El año viejo alerta a la comunidad internacional sobre realidades que demeritan la convivencia entre los pueblos, en particular los rezagos sociales, el deterioro del Estado de Derecho y la democracia en muchos países, las crisis humanitarias y las guerras. No fue un año sencillo; la profundidad de los desacuerdos sobre la mejor manera de conducir la política global, aunada al galopante unilateralismo y política de poder duro que despliegan algunos países, han tejido una red llena de nudos, que hace tambalear los fundamentos de la paz y la seguridad en los términos que establece la Carta de Naciones Unidas. La narrativa que acompaña esta delicada coyuntura es contradictoria y de proyección incierta. Ya no se trata de cuestionar al neoliberalismo por su incapacidad para atender los retos de hoy. Lo que urge es desechar los capítulos negativos de esa estrategia (ampliación de pobreza, concentración de riqueza) y recuperar los que han probado ser útiles (democracia, Derechos Humanos, separación de poderes, transparencia, libre mercado, medio ambiente). De hacerlo así, la discusión política y académica podría orientarse hacia la doble meta de revitalizar los valores liberales que animaron los trabajos de la Conferencia de San Francisco (1945) y consolidar un orden mundial sustentado en reglas.
Si se profundiza en la búsqueda de las razones que estarían minando al sistema multilateral y la confianza en su habilidad para alcanzar un futuro promisorio, entonces parece oportuno reflexionar en el Estado, como ente político integrador de las sociedades, promotor de su interés nacional y actor central de las relaciones internacionales. En una tesis que estaría por probarse, el germen de las rémoras actuales radica en la creciente inhabilidad de aquél (y su respectivo gobierno) para conducir la agenda pública con respeto a todos los actores sociales que lo integran. Ese errático desempeño se traduce en desprecio a ordenamientos internacionales que pretenden acotar el poder estatal, en beneficio de la libertad de las personas y la rendición de cuentas. Vista así, la crítica coyuntura global sería consecuencia del distanciamiento de un creciente número de Estados de su responsabilidad como garantes de la seguridad humana y de su desconfianza en las instituciones solidarias del sistema de la ONU. Este diagnóstico, poco halagador, pone en vilo las reglas del orden global porque cuestiona la presunción del propio Estado de ser la única estructura institucional capaz de ordenar y conducir la vida social. Lo cuestiona también porque, como producto de la experiencia política de Occidente, habría sido poco efectivo en realidades con identidad diferente, donde fue impuesto como solución poscolonial. En fin, en 2026 podríamos avizorar una nueva edición de esta polémica y de sus inéditas repercusiones para un entorno revuelto y propenso al conflicto. No es cosa menor lo que está ocurriendo. El cuestionamiento es estructural y podría derivar, en el mediano y largo plazos, en un arreglo diametralmente distinto al actual, con formas político-jurídicas originales y acordes a la experiencia y tradición de cada nación. De ser así, la presunción del triunfo de Occidente como modelo de sociedad ideal, estaría cuestionada. Con un mundo entrampado en sus propias contradicciones, es deseable que la esperanza de hoy (por algo mejor), sea la realidad del mañana (hodierna spes, veritas crastina).
El autor es doctor en Ciencias Políticas e Internacionalista.
