LA SOMBRA EN EL MURO

Y bien vale escribir o vivir una historia en esa kafkiana ciudad

Humberto Guzmán

Existen temas recurrentes. Dos de los míos son la misteriosa ciudad de Praga y el no menos misterioso escritor praguense Franz Kafka. Tal escritor para tal ciudad. ¿Se podría uno imaginar que Kafka hubiera nacido en México? No, en México no se hubiera dado un escritor como él. Praga, ¿pudo haber sido la ciudad de México? Tampoco. Praga fue fundada en el siglo IX, pero sus orígenes son más antiguos, desde los celtas, germanos y la romanización; la de México apenas en 1521, si consideramos solo su historia y cultura occidental, que es la que nos corresponde.

Pero, no puedo pensar en Praga, “la ciudad de las cien torres” (y la de México, “la ciudad de los palacios”), sin recordar que ha sido homenajeada por Mozart, Beethoven, Apollinaire, Chaikovski, Dostoievski, Rodin, Kokoschká, entre otros, sin olvidar a algunos checos como Smetana, Dvorák, Janácek, Mucha, Kupka, Hasek, Capek, Kundera, Saifert, Meyrink y el propio Kafka, entre muchos más.

Tal vez originada por los castillos bohemios, Praga (Praha) se erigió en las riveras del río Moldava (Vltava). Por supuesto, Praga bien vale escribir o vivir una novela, una que se desarrolle en las calles sinuosas de la Ciudad Vieja (siglo XIII, Malá Strana), el Ayuntamiento (siglo XIV, Staromestská Radnice), el barrio del Hradcany, en las inmediaciones del castillo, con la catedral de San Vito al lado, cuyas puntas se ven desde toda la parte vieja, como un mágico símbolo de la ciudad*.

En medio de este enigmático escenario, quién si no podría habitar una casita medieval, en la calle de los Alquimistas, a un lado del castillo, quién si no el mismo Franz Kafka. Cuando escribía el cuento “Un médico rural” o la novela La metamorfosis. Obras estas fantásticas-filosóficas. No podría ser de otro modo. En esas casitas no se puede ingresar sin encorvarse. Como quien acepta una condición para penetrar en la ficción y en el conocimiento. Pero, como siempre digo, una ficción que es la verdad. Y un conocimiento que es universal. Con estas aseveraciones me viene a la mente el Señor K., protagonista de El castillo, que intenta vanamente llegar hasta el castillo, porque todos sus funcionarios parecen guardias puestos allí no para servir al ciudadano, como el Señor K., sino para humillarlo e impedirle el paso.

Aquí podríamos encontrar una similitud entre Praga y otra importante ciudad, como la de México —muy bella también—, en la que por un lado se instaura una especie de Estado de derecho y por otra, en la práctica, no se obedecen las leyes escritas y publicadas. De otra manera, no veríamos sus calles tomadas por turbas de salvajes, que arrebatan a sus ciudadanos el derecho al libre tránsito, al libre comercio, y a todas las posibilidades que de principio oferta una gran ciudad. Claro está, la obra de Kafka alcanza confines que llegan muchísimo más alto que esta vulgaridad que se da en la ciudad de México.

Lo anterior no puede dejar de hacerme recordar un fragmento de El Proceso, que también es tomado como un cuento corto, titulado “Ante la Ley”. (Y vuelve a mí la ciudad de México, donde nací y he vivido tantos años; con este derecho hablo de ella.)

En “Ante la Ley”, un campesino llega a una puerta que parece inexpugnable en busca de la Ley. Hay un vigilante que le impide la entrada y le ordena que debe esperar a que aquélla pueda recibirlo. El campesino, indefenso y crédulo, envejece en esta espera inútil. Cuando el vigilante lo ve moribundo, le dice, como una burla siniestra, que esa entrada estaba destinada a él, pero que él no supo hacerla suya para encontrarse con la Ley. En vista de lo cual, cierra definitivamente el portón y se aleja, dejando en la ruindad más absoluta a quien creía que con la Ley podía encontrarse. Ésta, según se ve, está hecha para burlarse del ciudadano, no para servirlo. (Exactamente, como en la ciudad de México.)

¿Kafka habrá odiado a Praga por circunstancias que se adivinan en su literatura? Creo que en Kafka nada es tan simple. Sus obsesiones debieron tener explicaciones diversas y profundas, que rebasan a la ciudad física. Sin embargo, la literatura de Kafka no se explica sin ese magnífico escenario que es Praga, la Ciudad Vieja, el río Moldava, el castillo, el puente de Carlos, uno de los puentes más antiguos y más impresionantes de toda Europa, que no es decir poco, el antiguo barrio judío, el cementerio judío, donde se encuentran los restos de Kafka, junto con los de su padre, tan diferente a él, y su madre.

Kafka no sería Kafka sin toda la cultura centroeuropea de Praga.

Mi conclusión es que Franz Kafka y la misteriosa ciudad que lo vio nacer, vivir, gozar, sufrir y al final lo recibió en su seno, Praga, son una y la misma cosa. Porque no cabe duda, Praga bien vale escribir y vivir una novela. Y hasta toda una obra de la sorprendente calidad de la de Kafka.

*Confieso que no resistí la tentación de escribir no una sino dos novelas de Praga: Los buscadores de la dicha y Los extraños, publicadas en 1990 y 2000 respectivamente, aunque fueron escritas en sus primeras versiones en los años ochenta. En este sentido, son mi homenaje a esta bellísima ciudad y al querido Kafka.

 

*Confieso que no resistí la tentación de escribir no una sino dos novelas de Praga:

Los buscadores de la dicha y Los extraños, publicadas en 1999 y 2000 respectivamente,

aunque fueron escritas en sus primeras versiones en los años ochenta.

En este sentido, son mi homenaje a esta bellísima ciudad y al querido Kafka.