Trabajo y trabajadores, la única exportación del país
Magdalena Galindo
Las remesas que envían los mexicanos que trabajan en el exterior, en su mayoría en Estados Unidos, volvieron a caer en abril, en comparación con el mismo mes de 2012. Con este descenso, ya llevan 10 meses de caída, si se comparan con cada mes respectivo del año anterior. La noticia es grave, porque las remesas constituyen el segundo rubro, después de las exportaciones de petróleo, de ingreso de divisas, léase dólares, al país.
Los economistas oficiales, entre ellos los del Banco de México, han explicado que la caída obedece principalmente a dos razones, la lentitud en la recuperación de la economía estadounidense, y el hecho de que la apreciación del peso en relación con el dólar desincentiva el envío de remesas, ya que éstas se convierten en menos pesos que antes, por la baja en el tipo de cambio. En cuanto a este último argumento, a los expertos se les olvida que no se trata de especuladores que estén decidiendo en dónde resulta más benéfica una inversión, sino de trabajadores que envían las remesas para el sustento, aquí, de sus familias, de modo que no pueden esperar a que reciban más pesos por sus dólares, sino que se tienen que conformar con el tipo de cambio que rija en ese momento.
Tienen razón en cuanto a que el monto de las remesas depende en mayor medida del momento por el que atraviese la economía estadounidense y es un hecho que, después de la caída de 2008, el país vecino no ha encontrado el camino de una sólida recuperación.
Aunque esto es cierto, esa explicación deja de lado causas fundamentales que se relacionan tanto con la estructura actual de la economía mexicana, como con las decisiones de los gobiernos desde el sexenio de Miguel de la Madrid y en particular con las llamadas reformas estructurales de corte neoliberal, que han significado una verdadera devastación del país en su conjunto, quiero decir tanto en lo económico y social, como en sus consecuencias políticas.
La reorientación de la economía hacia el exterior —esto es, hacia la exportación— ha determinado, entre otros efectos, el estrangulamiento del mercado interno y la extranjerización de la planta productiva. Esto es, que prácticamente todas las ramas de la economía, desde la minera hasta el sector financiero, estén hoy dominadas por consorcios extranjeros. Como, además, esa reorientación no fue acompañada de una renovación tecnológica en las plantas mexicanas, resulta que el único factor para alcanzar competitividad en el mercado internacional es la baratura de la fuerza de trabajo. Y, por otro lado, no únicamente por las sucesivas crisis, sino como una realidad presente a lo largo de ya más de 40 años, el crecimiento de la economía mexicana no ha sido el suficiente para dar empleo a la población, lo que ha obligado a millones de mexicanos a viajar principalmente a Estados Unidos en busca del sustento. Estos dos fenómenos significan que lo único que México exporta es fuerza de trabajo, sea a través de un costo barato incorporado en las mercancías, sea a través de los mismos trabajadores que van a radicar al extranjero.
Así es cómo las remesas se han convertido en el segundo rubro de obtención de dólares para el país, y por lo que la dependencia de nuestra economía de la de Estados Unidos se ha profundizado a niveles que no conocíamos antes. Dicen, pues, la verdad los expertos oficiales cuando advierten que la caída obedece al lento crecimiento de Estados Unidos, pero no mencionan que en esta situación también hay decisiones y responsabilidades de los funcionarios mexicanos.