticas existe la obligación de revisar lo que ha acontecido en aquella nación sudamericana, con la que tenemos muchos y muy probados afectos. Si hay errores en la democracia, lo pertinente es corregirlos con más democracia y México no es ninguna excepción.
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