Por ser un gobierno cuyos principales flancos del riesgo emanan de la agenda del presidente estadounidense y la volatilidad de sus comportamientos, así como de las diferencias y divisiones al interior del movimiento político conformado por Andrés Manuel López Obrador y las corrientes de diversa índole y calado que conjunta, a 14 meses del inicio de su gestión está presente la percepción sobre el grado de influencia del expresidente en el ejercicio del mandato de su sucesora.
La duda generada es el principal problema para el funcionamiento del sistema político. Si bien la Dra. Claudia Sheinbaum Pardo ha expuesto que no debe haber ni habrá distanciamiento y, menos, ruptura con su antecesor, porque la unidad está garantizada por la militancia y el compromiso con el mismo movimiento, en una consideración más que entendible y obvia por las condiciones y circunstancias de su postulación y elección, sólo se aprecian algunos rasgos de actuación acorde al liderazgo implícito en la calidad de jefa de gobierno y jefa de Estado.
Dejo a un lado -por irrelevante- el pensamiento de quienes reprochan la gestión del expresidente López y abogan por la rectificación de sus criterios y decisiones a cargo de su sucesora, como la forma de acreditar el mando. Es demasiado claro que la opción emanada de los comicios de 2024 fue de continuidad.
También cabe señalar la adopción de criterios propios y distintos para encarar los problemas de inseguridad del país y por enmendar algunas de las fallas más notorias del gobierno anterior, como la adquisición y distribución de medicamentos.
La duda sobre la consolidación del mando en la titular emana del contraste entre el asiento de las facultades constitucionales y metaconstitucionales -en el lenguaje acuñado por Jorge Carpizo- y el resorte real para su ejercicio. Y no me refiero a que poner en marcha cualquiera de estas facultades sea un asunto estrictamente formal de titularidad y expresión de voluntad, sino a los componentes inherentes a la pertinencia, oportunidad y solidez de marcar el rumbo a la luz de la responsabilidad personal en un entorno siempre complejo. ¿Actuar o no hacerlo? ¿Qué lo impide? ¿Voluntad libre o sojuzgada?
Hay dos razones básicas detrás de la interrogante sobre la condición con la que se percibe al expresidente López: (i) la naturaleza misma del poder y el método -democrático o no- para acceder a su ejercicio. En el caso, la elección se refiere a una persona; la titularidad, las facultades, las obligaciones y las responsabilidades se depositan en un solo ser; no se comparten ni delegan; y
(ii) la carga histórica del diseño, temporalidad y funcionamiento del poder ejecutivo en nuestro sistema presidencial, donde la influencia política -más o menos determinante para la sociedad- de la persona que ha dejado el cargo es observada y tolerada, hasta que la solución de la duda se hace presente. En el recorrido, Porfirio Díaz y Manuel González Flores; Plutarco Elías Calles y Pascual Ortiz Rubio, Abelardo L. Rodríguez y Lázaro Cárdenas del Río; y con otras aristas, Miguel Alemán Valdés y Adolfo Ruiz Cortines, y Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo. Nótese que es un fenómeno político en proyectos de continuidad.
La semana anterior trajo dos hechos que actualizaron la interrogante: la separación de Alejandro Gertz Manero de la Fiscalía General de la República y el lanzamiento en un largo video del expresidente López del libro Grandeza, con ánimo de rescatar y ponderar los valores de las culturas mesoamericanas del territorio que hoy ocupa el Estado Mexicano.
No me detengo en el desaseo de los procedimientos, la violación del régimen jurídico del cargo y la farsa de cumplir la letra de las normas -aquí sí-, pero no de guiar la conducta por los valores que tutelan. Sí en el trasfondo de la lucha por el enclave de poder; el simulador de toda la vida llegó al límite insuperable: mal con quien lo puso y mal con quien lo heredó. Su remoción con cargo al servicio diplomático fue funcional para el pasado inmediato, por las investigaciones que afectaban al círculo del expresidente y, quizás, a él mismo, tal vez por ánimos de colaborar binacionalmente o acumular poder, y para el presente, por las actuaciones sobre asuntos con repercusiones políticas para el gobierno y el Estado sin dar información y objetivos en el espacio de diálogo y coordinación con la administración pública federal. El despido de Gertz y el arribo de Ernestina Godoy no parecen dar luz sobre la percepción de la influencia ajena a la titularidad formal del poder ejecutivo.
En el mundo ha habido Estados donde una personalidad con reconocimiento a su intelecto ha tenido a su cargo los asuntos públicos; pienso en Thomas Jefferson en los Estados Unidos, Winston Churchill en Gran Bretaña y Vaclav Havel en Checoslovaquia. No es la liga del expresidente López. Sus obras no son ponderadas por el mundo académico. Estamos ante un hombre de poder; obtenerlo, concentrarlo, acrecentarlo y mantenerlo. En esa clave parecería mejor apreciar sus palabras sobre no recorrer el país para no hacer sombra a “la mejor presidenta del mundo” y su autocontención de volver a la arena política, salvo que se atente contra la democracia (léase que Morena estuviera en riesgo de ser derrotado), se fragüe un golpe de Estado contra la presidenta (ofensa oblicua para las Fuerzas Armadas) o se vulnere la soberanía nacional (supongo que la faz exterior, porque la interior no tuvo a bien cuidarla). Entonces, el astro mayor es él, y la democracia, el Estado constitucional y la soberanía nacional son su responsabilidad supra mandato presidencial. ¿Y todavía aduce no querer que se le ubique como imprescindible o como caudillo?
El primer hecho no define; el segundo marca la pauta. El poder no debe compartirse porque su naturaleza y conformación constitucional lo rechazan. La historia ha observado y juzgado a quienes escenificaron las disputas o no disputas pasadas. ¿Quién impera y dónde? En los aparatos de inteligencia, seguridad, procuración de justicia y hacienda el análisis parece favorecer al presente; en las Fuerzas Armadas se impone la institucionalidad; en los aparatos del partido, los programas sociales, las representaciones en el Congreso, los gobiernos locales y la propaganda el análisis parece favorecer al pasado inmediato. Impera la duda.
