Ignacio Trejo Fuentes

 

(Primera de dos partes)

 

Luego de un imperio muy largo como epicentro de la narrativa mexicana, la Ciudad de México debió dejar su sitio (sin desaparecer del todo como escenario principal) a otras latitudes, gracias escritores que se dieron cuenta de que sus espacios eran tan importantes como el df, que ahí ocurrían hechos más que dignos de rescatarse. En esa camada figuran autores como Jesús Gardea, Daniel Sada, Severino Salazar, David Ojeda, Ricardo Elizondo, Élmer Mendoza, David Toscana, Eduardo Antonio Parra y varios más. Con ellos aprendimos que la vida está en todas partes.

Sí, los autores mencionados comprendieron que en sus ciudades, en sus estados (Chihuahua, Baja California, Nuevo León, Sinaloa…) hay un mundo asombroso de posibilidades para contar historias, tan interesantes como  las de cualquier parte del mundo. Para emplear el lugar común, diré que hicieron (hacen) de su entorno algo en verdad universal. Ese abandono de la capital del país como fuente temática trajo consigo resultados admirables. Por supuesto, no ignoro que hay antecedentes importantes: Sergio Galindo y Juan Vicente Melo y Jorge López Páez hacen de su tierra (Veracruz) el ombligo del mundo; Arreola, en La feria, rescata Zapotlán, Jalisco. Pero los narradores de las nuevas generaciones toman ese  desapego como cuestión de vida o muerte. Y supongo que otros lectores lo agradecen infinitamente, como yo.

(Al lado de estos escritores que se afincan en su tierra para contarle cosas al mundo, surgieron los que no sólo se van a su provincia, sino al extranjero, real o utópico: Jorge Volpi, Agustín Cadena, Ignacio Padilla… se van con su literatura a mundos reales aunque lejanos, hipotéticos aunque creíbles.)

Juan José Rodríguez (Mazatlán, 1970) ha hecho de su bellísima ciudad/puerto el foro de lo que nos cuenta en sus cuentos y novelas: salvo La casa de Las Lobas (que se ubica en Pompeya en tiempos de la destrucción por el famoso volcán; y de la bella crónica de un mazatleco en Canadá), todos los textos de Juan José se ubican en Mazatlán, por ejemplo sus magníficas novelas Asesinato en una lavandería china, El gran invento del siglo XX, o Mi nombre es Casablanca. Todo lo que sucede puede ocurrir en otras partes del mundo, pero el hecho de que su asentamiento sea Mazatlán es fundamental, porque el autor nació, creció y vive ahí, y por lo tanto conoce los recovecos del puerto, los intrincados laberintos de sus habitantes, el aroma del mar y del pecado, las turbulencias sociales y políticas, y sobre todo la belleza de Mazatlán y sus lindísimas mujeres. Por eso, cuando repasamos las páginas de la obra de Juan José Rodríguez nos transportamos a su ciudad, y entendemos que lo que pasa, lo que se cuenta, no acomodaría mejor en otro ámbito.

Hace muchos años leí Asesinato en una lavandería china, novela en verdad sorprendente y hermosa, y acabo de encontrarme con una nueva y pulida versión titulada Sangre de familia, de la que me ocuparé en la siguiente entrega.