COLUMNISTA INVITADO
Un actor con responsabilidad global
Guillermo Ordorica R.
La administración del presidente Enrique Peña Nieto inicia bien. Su propuesta de gobierno, integrada en el Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018 acredita disposición para transformar a México mediante programas bien estructurados y sustentados en los principios liberales y democráticos por los que históricamente nos hemos pronunciado los mexicanos. Y no es poca cosa habida cuenta de que gobiernos previos, invocando un presunto realismo, menospreciaron tradiciones y valores políticos que nuestro país siempre ha enarbolado y por los cuales es reconocido en el mundo.
En el caso concreto de la política exterior, la propuesta es atractiva por el peso específico de México como potencia emergente, y por el impacto de eventos internacionales en el desarrollo nacional; también es objeto de atención por el activismo de nuestras representaciones diplomáticas y consulares para posicionar al país como interlocutor eficaz y confiable en los inéditos escenarios de la globalización.
En este capítulo, la meta es que México sea un actor con responsabilidad global, es decir, un actor previsible y congruente. El planteamiento no es retórico; se nutre de apreciadas tradiciones diplomáticas y de los principios constitucionales que rigen la política exterior, referentes inescapables para la defensa de la soberanía y la promoción de los intereses nacionales en el entramado mundial de nuestro tiempo.
La responsabilidad global que indica el Plan Nacional de Desarrollo se basa en la rica herencia diplomática de los denominados gobiernos de la Revolución Mexicana, que tuvieron talento para colocar al país en lugar destacado por su compromiso, entre otras, con las causas de la paz, el derecho, el desarme, el desarrollo y la justicia económica internacional.
A la memoria acuden eventos que son orgullo de nuestra diplomacia, como la condena a la invasión de Etiopía por parte de la Italia fascista; la Conferencia de Chapultepec de 1945 sobre los Problemas de la Guerra y de la Paz, previa a la de San Francisco; así como el rechazo a la expulsión de Cuba de la OEA, en 1962.
Otros capítulos relevantes, que prestigian a México, son las iniciativas de desarme y desnuclearización que presentó durante la Guerra Fría, que derivaron en la concesión del Premio Nobel de la Paz al embajador Alfonso García Robles; y la lucha por el establecimiento de un nuevo orden económico y el desarrollo progresivo del Derecho Internacional, que encabezó el desaparecido canciller Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa.
En la misma línea están la creatividad y activismo diplomáticos que desplegó Tlatelolco para la pacificación en América Central y la edificación de foros para la concertación política latinoamericana.
Estos son los antecedentes que el actual gobierno busca honrar con acciones que potencien la presencia del país en los cinco continentes y en foros multilaterales como ONU, OEA y G-20; con iniciativas novedosas que multipliquen socios e interlocutores, como fórmula para apoyar el desarrollo nacional. Estos son, igualmente, referentes de la nueva política de cooperación internacional para el desarrollo, capítulo que confiere a México lugar privilegiado en el concierto mundial.
Así, recuperando memoria y congruencia; promoviendo valores universales en los que México cree, nuestra política exterior defiende eficazmente el interés nacional. Enhorabuena por este cambio tan esperado en la política exterior.
El autor es internacionalista.